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La vida oculta de la Virgen María. Santa Ana Catalina Emmerick
SAN JOAQUÍN Y SANTA ANA
Tenían muchos parientes que en las fiestas se reunían en su casa, pero nunca vi grandes comilonas. De hecho los he visto dar de comer a un pobre de vez en cuando en sus vidas, pero nunca vi verdaderos banquetes. Cuando estaban juntos, habitualmente los veía tumbados en corro en el suelo, hablando de Dios muy esperanzados. Muchas veces vi entre sus parientes algunos malvados que contemplaban con amargura y mal humor que miraran al Cielo tan llenos de anhelo en sus conversaciones.
Pero ellos querían bien a estos malintencionados, no perdían la oportunidad de invitarlos y les daban doble de todo. Muchas veces vi que éstos pedían con malos modos y exigencias lo que la pareja ofrecía con amor. En la familia había pobres a los que muchas veces daban un cordero y a veces más.
—MARÍA DE HELÍ
La primera criatura que Ana alumbró en casa de sus padres fue una hija, pero no era la hija de la Promesa porque al nacer no tuvo las señales profetizadas y su alumbramiento se produjo en tristes circunstancias: Ana, que estaba esperando, tuvo problemas con la servidumbre porque un pariente de Joaquín había seducido a una de sus criadas. Ana, muy compungida de ver vulnerada así la severa disciplina de la casa, reprendió su falta a la criada con cierta dureza, y ésta se tomó su desgracia tan a pecho que malparió antes de tiempo un niño muerto. Ana estaba inconsolable; temía haber tenido la culpa y en consecuencia también dio a luz prematuramente, y aunque su hija vivió, como no tenía las señales de la Promesa y había nacido antes de tiempo, Ana lo tuvo por castigo de Dios y estaba muy afligida pues creía haber pecado.
No obstante se alegraron de corazón con su hijita recién nacida y la llamaron también María. Era una niñita cariñosa, piadosa y dulce que siempre vi crecer gordita y fuerte. Sus padres la tenían mucho cariño pero les quedaba cierta intranquilidad y tristeza porque sabían que no era el fruto santo que esperaban de su unión.
Santa Ana, que se casó tres veces, tuvo de su primer matrimonio con San Joaquín dos hijas. Su nieta María Cleofás también se casó tres veces, primero con Alfeo, de quien tuvo tres niños de la edad de Jesús a quienes llamaron «hermanos del Señor». Al enviudar María Cleofás se casó con Sabas, de quien tuvo a José Barsabas, y al volver a enviudar, se casó por tercera vez y fue madre de Simeón de Jerusalén. (El árbol está deliberadamente incompleto). (Rafael Renedo).
Desde entonces hicieron penitencia mucho tiempo y vivieron en mutua continencia. Ana se quedó estéril, lo que siempre consideraron consecuencia de sus pecados y por tanto redoblaron sus buenas obras. Frecuentemente se retiraban a orar fervorosamente, separados largas temporadas uno de otro; daban limosnas y enviaban ofrendas al Templo.
—LA MUDANZA
Llevaban viviendo de este modo con su padre Eliud unos siete años, como pude ver por la edad de su primera hija, cuando decidieron separarse de sus padres y trasladarse a vivir a la casa de una finca que los padres de Joaquín les habían dado cerca de Nazaret con el propósito de empezar allí de nuevo su vida matrimonial en la soledad y de conseguir la bendición divina para su unión con un comportamiento más grato a Dios.
Vi que tomaron esta decisión en familia y que los padres de Ana prepararon el ajuar de sus hijos. Repartieron sus rebaños y apartaron para el nuevo hogar bueyes, asnos y corderos que eran mucho mas grandes que los que hay por aquí entre nosotros. Cargaron toda clase de enseres, cacharros, recipientes y ropa en asnos y bueyes delante de la puerta; aquella buena gente era tan hábil en cargarlo como los animales en recibirlo y transportarlo; nosotros apenas podemos colocar nuestras cosas en un carro tan hábilmente como lo hacía aquella gente en sus animales.
Tenían una vajilla muy bonita; todos los cacharros eran más lindos que ahora; era como si el maestro alfarero hubiese hecho cada uno con distinto sentimiento y amor. Llenaban y envolvían con musgo unas jarras frágiles decoradas artísticamente con toda clase de imágenes, y las colgaban del lomo de las bestias sujetas al los extremos de una correa. En el lomo de los animales pusieron también toda clase de fardos de mantas multicolores y ropa, y colchas preciosas bordadas en oro. Los que partían recibieron de sus padres una bolsa con un bultito pesado, que podría ser un trozo de metal precioso.
Cuando todo estuvo listo, se incorporaron a la comitiva criados y criadas que arrearon el ganado y las acémilas hasta el nuevo domicilio, que estaba a cinco o seis leguas de allí; creo que venían de parte de los padres de Joaquín. Ana y Joaquín se despidieron con gratitud de sus amigos y sirvientes, y después abandonaron emocionados y llenos de buenos propósitos el que hasta entonces había sido su hogar.
La madre de Ana ya no vivía, pero vi que los padres de ambos esposos los acompañaron a su nuevo domicilio; tal vez Eliud hubiera vuelto a casarse o tal vez hubiera entre ellos familia de los padres de Joaquín. María Helí, la primera hijita de Ana, que tendría seis o siete años, iba también en la comitiva.
—LA CASA DE NAZARET
La nueva vivienda estaba en un sitio muy agradable, una comarca ondulada rodeada de prados y árboles a hora y media o una hora larga a Poniente de Nazaret, en un altozano entre el valle de Nazaret y el de Zabulón. Desde la casa llevaba a Nazaret una cañada orlada con una arboleda de terebintos.
Delante de la casa había un patio cerrado, cuyo suelo me parecía roca desnuda, rodeado por una valla baja de piedras o rocas que tenía encima o detrás de ella un seto vivo de plantas trepadoras. A un lado del patio se encontraban pequeñas edificaciones ligeras para la servidumbre y para guardar todas clase de aperos, así como un cobertizo abierto para albergar el ganado y las bestias.
Alrededor de la casa había varios huertos, y en uno de ellos, cercano a la casa, había un árbol muy singular cuyas ramas se hundían en tierra, arraigaban y brotaban nuevos árboles que hacían lo mismo, formando un círculo de pérgolas.
La casa era bastante grande. En medio estaba la puerta, que giraba sobre sus goznes; el interior de la casa tendría la superficie de una iglesia de pueblo medianamente grande y estaba dividida en las distintas habitaciones con tabiques de zarzo, más menos móviles, que no llegaban al techo. La puerta principal daba a la primera parte de la casa, un gran zaguán que ocupaba toda la anchura, que se usaba para los banquetes, y cuando había muchos huéspedes para distribuirlos por medio de paneles según las necesidades en muchos dormitorios pequeños.
Enfrente de la puerta principal, una puerta ligera en el centro de la pared trasera del vestíbulo daba entrada a la parte central de la casa, es decir a un pasillo que llevaba a los cuatro dormitorios de la derecha y los cuatro de la izquierda de esta parte de la casa. Estos dormitorios también estaban formados con tabiques ligeros poco más altos que un hombre, que por su parte superior terminaban en enrejados abiertos.
Desde aquí, el pasillo llevaba a la tercera parte o parte de atrás de la casa, que no era rectangular, sino que, al igual que el contorno de la casa, terminaba en pico o semicircular como el coro de la iglesia.
En medio de esta parte trasera, frente a la entrada, se alzaba el muro del hogar hasta el tubo de chimenea que había en el techo de la casa; al pie de este muro se hallaba el fogón donde se cocinaba. Delante de él colgaba del techo una lámpara de cinco brazos.
El espacio que estaba detrás y a ambos lados del hogar estaba dividido con mamparos en varios cuartos más grandes. Detrás del hogar, diversos tapices formaban las paredes de los dormitorios, el oratorio, el comedor y el cuarto de trabajo de la familia. Detrás del hermoso huerto de frutales de la casa había campos, más allá un bosque y detrás de él una montaña.
Los viajeros llegaron juntos a la casa y encontraron todo en su sitio, pues los mayores habían mandado gente por delante para colocarlo todo. Los criados y criadas habían descargado y puesto todo en su sitio tan bien y con tanto orden como cuando lo cargaron, pues eran tan serviciales y trabajaban con tanto sentido y tan silenciosamente que no hacía falta mandarles los detalles como ocurre hoy día. Así que enseguida quedó todo tranquilo y sus padres, después que les hicieron entrega de su nueva casa, se despidieron de Ana con bendiciones y abrazos y emprendieron el camino de vuelta con la hijita de Ana, que se volvía con los abuelos.
En tales visitas y parecidas ocasiones nunca vi que esta gente celebrara banquetes, sino que muchas veces se tumbaban en círculo en una alfombra poniendo ante sí unos platillos y jarritas y casi todo el tiempo hablaban de asuntos de Dios y santas esperanzas.