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LA UNION EUCARISTICA
Así, lo que Santo Tomás escribe de la unión por la gracia puede decirse con mayor razón de la unión eucarística: «Es el principio de la bienaventuranza eterna».
Nuestro Señor Jesucristo nos lo ha dicho: Quien comiere este pan vivirá eternamente. Recibiendo al mismo Dios, los bienaventurados en el cielo y los cristianos sobre la tierra, tienen una misma vida. Es cierto que los elegidos poseen a Dios por la visión, mientras que nosotros le poseemos por la fe. Pero la Comunión como la visión nos le da realmente, completamente, sin otro intermediario ni otro obstáculo que el de nuestros pecados o nuestra tibieza. Si nuestra fe fuera lo suficientemente viva para eliminar esta tibieza y ensanchar el alma; si nuestro amor fuera tan ardiente que eliminara todo obstáculo y preparara a la Hostia la recepción que la purificación del purgatorio prepara a la visión eterna, los efectos serían casi los mismos. Saturados de vida eucarística los cristianos viadores se transformarían, de alguna manera, en Dios por la Comunión como los elegidos por la gloria.
¿No parece que Dios, presa de una adorable impaciencia, no puede resolverse a esperar que suene para cada uno de nosotros la hora de la unión bienaventurada? El Amor tiene prisa de contraer la unión que no debe terminar. El se hace pan y se hace vino. El nos dice: Yo soy el alimento de las almas grandes: crece y cómeme; porque no me cambiarás en ti como el alimento de tu cuerpo, sino que tú te cambiarás en Mí.... Venid, amigos míos, comed y bebed. Embriagaos, amados míos.
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¡Oh Jesucristo creador! ¡oh Jesucristo criatura! ¡oh verdadero Dios y verdadero hombre!
¡Oh verdadera carne! ¡oh verdadera sangre! ¡oh verdaderos miembros de un verdadero cuerpo!
¡Oh unión inefable! ¡oh encuentro de inmensidades! ¡oh Señor! Yo voy de vuestra humanidad a vuestra divinidad, de vuestra divinidad a vuestra humanidad; voy y vuelvo. El alma en su contemplación encuentra la divinidad inefable que lleva en sí los tesoros de riqueza y de ciencia.
¡Oh tesoros imperecederos! ¡oh divinidad! En ti bebo las delicias nutritivas, y todo lo que digo y lo que no puedo decir. Veo el alma preciosísima de Jesús, con todas las virtudes, y todos los dones del Espíritu Santo, y la oblación santísima, santísima y sin mancha. Veo ese cuerpo, que es el precio de nuestra redención. Veo la sangre donde bebo la salud y la vida. Y después veo lo que no puedo decir. He aquí, verdaderamente, bajo estos velos, Aquel a quien adoran las Dominaciones, ante quien tiemblan los Espíritus y las temibles Potestades. ¡Oh! Si nuestros ojos se abrieran como los suyos, ¡qué prodigios harían, a las proximidades del misterio, el respeto y la humildad!
Santa Angela de Foligno