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29 enero 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

Santa Gertrudis y las Almas del Purgatorio

Las almas pueden, manifestarse de diversos modos ante nosotros; pidiendo por nuestra oración, perdón y acompañamiento. Santa Gertrudis fue una de las personas que recibió revelaciones de Jesús, y una infinidad de gracias a través de las almas. Ella fue un instrumento que Dios les concedió a las almas del Purgatorio, de esta manera se revelaron muchos de sus misterios.

El propio Jesús le reveló a Santa Gertrudis ésta oración, diciéndole que Él liberaría miles de almas del Purgatorio cada vez que se dijera: "Eterno Padre, te ofrezco la preciosísima Sangre de Tu Divino Hijo Jesús, en unión con todas las Misas celebradas hoy día a través del mundo, por todas las Benditas Almas del Purgatorio, por todos los pecadores del mundo". Amén.

Santa Gertrudis fue tentada por el demonio cuando estaba por morir. El espíritu demoníaco nos reserva una peligrosa y sutil tentación para nuestros últimos minutos. Como no pudo encontrar un asalto lo suficientemente inteligente para ésta Santa, él pensó en molestarla en su beatífica paz mencionándole que iba a pasar larguísimo tiempo en el Purgatorio, puesto que ella desperdició sus propias indulgencias y sufragios en favor de otras almas.

Pero Nuestro Señor, no contento con enviar Sus Ángeles y las miles de almas que ella había liberado, fue en Persona para alejar a Satanás y confortar a su querida Santa. Él le dijo a Santa Gertrudis que a cambio de lo que ella había hecho por las almas benditas, la llevaría directo al Cielo y multiplicaría cientos de veces todos sus méritos.

Las almas tienen en nosotros a quienes pueden ayudarlas a sufrir menos, por lo que buscan que tengamos presente su existencia, su dolor y sufrimiento, y también su bendición de ser almas que ya están salvadas. Cuando un familiar nuestro fallece, debe ser motivo de inmensa alegría pensar que el alma está en el Purgatorio, que se ha salvado. Pero también, y mucho más importante aún, es la necesidad urgente y apremiante de orar e implorar a Dios por esta alma, para que sea liberada.

Cuando un alma tiene que purgar las penas derivadas de lo que le hizo a alguien que aún está vivo (falta de amor u ofensas), tiene en el perdón de esa persona el modo directo de acortar el sufrimiento. Por eso es que las almas están particularmente atentas a la oración de estos familiares o amigos con los que mantienen ataduras originadas en la falta de amor que tuvieron en vida. Buscan el perdón, el restablecimiento de la cadena de amor que no sólo ayuda al alma purgante, sino al que está en la tierra aún, porque el rencor, el resentimiento y el odio dañan a esa alma también.

Es nuestra obligación suprema, como cristianos, ayudar a las Almas del Purgatorio a ser liberadas con prontitud. No sólo las de nuestros familiares y amigos están allí, esperando nuestra ayuda, sino las de millones de almas que agradecerán multiplicando por mil los favores recibidos, cuando entren al Reino y puedan interceder por nuestras propias almas ante Dios. La forma más efectiva es pedir Misas por ellas, la Sagrada Eucaristía, la Sangre de Cristo es el modo más poderoso de liberarlas.

La oración por las Benditas Almas del Purgatorio es el acto más maravilloso de amor que un alma puede dar. Orar por ellas es una demostración de fe en el Reino prometido por Jesús, es una prueba de amor por aquellos que más lo necesitan ya que nada pueden hacer por cuenta propia para acortar sus penas, y es un gesto de unión en la Comunión de los santos, de la Iglesia peregrina en la tierra.

Madre de Dios, y Madre de las almas del purgatorio

(Carlos Rosignoli, S.J. “Maravillas de Dios con las Almas del Purgatorio”)

Ayudemos a las benditas Ánimas del Purgatorio, ya sean de nuestros parientes o desconocidos: por toda la eternidad nos lo agradecerán.

Con este bello título se dio a conocer a Santa Brígida la misma reina de los cielos.

Ego sum ‒dijo– Mater omnium qui sunt in Purgatorio: quia omnes pœnæ quæ debentur purgandis, propter preces meas mitigantur” (revel. 1. 4, c. 138): “Yo soy la madre de todos los que están en el Purgatorio, porque mis súplicas alivian sus penas”.

Y en verdad que si los santos que gozan de Dios pueden aliviar con sus oraciones a los que padecen en aquel lugar de dolor, ¿quién se atreverá ni aun a sospechar que esta prerrogativa no competa en grado eminente a la reina de todos los Santos? Refiere San Pedro Damiano (Opusc. 34, part. 2 cap. 3) la aparición de un alma del Purgatorio, la cual aseguró que en la fiesta de la asunción libraba la Santísima Virgen más almas del Purgatorio que habitantes tiene Roma. Añade además lo que ocurrió a un sacerdote, a quien fue concedido ver una admirable escena en la Basílica de Santa Cecilia, y pasó de esta manera:

Parecióle que despertándole un amigo, muerto poco antes, le rogaba que le acompañase, y le condujo al templo de Santa Cecilia, donde habiendo entrado vio que un coro de vírgenes, entre ellas las Santas Cecilia, inés y Águeda, preparaban un graciosísimo solio a la Madre de Dios, la cual, acompañada de ángeles y de cierto número de bienaventurados, se dejó ver muy luego y ocupó el preparado trono. La majestad que, templada con celestial dulzura, aparecía en el semblante de la gran Señora, al paso que llenaba de gozo a los ángeles, a los santos y a las vírgenes, los tenía también en reverente y obsequioso silencio. Cuando he aquí que comparece una mujer pobremente vestida, pero abrigada al mismo tiempo con una esclavina de precio. Postróse humildemente a los pies de la Santísima Virgen, y con las manos en actitud suplicante empezó a decir llena de ternura:

Madre de las misericordias, os ruego por vuestra piedad maternal que os compadezcáis del pobre Juan Patricio, muerto poco ha. ¡Padece tanto en el Purgatorio!...”

Por tres veces, y siempre con acento más interesante, repitió la súplica, sin merecer respuesta alguna. ella, entretanto, sin desanimarse y alzando más la voz, añadió:

Bien sabéis, ¡oh piadosísima Señora!, que yo soy aquella pobre que pedía limosna a la puerta de vuestra Basílica mayor, donde pasaba buenos fríos durante el invierno, pues no tenía otro abrigo que el de estos harapos que ahora llevo, y que llegando Juan y pidiéndole limosna en vuestro nombre, en ocasión justamente que me veía tiritar de frío, se quitó esta esclavina de sus hombros y me abrigó con ella: tanta caridad hecha por amor vuestro merece alguna indulgencia”.

La Madre de misericordia, para cuyas entrañas era ya mucho hacer repetir tanto una súplica, mirando a la suplicante dijo:

El hombre por quien ruegas es reo por sus muchos y graves pecados de larga pena, mas porque tuvo dos virtudes especiales, la misericordia para con los pobres y la devoción a mis altares, cuidando de su aseo y suministrando aceite para que estuviesen iluminados, quiero usar con él de misericordia”.

Y a la orden de que Juan compareciese ante la santa comitiva, apareció luego un escuadrón de espíritus infernales, y en medio de ellos el reo Juan Patricio, duramente atado con diabólicas ligaduras. Mandó entonces que rompiéndole las cadenas le dejasen en libertad, para que pudiera reunirse a los bienaventurados. Obedecieron, y desaparecieron. Juan, incorporado al sagrado coro, se vio envuelto de una celestial nube, desapareciendo así a los ojos del buen sacerdote. Tal impresión hizo a éste aquella visión, que en lo que le duró la vida no cesó de predicar: “Quanta esset clementia Beatissimæ Virginis erga purgantes animas, quæ in vita devota ipsi obsequia præstiterunt”. Esto es:

Cuánta fuese la clemencia de la Santísima Virgen para con aquellas almas del Purgatorio, que durante la vida procuraron honrarla con devotos obsequios”.