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La vida oculta de la Virgen María. Santa Ana Catalina Emmerick
SAN JOAQUÍN Y SANTA ANA
—LOS PADRES DE SANTA ANA
LA hija primogénita de Ismeria y Eliud se llamaba Sobé, y como no tenía la señal de la Promesa, sus padres se atribularon mucho y volvieron al Horeb a buscar el consejo del profeta. Arcos les exhortó a que rezasen y les prometió consuelo. Ismeria permaneció estéril dieciocho años y cuando Dios volvió a bendecirla vi que tuvo una revelación nocturna: vio que un ángel escribía una letra en la pared junto a su lecho; pienso que era otra vez aquella M. Ismeria se lo dijo a su marido, pero éste también la había visto y entonces los dos esposos, completamente despiertos, vieron la señal en la pared. A los tres meses nació Santa Ana, que al nacer trajo al mundo aquella señal en el estómago.
A Ana la llevaron a la escuela del Templo cuando tenía cinco años, lo mismo que hicieron más tarde con María; allí vivió doce años hasta que a los diecisiete la devolvieron a casa, donde encontró dos niños nuevos: una hermanita que había nacido poco después que ella, que se llamaba Maraha, y un hijito de su hermana mayor Sobé, que también se llamaba Eliud.
Un año después Ismeria enfermó mortalmente y en su lecho de muerte aleccionó a todos los suyos presentándoles a Ana como la futura ama de casa. Luego, antes de morir, habló con ella a solas y la dijo que era un vaso de elección de la gracia de Dios, que tendría que casarse y que fuera a buscar el consejo del profeta del Horeb.
Sobé, la hermana mayor de Ana, estaba casada con un tal Salomó y además de su hijo Eliud tenía una hija, María Salomé, que fue la que más adelante tuvo de Zebedeo a los apóstoles Santiago el Mayor y Juan. Sobé tuvo además una segunda hija que fue madre de tres discípulos y tía del novio de Caná. Eliud, el hijo de Sobé y Salomó, fue el segundo marido de Maroni, la viuda de Naim, y padre del niño que resucitó Jesús.
Maraha, la hermana menor de Ana, recibió la finca de Séforis cuando su padre Eliud se trasladó al valle de Zabulón; se casó y tuvo una hija y dos hijos, Arastaria y Cojaria, que fueron discípulos.
Ana tuvo todavía una tercera hermana, que era muy pobre y fue mujer de un pastor de los pastizales de Ana; estaba mucho en casa de Ana.
El bisabuelo de Ana era profeta; Eliud, padre de Ana, era de la tribu de Leví, y su madre Ismeria de la de Benjamín. Ana nació en Belén, pero más adelante sus padres se mudaron a Séforis, a cuatro leguas de Nazaret, donde tenían casa en una finca. También tenían fincas en el hermoso Valle de Zabulón, a legua y media de Séforis y tres de Nazaret. En el buen tiempo, el padre de Ana iba mucho con su familia al Valle de Zabulón, y después de la muerte de su esposa se mudó allí definitivamente, y de esta forma nacieron sus contactos con los padres de San Joaquín, el que se casó con Ana. El padre de Joaquín se llamaba Matzat (Matthat) y era el segundo hermano de Jacobo, padre de San José; el primer hermano se llamaba Josés. Matzat se afincó en el Valle de Zabulón.
Los antepasados de Ana eran muy piadosos y devotos; eran de los que habían llevado el Arca de la Alianza y desde el Santísimo recibieron rayos que transmitieron a su descendencia, a Ana y a la Santísima Virgen.
Los padres de Ana eran ricos, cosa que supe por su gran hacienda, pues tenían muchos bueyes, pero no lo guardaban para sí, sino que todo se lo daban a los pobres.
He visto a Ana de pequeña. No era especialmente bonita, pero sí más que otras; no era ni de lejos tan bonita como María, pero era extraordinariamente sencilla y de una piedad infantil, y así la he visto en todas las edades, de doncellita, madre y viejecita; y por eso siempre que he visto una vieja aldeana de aspecto infantil se me ocurría: «Esta es como Ana».
Ana tenía otros hermanos y hermanas que se casaron todos. Sus padres la tenían un cariño especial y ella no quería casarse; tuvo al menos media docena de pretendientes y los rechazó a todos. Cuando Ana fue a los esenios en busca de consejo como sus antepasadas, recibió la indicación de que se casara con Joaquín, al que entonces todavía no conocía pero que la pretendía desde que Eliud, el padre de Ana, se mudó al Valle de Zabulón donde vivía Matzat, el padre de Joaquín. {Ana hubiera debido casarse con un levita de la tribu de Aarón como las demás de su tribu, pero se casó con Joaquín de la tribu de David, pues María debía ser de la tribu de David.}
—SAN JOAQUÍN Y SANTA ANA, PADRES DE LA VIRGEN
Joaquín no era nada guapo. San José, incluso cuando ya no era joven, era en comparación un hombre muy guapo. Joaquín era de figura menuda, ancho y sin embargo delgado, y cada vez que pienso en él me veo obligada a reírme, pero era un hombre maravilloso, santo y piadoso además de pobre¹.
Joaquín estaba emparentado con San José de la siguiente manera: el abuelo de José que venía de David a través de Salomón, se llamaba Mazán y tuvo un hijo llamado Jacobo y otro Josés; Jacobo fue el padre de José. Al morir Mazán, su viuda se casó con un segundo marido, Leví, que también procedía de David, pero por Nathan, y con este Leví tuvo a Matzat, padre de Helí, que así se llamaba también Joaquín.
El parentesco entre San José y San Joaquín. La viuda de Mazán, abuelo de San José, casó en segundas nupcias con Leví, abuelo de San Joaquín. (El árbol está deliberadamente incompleto). (Rafael Renedo).
Los noviazgos eran entonces muy sencillos. Los novios estaban muy cohibidos y tímidos; hablaban juntos pero sin pensar gran cosa en casarse, como hubieran debido hacer. Si la novia decía que sí, los padres estaban conformes; y si decía que no y tenía sus razones, también estaban de acuerdo. Formalizada la cosa con los padres, el compromiso se realizaba en la sinagoga del lugar. El sacerdote rezaba en el sagrario donde se encontraban los rollos de la Ley, y los padres en el lugar habitual mientras los novios iban juntos a un sitio donde discutían sobre su contrato y sus intenciones. Si se ponían de acuerdo, se lo decían a sus padres y éstos al sacerdote, quien entonces se acercaba y aceptaba la declaración de los novios. Al día siguiente se casaban con toda clase de ceremonias al aire libre.
Joaquín y Ana se casaron en un pueblecito donde únicamente había una modesta escuela y solo estuvo presente un sacerdote. Ana tenía entonces unos 19 años. La pareja se fue a vivir con Eliud, el padre de Ana; la casa pertenecía a la ciudad de Séforis pero estaba a cierta distancia, en medio de un grupo de construcciones de las que era la mayor. Allí vivieron varios años.
Ambos tenían una forma de ser poco común; eran ciertamente muy judíos, pero tenían una gravedad extraordinaria que ni ellos mismos sabían. Rara vez los he visto reírse, aunque al principio de su matrimonio no eran realmente tristes. Tenían un carácter tranquilo y equilibrado y desde sus años jóvenes, algo de personas mayores y circunspectas. En mi juventud he visto a veces jóvenes parejas de éstas, muy sensatas, y ya entonces pensaba siempre: «Igualitos que Joaquín y Ana».
Los padres eran pudientes, tenían muchos rebaños, bonitas alfombras, vajillas y muchos criados y criadas; no los he visto cultivar los campos, pero sí llevar el ganado a pastar. Eran sumamente piadosos, fervorosos, bondadosos, sencillos y rectos. Muchas veces repartían sus rebaños y todo lo suyo en tres partes, y daban al Templo un tercio del ganado, que ellos mismos llevaban allí, donde lo recogían los servidores del Templo. El segundo tercio lo daban a los pobres o a parientes necesitados, de los cuales la mayoría de las veces algunos estaban allí y se lo llevaban. El último tercio y habitualmente el más pequeño lo guardaban para sí.
Vivían muy frugalmente y se volcaban con quien los necesitara. Ya de niña pensaba yo muchas veces que «basta con dar, porque quien da vuelve a recibir por partida doble» al ver que su tercio siempre volvía a aumentar y que pronto estaban otra vez tan boyantes que podían volver a hacer las tres partes.