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Hija del Padre y Madre del Hijo por el Espíritu Santo
La Encarnación del Verbo y la gracia sobrenatural. En cuanto que el Verbo es la misma naturaleza divina, la identificación con El se realiza mediante la gracia, que es una participación de la naturaleza divina; y en cuanto que el Verbo es el Hijo (relación ad Patrem), esa identificación se cumple mediante la filiación divina adoptiva, que también Santo Tomás afirmaba ser una participación de la filiación del Verbo.
Además, es necesario considerar la «raíz pneumatológica» de esta identificación (por participación) con el Hijo de Dios. Para esto, escuchemos de nuevo a Scheeben, en un texto particularmente significativo de su intento de síntesis entre la patrística (sobre todo, se inspira en San Cirilo de Alejandría) y la escolástica (especialmente, Santo Tomás): «Según los Padres, al movimiento de salida de las divinas Personas (se refiere a las «misiones») le corresponde otro de retorno, ya que el Espíritu Santo mediante su ingreso, permanencia y operación en nuestra alma, nos conduce a la unión con el Hijo y mediante el Hijo nos lleva al Padre. Mediante la misión, la comunicación del Espíritu Santo, somos hechos partícipes de la divina naturaleza, llegamos así a la comunicación con el Hijo de Dios, el cual renace en nosotros, y de esta manera entramos en relación con su Padre, que entonces se hace también Padre nuestro».
Podemos pues expresar el misterio de lo sobrenatural, en cuanto adopción filial, mediante la fórmula «hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo». Como escribe Juan Pablo II, la dinámica de la vida sobrenatural es participación en «el misterio íntimo de Dios, en aquellas ‘profundidades de Dios’ que se resumen en la síntesis: al Padre, en el Hijo, por medio del Espíritu Santo».
El Dios Uno y Trino es para nosotros un misterio insondable, no sólo en su Ser infinito, sino también en su obrar en el mundo, en la Iglesia y en cada hombre. Es absolutamente necesario afirmar que la Trinidad divina, en su obrar «fuera de Sí» (ad extra<=i>), como causa de infinita eficiencia, «es inseparable»: todo el obrar ad extra de Dios es común al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Esta infinita eficiencia divina se manifiesta especialmente admirable cuando no «termina» en la «producción» de un efecto «exterior a Dios», sino en la «introducción» de un espíritu creado en la Vida trinitaria. Esta introducción, de una realidad en sí misma no divina en la Vida de la Trinidad, ha sido realizada de modo único y supremo en la asunción de la Humanidad de Cristo en la Persona del Hijo de Dios, y se realiza también de maneras diversas en la vida de la Iglesia y en la santificación de los hombres. En este orden de realidades, sobrenaturales en sentido estricto, toda la Trinidad «introduce» al hombre en su Vida íntima, uniéndolo al Amor infinito —al Espíritu Santo—, que es el primero y fundamental Don, por el cual el hombre llega a ser en el Hijo, hijo del Padre. Con palabras ya citadas de Juan Pablo II, el Espíritu Santo es «el principio directo y, en cierto modo, el sujeto de la autocomunicación de Dios en el orden de la gracia». Este admirable misterio, considerado desde otra perspectiva, es el de las misiones invisibles de las Personas divinas, que ciertamente no pueden reducirse ni expresarse en clave de simples apropiaciones.