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7 enero 2024

De la Eucaristía a la Trinidad.

LA UNION EUCARISTICA

La Comunión nos da las Tres divinas Personas

El Verbo viene a nosotros, pero no viene solo. Yo estoy en mi Padre, y mi Padre está en Mí. Donde está Jesús, ¡oh conclusión maravillosa!, está también el Padre. El que me ha enviado está en Mí; no me deja solo... El Padre permanece en Mí, y allí donde están el Padre y el Hijo está también el Espíritu Santo. Toda la adorable Trinidad habita en el corazón del que comulga. Jesús nos lo había anunciado: Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos mansión dentro de él.

Nuestra alma se convierte en un santuario testigo de inefables maravillas. Porque las Tres divinas Personas no están inactivas en el que comulga: el Padre engendra allí a su Hijo, y el Padre y el Hijo producen al Espíritu Santo.

Nuestra alma se convierte en un santuario testigo de inefables maravillas. Porque las Tres divinas Personas no están inactivas en el que comulga: el Padre engendra allí a su Hijo, y el Padre y el Hijo producen al Espíritu Santo.

Eternamente enuncia el Padre una Palabra, semejante e igual a Sí mismo, en la cual se dice todo entero, Palabra esencial y viviente que es su Verbo. Viendo este Verbo, Imagen suya, su Luz, su Pensamiento, su Gloria, Forma de su rostro, Esplendor equivalente de todas sus perfecciones, Espejo viviente de su ser y Fruto de su amor, le ama el Padre con un amor sin límites. El Verbo devuelve a su Padre un amor semejante, igualmente eterno e infinito. Amor único, aunque es      mutuo, viviente      y subsistente, abrazo, vínculo, beso inefable que les consuma en la unidad del Espíritu Santo.

Este es el gran misterio cuya contemplación inunda a los ángeles de gloria, de hermosura y de felicidad. Estas poderosas inteligencias que descubren con una sola mirada las profundidades de la creación entera pueden contemplar eternamente el misterio de las Tres divinas Personas, sin abarcarle, sin agotarle nunca, sin hartar jamás el hambre de su deseo. Su mirada, rápida y profunda, descubre incansablemente en el abismo de la vida divina perfecciones siempre nuevas, que ellos contemplan con admiración y ensalzan con júbilo.

He aquí el misterio que nos presenta la Comunión.

Es verdad que en todo tiempo somos templos de Dios vivo, porque, según dice Santo Tomás, «por la gracia, la Trinidad entera es huésped del alma».

Sin embargo, es más cierto esto en el momento de la Comunión, porque en este momento viene Jesús a nosotros cómo pan de vida, expresamente para comunicar esta vida que El tiene del Padre. El que come este pan tendrá la vida.

Pero ¿cómo vivirá? Así como el Padre, que me ha enviado, vive, y Yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por Mí.

El alma del que comulga llega a hacerse como el cielo de la Trinidad. En mi alma como en el cielo enuncia el Padre su eterna Palabra, engendra su Hijo y le repite al dármelo: Hoy te he engendrado... Tú eres mi Hijo amado; en       Ti tengo puestas      todas mis delicias. Ahora, en mi alma, el Padre y el Hijo cambian sus mutuas ternuras, se mantienen en este lazo inenarrable, se dan ese abrazo viviente, ese beso inefable, y su amor se exhala en ese soplo abrasador, torrente de llama, que es el Espíritu Santo.

***
¡Oh Dios eterno, Padre omnipotente, Llama ardiente de caridad, Dios mío, Dios mío! Lo que muestra vuestra bondad y vuestra grandeza es el presente que habéis hecho al hombre. Este presente sois Vos todo entero; Vos, infinita y eterna Trinidad. Y el lugar donde os habéis dignado descender para daros es el establo de nuestra humanidad, que se convirtió en cueva de anima les, es decir, de pecados mortales...

Trinidad eterna, mi dulce amor, Vos, que sois la Luz verdadera, dadnos la luz; Vos, que sois la Sabiduría, comunicadnos la sabiduría; Vos, que sois la Fuerza, dadnos la fuerza. Disipad, os suplico, nuestras tinieblas para que podamos conoceros perfectamente y seguir vuestra verdad en la sencillez y sinceridad de nuestro corazón.

Santa Catalina de Siena