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3 agosto 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

LA ANUNCIACIÓN DE MARÍA

[El 25 de marzo de 1821, dijo Ana Catalina:]

La noche pasada he visto la Anunciación en cuanto fiesta de la Iglesia, y recibí la aclaración precisa de que en esta época del año la Santísima Virgen ya estaba embarazada de cuatro semanas. Me lo dijeron expresamente porque yo había visto ya la Anunciación el 25 de febrero, pero se me olvidó y por eso no lo conté. Hoy he vuelto a ver de nuevo todas las circunstancias externas del acontecimiento.

Poco después de la boda vi a la Santísima Virgen en Nazaret en casa de José, adonde me llevó mi guía. José había salido de viaje por el país con dos burros, me parece que para recoger algo de su herencia o para traer sus herramientas de trabajo; creo que ya estaba en viaje de regreso. El segundo marido de Ana y otros hombres estuvieron en casa por la mañana pero se volvieron a marchar.

Además de la Santísima Virgen y de dos doncellitas de su edad, me parece que de las del Templo, vi en la casa a su madre Santa Ana y a aquella viuda pariente suya que la servía de criada y que más tarde fue con ella a Belén cuando el nacimiento de Cristo. La casa la había amueblado Ana y todo era nuevo.

Las cuatro mujeres entraban y salían ocupándose de la casa y luego pasearon juntas tan contentas por el patio. Al atardecer las vi recogerse en la casa, rezaron de pie en torno a una mesita redonda y luego comieron las verduras que estaban servidas, después de lo cual se separaron.

Ana todavía anduvo un rato de acá para allá como un ama de casa atareada, pero las dos doncellas se fueron a su sitio, que estaba aparte, y María también se fue a su dormitorio.

El cuarto de la Santísima Virgen estaba en la parte trasera de la casa, cerca del fogón, que en esta casa no estaba en medio como en la de Ana, sino más bien a un lado. La entrada estaba al lado de la cocina; había que subir tres escalones, más inclinados que verticales, pues el suelo de esta parte de la casa está sobre una roca que sobresale en esta parte.

Enfrente de la puerta el cuarto era curvo y en esa parte curva, y separada por un mamparo de zarzo más alto que un hombre, estaba enrollado el lecho de la Santísima Virgen. Todas las paredes del aposento estaban revestidas hasta cierta altura con mamparos de varillas entrecruzadas que eran algo más consistentes que los ligeros mamparos que hacían de tabiques móviles. El revestimiento mostraba pequeños motivos ajedrezados o en rombos hechos de maderas de distintos colores. El techo de la habitación estaba formado por vigas corridas, cuyos intervalos se cerraban con cañizos adornados con estrellas.

El refulgente joven que siempre me acompaña me llevó a este cuarto. Quisiera contar todo lo que vi lo mejor que pueda una pobre desgraciada como yo.

Al entrar en su cuarto, la Santísima Virgen se puso detrás del biombo del dormitorio un camisón largo de lana blanca con cinturón ancho, y un velo color hueso en la cabeza. Entretanto, la criada entró con una lamparilla, encendió la lámpara de brazos que colgaba del techo de la habitación y se volvió a marchar.

La Santísima Virgen apartó de la pared una mesita baja que estaba plegada y apoyada a ella y la puso en medio de la habitación. Mientras estaba apoyada en la pared, la mesita consistía solamente en una bandeja móvil que por delante colgaba verticalmente de dos patas, pero María levantó la bandeja a la horizontal, sacó la mitad de una de las patas que estaba plegada, e hizo descansar la mesita en tres patas. El tablero era redondo por la parte que apoyaba sobre la tercera pata.

La mesita estaba cubierta con un tapete azul y rojo con flecos que estaba recogido donde el tablero no era redondo. En el centro del tapete había una figura bordada o pespunteada que ya no sé si era una letra o un adorno, y en la parte curva estaba enrollado un tapete blanco. Sobre la mesita había un rollo de Escrituras.

La Santísima Virgen puso la mesita algo a la izquierda del centro de la habitación, donde una alfombra cubría el suelo entre su dormitorio y la puerta, puso delante un almohadoncillo redondo para arrodillarse, y después se apoyó con ambas manos en la mesita y se arrodilló. Tenía delante y a su derecha la puerta del cuarto y a su espalda el dormitorio.

María dejó caer el velo sobre su rostro y cruzó las manos sobre el pecho, pero no los dedos y así la vi orar fervientemente largo rato con la cara alzada al Cielo. Rogaba por la Salvación, por el Rey Prometido, y pedía que su oración contribuyera un poco a que llegara. Estuvo arrodillada así mucho rato arrobada en oración, y luego hundió la cabeza en el pecho.

En ese momento se derramó a su derecha tal masa de luz que caía oblicuamente desde el techo de la habitación, que me sentí empujada contra la pared de la puerta. En esa luz vi un joven blanco y refulgente, de fluidos cabellos amarillos, que bajaba flotando a ponerse delante de ella; era el ángel Gabriel, que la habló moviendo suavemente los brazos a ambos lados del busto. Las palabras salían de su boca como letras relucientes que yo veía y oía.

María volvió un poco a su derecha su velada cabeza, pero por pudor no lo miró. Pero el ángel siguió hablando y María, como a su orden, volvió el rostro hacia él, levantó un poco el velo y le respondió. Tornó a hablar el ángel y María levantó su velo, miró al ángel y replicó las sagradas palabras:

—He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

La Santísima Virgen estaba profundamente arrobada. La luz llenaba el cuarto y yo no veía el brillo de la lámpara encendida ni el techo de la habitación. El cielo parecía abierto, y un rayo de luz me permitía mirar por encima del ángel: en el origen del torrente de luz vi la figura de la Santísima Trinidad como un fulgor triangular cuyos rayos se penetraban recíprocamente, en la que distinguí lo que solo puede ser adorado, pero no expresado: Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo y sin embargo un solo Dios Todopoderoso.

Entonces la Santísima Virgen dijo:

—Hágase en mí según tu palabra.

y vi la alada aparición del Espíritu Santo, aunque no exactamente en la forma de paloma en que se representa habitualmente: la cabeza era un rostro humano que expandía luz como alas a ambos costados de su figura, y de cuyo pecho y manos vi brotar torrencialmente tres chorros de luz al costado derecho de la Santísima Virgen, en cuyo centro se reunieron.

Cuando esta luz penetró en su costado derecho, la Santísima Virgen se volvió totalmente traslúcida y como transparente y fue como si ante esta luz, la opacidad se retirara como la noche. En ese momento María estaba tan traspasada de luz que nada de ella parecía oscuro o encubierto, toda su persona estaba resplandeciente y luminosa.

Después vi desaparecer al ángel y retirarse el haz de luz que salía de él. Fue como si desde el cielo hubieran reabsorbido aquel torrente de luz. Mientras la luz se retiraba, cayeron sobre la Santísima Virgen muchos capullos de rosas blancas, cada una con una hojita verde.

Mientras veía todo esto en la habitación de María, tuve una peculiar sensación personal, la angustia permanente de que me tendían un lazo, y entonces vi una asquerosa serpiente que subía arrastrándose por la casa y los escalones hasta la puerta donde yo estaba. Cuando la luz penetró en la Santísima Virgen, el monstruo ya había llegado al tercer escalón.

La serpiente tenía el tamaño aproximado de un chiquillo, la cabeza ancha y plana y a la altura del pecho dos patitas membranosas con garras, como alas de murciélago, con las que se desplazaba. Tenía toda clase de manchas de colores repugnantes y recordaba a la serpiente del Paraíso, pero más espantosa y deforme.

Cuando el ángel desapareció del aposento de la Santísima Virgen, pisó delante de la puerta la cabeza de este horror, que rugió tan espantosamente que me estremecí. Entonces vi aparecer tres espíritus que echaron al monstruo fuera de la puerta de la casa a golpes y patadas.

Después que aquel ángel desapareció, vi que la Santísima Virgen, completamente recogida y sumida en profundo éxtasis, reconocía y adoraba en su interior la encarnación del Salvador Prometido, en forma de una figurita humana de luz con todos sus miembros ya formados, incluso los deditos.