-
¡VENTUROSOS LOS QUE A EL SE CONFIAN!
Esperanza en la soledad
«Acuérdate de mí cuando estés en el Paraíso» puede ser tema de diálogo con el Señor cuando, después de haberle dejado un tiempo, nos encontremos lejos de EL
Volvemos a María y la encontramos ahora sola, pues Jesús ha muerto. La Virgen, recogida en oración, mantiene con su esperanza a los apóstoles. Tiene grabados en su corazón todos los momentos de la vida del Señor y ya es tiempo de contarlos. Serena la inquietud de aquellos hombres que se encuentran desconcertados y les dice que confíen, que esperen, que den tiempo al tiempo. La precipitación es una señal de que aparece la desconfianza, y María —«Esperanza Nuestra»— consigue reunirlos en el cenáculo. No sabemos cuál sería el tema de conversación, pero es fácil adivinar que, estando Ella presente, se hablaría de Jesús y todos escucharían sus palabras con fe. María supo dar paz a los apóstoles. La Esclava del Señor, cuando es necesario y oportuno, sale del anonimato para continuar la obra de su Hijo. Sabe, porque es Sede de la Sabiduría, cómo decirles aquellas cosas que «ponderaba en su corazón» durante la vida de Jesús y revive en ellos situaciones y palabras con un «algo» especial que les hace descubrir perspectivas nuevas, que Ella —la Mujer entre las mujeres— descubrió a los que, metidos en sus preocupaciones, no supieron darles la profundidad que requerían.
Es el momento en que los apóstoles se dan cuenta de la santidad de María. Hasta ahora, para ellos era la Madre de Cristo, un personaje secundario a quien querían; pero a quien no habían descubierto en su auténtica dimensión.
María, la Esperanza, la Esclava del Señor, aparece a sus ojos tan crecida, tan grande, que vuelve a renacer en ellos la ilusión. Tres días en los que la Virgen demostró la enorme capacidad de amor y de sometimiento hacia todo lo que Jesús en su vida pública había ido enseñando: ¿quién ama más que María? Ni siquiera San Juan, que reclinó la cabeza sobre el pecho del Señor, supo ver la grandeza del corazón de la Virgen hasta que el Señor en la Cruz se la confió.
¿Quién supo confiar en Jesús más que María?
Por eso la esperanza la tenemos que buscar en nuestra Madre. Tenemos que pedirle con fuerza que nos abr a. su corazón y nos explique la vida de Jesús, para que la conozcamos con mayo»" amplitud y nos resulte más sencillo imitarle.
Este salmo 2, que comenzamos llamándole de «La Esperanza», termina, lo terminamos, con esa advocación que podemos repetir mil y mil veces al día: Santa María, Esperanza nuestra, Esclava del Señor, Sede de la Sabiduría: enséñanos a esperar, a conocer y a amar a Jesucristo.
Es en Belén de Judá donde escuchamos, por primera vez, el «Gloria in excelsis Deo», y es precisamente anuncio de un gozo especial: el Rey, el Mesías, ha venido al mundo.
Hay alegría en la tierra porque todavía se puede entonar ese canto.
Jesús puede renacer en nuestro corazón diariamente, y, después de las enseñanzas recibidas, nos es fácil exclamar: ¡Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo!
Como de nosotros depende que se haga realidad en la vida de los hombres este acto de alabanza, enseñaremos que el agradecimiento debe formar parte del amor. Un amor agradecido atrae, porque el agradecimiento en su fondo esconde a la humildad. Y al contemplar las maravillas que Dios realiza en las criaturas, le damos gracias y le pedimos que no se ausente y que siga derramándolas sobre nosotros.
Y es la naturaleza la que nos habla, sin palabras, de la grandeza de Dios. No necesitamos esforzarnos; habla sólo el corazón. Y es la vida misma, que nos brinda la lucha recia para alcanzar el Amor. Deseamos poder exclamar al final del corto periodo en la tierra, al unísono con el apóstol: «He concluido la carrera, he guardado la fe».
Para conseguirlo, la esperanza ocupa un lugar preeminente porque da paso a la Caridad, que es el Amor al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.