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31 agosto 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

NOTAS PERSONALES DE LA NARRADORA

[A continuación prosiguió:]

Debo descansar y volver a ver todo lo que he olvidado; la dulce oración al Espíritu Santo me ha ayudado. ¡Es tan lindo y dulce!

[A las 5 de la tarde se quejó:]

Tengo orden de no dejar que nadie me mande ni me mangonee por complacencia. Un conocido ha estado mucho rato diciendo cosas horribles delante de mí, me he enfadado por eso y a continuación me he dormido. Dios ha mantenido su palabra mejor que yo y me ha vuelto a enseñar todo lo que había olvidado, pero en castigo se me ha olvidado otra vez la mayor parte.

[Después dijo lo que sigue, que aunque está repetido en parte, se transcribe porque nadie mejor que ella para aclarar lo que quiso decir. Ana Catalina dijo:]

Vi a las dos mujeres rezando el Magníficat como de costumbre, en pie una frente a otra, y en medio de su oración se me mostró cómo Abraham ofreció a Isaac, a lo que siguió una serie de prefiguraciones relativas al acercamiento del Santísimo Sacramento. Creo que nunca había reconocido con tanta claridad los santos misterios de la Vieja Alianza.

[Al día siguiente dijo:]

He vuelto a saber todo lo olvidado, tal como me lo habían prometido. Estaba muy contenta de poder contar tantas maravillas de los patriarcas y del Arca de la Alianza pero a mi alegría le tiene que haber faltado humildad, pues Dios ha dispuesto que no logre ordenar y contar claramente lo que he visto, pues mucho de ello es indescriptible.

[La causa del nuevo estorbo que se presentaba era un incidente peculiar, a consecuencia del cual se ponía siempre a compartir y acompañar la Pasión, con lo cual todavía se volvía aún más incapaz de contar algo ordenadamente. Por eso, desde que contemplaba repetidamente a las santas mujeres rezando el Magníficat, comunicó desordenada y fragmentariamente muchos datos de la misteriosa Bendición del Antiguo Testamento y del Arca de la Alianza. Estas manifestaciones se han procurado ordenar y reunir en la medida de lo posible, y para no interrumpir mucho la vida de María se guardarán para el momento oportuno o para incluirlas en un apéndice.]

[Jueves, 5 de julio; sabbat, 6 de julio:]

Ayer viernes antes de anochecer, víspera del 6 de julio, vi que Isabel y la Santísima Virgen fueron al huerto de Zacarías que estaba más alejado. Llevaban cestillos con panecillos y fruta pues querían pasar allí la noche. Cuando más tarde también llegaron allí José y Zacarías, vi que la Santísima Virgen salió a su encuentro. Zacarías llevaba consigo su pizarrita pero ya estaba demasiado oscuro para escribir y que María, movida interiormente por el Espíritu Santo, le dijo que esta noche hablaría, tiraría su pizarrita y podría rezar y hablar toda la noche con José.

Al verlo me asombré mucho, sacudí la cabeza y no quise admitirlo, así que mi ángel de la guarda, el guía espiritual que siempre está conmigo, me dijo mientras señalaba a otra parte:

—Tú no te lo crees. Pues mira allí lo que es esto.

Miré donde señalaba y vi un cuadro muy distinto de una época mucho más tardía.

SAN GOAR

Vi al santo ermitaño Goar en una comarca donde estaban segando el grano. Estaban hablando con él los mensajeros de un obispo que le era hostil y que tampoco venían de buena fe. Cuando fue con ellos a ver al obispo, vi que miró en torno suyo buscando un gancho para colgar su capa, y como vio entrar un rayo de sol por un hueco de la pared, colgó su capa en el rayo con toda confianza y la capa se sostuvo en el aire. Me asombró este milagro de la fe sencilla y desde entonces, que Zacarías hablase no me maravilló más que el milagro ocurrido a la Santísima Virgen de que Dios mismo habitase en ella.

Mi guía me estuvo hablando sobre lo que se llama milagro, y todavía recuerdo esto claramente: «Una confianza viva e infantil en Dios con toda sencillez lo realiza todo y todo lo hace sustancia» [Heb 11, 1]. Estas dos afirmaciones me dieron mucha enseñanza interior sobre milagros, que, sin embargo, no soy capaz de repetir perfectamente6.

Los cuatro santos pasaron la noche en el huerto: Se sentaban y comían, iban y venían por parejas conversando y orando, o descansaban por turnos en la casita. Me enteré que José volvería a Nazaret después del sabbat y que Zacarías le acompañaría parte del camino. La luna brillaba y el cielo estaba claro y estrellado. Con aquella santa gente estaba sosegada e indeciblemente bien.

Durante la oración de ambas santas mujeres vi otra vez parte del misterio del Magníficat. Del sábado al domingo, octava de la fiesta, todo se repetirá todo otra vez, así que entonces seguro que podré contar algo. Ahora lo único que se me ha concedido decir es que el Magníficat es el cántico de acción de gracias por el cumplimiento del Sacramento de Bendición de la Vieja Alianza.

Mientras María rezaba vi la serie ininterrumpida de todos sus antepasados. En el transcurso de los años hubo tres veces catorce matrimonios sucesivos, en los que el padre siempre era hijo del matrimonio precedente, y de cada uno de estos matrimonios salía un rayo de luz que venía a parar a María, que ahora estaba rezando.

Esta representación crecía ante mis ojos por momentos, como un árbol genealógico con ramas de luz que se ennoblecían cada vez más hasta que por fin, en un lugar muy preciso del árbol de luz, empezó a refulgir claramente la santa e inmaculada carne de María con la que Dios se haría humano, y la recé alegremente con anhelante esperanza, como un niño que viera crecer el árbol de Navidad delante de sí.

El conjunto era un cuadro de la aproximación según la carne de Jesucristo y su Santísimo Sacramento. ¡Ay!, era como si viera madurar el trigo del pan de vida del que estaba hambrienta.

Es inexpresable, no puedo encontrar palabras para decir cómo se hizo la carne donde se encarnó el Verbo. Cómo podría expresarlo un pobre ser humano, que él mismo es todavía carne, de la que el Hijo de Dios y María dijo que no vale nada, que solo el Espíritu vivifica; el mismo que ha dicho que solo los que gusten su carne y su sangre tendrán vida eterna y resucitarán el último día. Su carne y sangre son la única comida adecuada y solo los que gusten este manjar permanecen el Él, y Él en ellos.

Es inexpresable cómo vi acercarse desde el principio, de generación en generación, la Encarnación de Dios y con ella la aproximación del Santísimo Sacramento del altar. Vi una serie de patriarcas, representantes de Dios vivo entre los seres humanos, y luego al Dios y hombre, el nuevo Adán expiatorio que se entregó como ofrenda y comida al instituir el sacerdocio de apóstoles y que éstos, por la imposición de manos a sus inmediatos sucesores, han propagado ininterrumpidamente de generación en generación hasta su resurrección en el Último Día.

Con todo ello supe que cantar la genealogía de Nuestro Señor Jesucristo ante el Santísimo Sacramento el día del Corpus encierra en sí un misterio grande y profundo. También he sabido que entre los antepasados de Jesús según la carne hubo varios que no fueron santos, sino pecadores, sin que por eso dejaran de ser peldaños de la escala de Jacob por la que Dios descendió a la Humanidad, igual que en los obispos indignos permanece la fuerza de consagrar el Santísimo Sacramento y de conferir el orden sacerdotal con todos los poderes que le acompañan.

Cuando una ve todo esto entiende por qué los viejos libros alemanes de espiritualidad llaman al Viejo Testamento, Vieja Alianza o Viejo Matrimonio, y al Nuevo Testamento, Nueva Alianza o Nuevo Matrimonio. La flor excelsa del Viejo Matrimonio fue la virgen de las vírgenes, la esposa del Espíritu Santo, la castísima madre del Salvador, el vaso venerable, espiritual y de insigne devoción en que el Verbo se hizo carne7.

Pero para contar con la claridad de que sea capaz como me explicaron cómo se acercaba la Humanización de Dios y con ello el Santísimo Sacramento del altar, no puedo hacer otra cosa sino repetir una vez más la forma, extensa y en imágenes, en la que se representó ante mis ojos. En mi estado actual y con tantos estorbos exteriores, no puedo repetirlo en detalle ni en forma inteligible, y solo puedo decir a grandes rasgos que:

Primero vi la Bendición de la Promesa que Dios dio en el Paraíso a los primeros seres humanos y que de ésta salía un rayo hasta la Santísima Virgen, que ahora estaba rezando de pie el Magníficat frente a Isabel. Luego vi que Abraham recibió de Dios esta Bendición, y que de él salió un rayo a la Santísima Virgen; y luego, que de cada uno de los demás patriarcas poseedores y portadores de Lo Santo salió un rayo de luz hasta María; y enseguida, la entrega de la Bendición a Joaquín quien, favorecido en lo más recóndito del Templo con la altísima Bendición del Padre, se tornó capaz de convertirse en padre de la Santísima Virgen María, concebida sin pecado original.

Y en ella, concebido por el Espíritu Santo, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, encubierto nueve meses en ella, en la nueva Arca de la Alianza del Nuevo Testamento, hasta que en la plenitud de los tiempos hemos visto nacer de María la Virgen a Su Majestad, la Majestad del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.