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6 agosto 2024

Ignacio Domínguez. El Salmo 2. Ed. Palabra, Madrid, 1977

«irrisio... subsannatio... ir»... furor»... El castigo divino

La ira y el furor


Entonces les hablará en su ira y los conturbará en su furor. «Entonces...» ¿Cuándo? El día de la condenación: Id, malditos, al fuego del infierno, preparado para el demonio y sus ángeles... (Mt 25, 41).

Dies irae dies illa: será un día de confusión y de horror, para todos aquellos que se vean alcan­zados por la maldición de Cristo.

Pero esta sentencia se fragua a lo largo de la vida: Secumdum duritiam tuam et impoenitens cor, thesaurizas iram in die irae et revelationis iusti iuditii Dei (Rom 2, 5): con la dureza de tu vida, y tu corazón reacio a la penitencia, vas amontonan­do ira; que caerá sobre ti el día de la ira y del justo juicio de Dios.

Es un buen punto de examen: las grandes bata­llas se pierden o se ganan en el corazón.

El hombre vive como si Dios no existiera. En medio de lascivias y desenfrenos, canta una y otra vez: Comamos y bebamos, que mañana mori­remos (1Cor 15, 32).

Pero en las paredes, un dedo invisible, lentamen­te, escribe la sentencia: Mene, Tecel, Phares (Dan 5, 25).

Mene: Dios ha contado tus días y has llegado al final;

Tecel: Has sido pesado en la balanza: y no das el peso;

Phares: Tu reino —tu vida— será desgarra­do: los enemigos te arrasarán.

El camino de la vida de tantos y tantos se ase­meja al de los descontentos israelitas que cruza­ban el desierto: llegaron a agotar la infinita pa­ciencia de Dios: Taeduit me generationis illius (Sal 94, 10): me dio hastío, tedio, asco, aquella generación.

Dios los había sacado de la tierra de Egipto, de la esclavitud, y los conducía a una tierra que mana leche y miel. Pero muchos quedaron postrados en el desierto: no llegaron a gozar de la patria que les había preparado Dios.

Semper errant corde; non cognoverunt vias meas: No caminan por los caminos de Dios: su corazón anda extraviado.

Por eso, juré con ira: Non introibunt in requiem meam! (Sal 94, 11): ¡No entrarán en mi paz! Esa es la palabra de ira anunciada en el salmo 2: Non in­troibunt! No entrarán. Dios no les concederá el descanso eterno ni los iluminará con la eterna luz de su gloria. Sentados en tinieblas y en sombras de muerte (Sal 106, 10), no tendrán descanso jamás.

En esto para la rebelión de los hombres: no querían estar ligados por los vínculos del amor divino (vincula sunt virtutes —decía Santo To­más), y lo consiguieron al fin; no querían perte­necer al reino de los cielos (noluerunt intra sacra esse sagenam —decía San Atanasio), y lo consi­guieron al fin. Eternamente desvinculados de Cristo, eternamente fuera del reino de Dios.

Ante esta perspectiva, ¿qué importan el aplau­so y la aprobación de las gentes?; ¿qué importan los halagos del mundo y sus glorias?; ¿quién, en su sano juicio, se atreverá a trazar planes vanos y levantarse adversus Dominum et adversus Christum eiusl

«Nada hay comparable a la pérdida de la biena­venturanza, a la desgracia de ser aborrecido de Cristo, y oír de su boca: ¡No te conozco!

»Más valiera que mil rayos nos abrasaran, que no ver que aquel rostro suavísimo nos rechaza, y que aquellos ojos serenos no pueden soportar el mirarnos» (Juan Crisóstomo).

Acojámonos bajo el amparo de Nuestra Señora: Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix... et a periculis cunctis libera nos: Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: líbranos del peligro y del mal.