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24 agosto 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

Sigue MARÍA Y JOSÉ LLEGAN A CASA DE ISABEL Y ZACARÍAS

Isabel y María pasaron la puerta de la casa y entraron en una sala que me parece que era también la cocina. Allí se tomaron de los dos brazos; María saludó a Isabel con mucho cariño y se arrimaron sus mejillas.

Otra vez volví a ver que María irradiaba una luz a Isabel, con la que ésta se volvió totalmente traslúcida y su corazón se enterneció y conmovió de gozo santo y se llenó de fervor. Dio entonces un paso atrás con las manos en alto y llena de humildad, alegría y exaltación, exclamó:

—Bendita eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde me llega que venga a mí la madre de mi Señor? Mira, cuando tu saludo llegó a mis oídos, el niño saltó de alegría bajo mi corazón. ¡Oh, bienaventurada seas! Tú has creído y se cumplirá lo que se te ha dicho de corazón.

Con estas últimas palabras llevó a María al cuartito que había preparado para que se sentara y reposara del viaje; fueron solo unos pasos. Pero María soltó el brazo de Isabel, cruzó sus manos sobre el pecho y entonó su cántico de alabanza:

—Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues, ¡mira! de ahora en adelante me alabarán por bienaventurada todas las generaciones, porque ha obrado en mí el Grande, el Poderoso, cuyo nombre es Santo y cuya misericordia está de generación en generación con quienes le temen. Ha puesto poder en su brazo y dispersó a los soberbios en los pensamientos de sus corazones; derrocó de su sedes a los poderosos y ensalzó a los inferiores; a lo hambrientos los llenó de bienes y a los ricos los despidió vacíos. Ha aceptado a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia como había prometido a nuestros padres, a Abraham y su descendencia por toda la eternidad.

En la ocasión mencionada anteriormente en que el viejo esenio Eliud conversó con Jesús sobre este acontecimiento, le oí explicar maravillosamente todo el himno de alabanza de María, pero me siento incapaz de repetir aquella explicación.

Vi que Isabel rezó todo el Magníficat con ella y con la misma inspiración. Luego las dos se sentaron en unos asientos muy bajitos ante una mesita que tampoco era muy alta y que tenía un cuenco pequeño. ¡Yo era tan dichosa! ¡He rezado con ellas y me he sentado también cerca de ellas! ¡Era tan dichosa!

[Esa mañana, Ana Catalina contó que todo esto había pasado el día anterior, y a primera hora de la tarde contó en sueños:]

Ahora también están juntos José y Zacarías, conversando sobre la proximidad del Mesías según el cumplimiento de las profecías. Zacarías es un anciano alto y guapo, vestido de sacerdote, que contesta siempre por señas o escribiendo en una pizarra. Están sentados en un porche abierto que da al jardín y está a un lado de la casa.

María e Isabel están sentadas en una alfombra en un espacio abierto bastante grande del jardín, tras el cual hay una fuente de la que brota agua cuando se quita el tapón. Todo alrededor veo hierba, flores y árboles con ciruelitas amarillas. Toman juntas panecillos y frutas pequeñas del zurrón de viaje de José. ¡Qué sencillez y qué frugalidad más conmovedora!

En la casa hay dos criadas y dos criados a los que veo ir y venir para preparar una mesa con comida bajo un árbol. Llegan José y Zacarías y comen algo. José quería volverse enseguida a Nazaret, pero seguramente se quedará ocho días. No sabe nada del estado de buena esperanza de la Santísima Virgen; Isabel y María se lo callan; ambas mantienen en su interior una mutua relación, honda y secreta. Varias veces al día, y sobre todo cuando estaban reunidos antes de comer, las santas mujeres recitaban una especie de letanía³.

José la rezaba también con ellas y entonces yo veía que aparecía entre ellos una cruz; y es que entonces no solo había una cruz, sino que era como si se visitaran dos cruces4.

[El 3 de julio contó:]

Ayer por la tarde cenaron todos juntos y estuvieron sentados casi hasta media noche junto al farol y bajo el árbol del jardín. Después vi a José y Zacarías solos en un oratorio, y a Isabel y a María en su cuartito: estaban de pie, se daban frente una a otra y rezaban juntas el Magníficat muy recogidas y como arrobadas.

Además de los vestidos ya descritos, la Santísima Virgen llevaba también un velo negro transparente y lo dejaba caer cuando hablaba con hombres.

Hoy Zacarías ha llevado a José a otro huerto que está más apartado de la casa; Zacarías es puntual y ordenado en todas sus cosas. El huerto está muy bien plantado y cuidado, tiene hermosos árboles y mucha clase de frutos, y en el medio, un umbrío emparrado.

Escondida en un extremo del huerto se encuentra una casita de recreo que tiene la puerta a un lado. En la parte alta de la casa hay huecos de ventanas pero están cerradas con cerrojos. Dentro hay una tumbona de mimbre acolchada con musgo o con otras hierbas finitas; allí vi también dos figuras blancas del tamaño de niños; no sé exactamente cómo habían llegado allí ni lo que significaban, pero me resultaron muy parecidas a Zacarías e Isabel, solo que mucho más jóvenes.

Hoy por la tarde vi a María e Isabel ocuparse juntas de la casa. La Santísima Virgen participaba en todas las tareas domésticas y preparaba toda clase de cosas para el niño que se esperaba. Las vi trabajar juntas en una colcha grande, un tapiz para dormir cuando Isabel estuviese recién dada a luz. Las judías, cuando daban a luz, se servían de estas colchas, en cuyo centro estaba bien sujeto un saco en el que la madre y el niño podían arroparse completamente; se metían dentro como en un gran zapato o en un barquito, y allí estaban tan envueltos como un bebé fajado en sus pañales.

Allí podían estar tumbadas o incorporadas apoyándose en cojines. La alfombra tenía bordados en el borde versículos y flores.

Isabel y María preparaban también toda clase de cosas para regalar a los pobres por el nacimiento del niño.

Durante la ausencia de la Sagrada Familia, la madre Ana enviaba a menudo a su criada a que mirase todo en la casa de Nazaret, y una vez también he visto que fue ella misma.

[El 4 de julio contó que:]

Zacarías ha salido a pasear por el campo con José. La casa está solitaria en lo alto de una colina; es la mejor casa de la comarca. Alrededor, hay otras casas diseminadas. María está algo cansada y está en casa sola con Isabel.

[El 5 de julio dijo:]

Zacarías y José pasaron la noche en el huerto alejado de la casa; a ratos dormían en la casita del huerto y a ratos rezaban en el huerto al aire libre. Al romper el día volvieron a casa. Isabel y la Santísima Virgen estaban en casa; todos los días rezaban juntas por la mañana y por la noche el Magníficat que María había recibido del Espíritu Santo cuando la saludó Isabel.

Con el saludo del ángel, la Santísima Virgen estaba consagrada como Iglesia. Con las palabras «Mira, soy la criada del Señor, que me ocurra según su palabra», el Verbo entró en ella, entró Dios y lo saludó su sierva la Iglesia. Ahora Dios estaba en su Templo; María era el Templo y el Arca de la Alianza del Nuevo Testamento. El saludo de Isabel y el movimiento de Juan bajo el corazón de su madre, fueron el primer oficio divino de la comunidad ante este Sagrario.

Pero cuando la Virgen pronunció el Magníficat, la Iglesia celebró con un Tedeum de acción de gracias la Nueva Alianza, su Nuevo Matrimonio, una vez cumplida la promesa de la Vieja Alianza, el Viejo Matrimonio. ¡Ay, quien pudiera expresar qué conmovedor era contemplar esta devoción de la Iglesia a su Salvador ya antes de que naciera!

Esta noche, mientras veía rezar a la Santísima Virgen, tuve muchas visiones y explicaciones sobre el Magníficat, y cómo se acercaba ya el Santísimo Sacramento en el estado en que la Santísima Virgen se encontraba entonces. Pero ahora me encuentro tan mal y tan enferma, que eso tiene la culpa de que se me haya olvidado casi todo lo que vi.

Desde donde el Magníficat dice: «Tú has puesto fuerza en tu brazo» se me aparecieron toda clase de prefiguraciones que hubo en el Antiguo Testamento sobre el Santísimo Sacramento del altar. Entre ellas, una imagen de Abraham cuando ofreció a Isaac y otra de Isaías que anunció algo a un mal rey y éste le insultó. Se me ha olvidado. Entre Abraham e Isaías y entre éste y la Santísima Virgen vi muchas cosas, y en todo ello cómo el Santísimo Sacramento se iba acercando a la Iglesia de Jesucristo, el mismo Jesucristo que ahora reposaba bajo el corazón de su madre5.

[Cuando acabó de decirlo, Ana Catalina rezó la letanía del Espíritu Santo y el Veni Sancte Spiritus y se durmió sonriendo. Al cabo de un rato dijo con muchísima ternura:]

Hoy ya no tengo nada más que hacer y nadie debe encargarme nada, pues tengo que volver a ver todo que se me ha olvidado. Cuando tenga un rato de tranquilidad debo aprender y contar todo lo relativo a Lo Santo del Arca de la Alianza, el Santísimo Sacramento de la Vieja Alianza. He visto aquellos tiempos de paz; eran buenos tiempos. He visto al Escritor junto a mí y tengo que enterarme de todo. Con estas palabras se iluminó su rostro, que en sueños parecía florecer como el de una niña. Sacó de debajo del cobertor sus manos marcadas con las llagas y dijo:]

Hace mucho calor aquí en la Tierra Prometida. Ahora salen todos al jardín de la casa, primero Zacarías y José y luego Isabel y María. Han tendido un cobertor bajo el árbol como para hacer una tienda de campaña. Allí a un lado veo asientos muy bajitos con respaldo.