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19 agosto 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

Una liturgia eclesial de reparación

Fiesta de la Presentación de la Virgen María en el Templo. Hacia el final de la oración, veo a la Santí­sima Madre de Dios radiante, escoltada por varios án­geles y santos, que desciende del Cielo para ir en un gran rayo de luz hasta el Purgatorio. Ella tiende las manos hacia delante, como impaciente por ver a sus hijos que están en el lugar de expiación, y dos ángeles majestuosos le abren el camino, de alguna manera: yo creo que son San Miguel y otro de los santos arcánge­les, no sé cuál. Cuando la Santísima Virgen aparece en el Purgatorio, hay fiesta y gran júbilo; las almas se vuelven hacia Ella cantando, diciendo alabanzas, con- fiándole intenciones también. Mi Ángel de la guarda me explica:

A veces el Altísimo concede a algunas almas que están todavía en el Purgatorio, conocimientos sobre sus parientes o amigos que están todavía entre vosotros en la tierra: necesidades o peticiones formuladas en la oración.

Y estas almas benditas interceden entonces en favor de estos parientes o amigos; se dirigen para eso a la Virgen Inmaculada, ya que saben que encuentran en ella una Reina poderosa y una Madre amante
.

Yo contemplo entonces este espectáculo luminoso desvelado a mi vista interior por la gracia de Dios. Y la Santísima Virgen extiende sobre estas almas, como tesoros de perlas, gotas cristalinas que emanan de sus dedos y también de su Corazón maternal, símbolos de los consuelos infinitos que el Señor concede a las ben­ditas almas del Purgatorio, y de los cuales la Madre Purísima es la tesorera y dispensadora. Yo veo a la Virgen María que se acerca a tal o cual alma, reconfor­tándola con palabras muy dulces, y las almas de alre­dedor, llenas de júbilo, se alegran de la visita que su Madre les hace con ocasión de su fiesta, pero también de las gracias y favores que obtiene a las almas y a todo el Purgatorio; y la Reina del Purgatorio toma a manos llenas toda clase de consuelos que me muestra como gotas de rocío que ella saca de dos grandes co­fres de oro que llevan los ángeles. Mi Ángel de la guarda me dice:

Estas son todas las oraciones, los sufragios,
los actos de virtud y de piedad,
los anhelos de amor y las prácticas de caridad
que vosotros hacéis en favor
de estas almas benditas.
Es el tesoro de vuestros sufragios en su favor,
de los cuales la Virgen Inmaculada
ha sido constituido guardiana
y que ella distribuye sin cesar
a las almas del Purgatorio.
¡Fíjate cómo hay que rezar!
Estos cofres tienen que estar siempre
desbordantes de vuestras buenas obras,
vuestras oraciones, y vuestros anhelos de amor
en favor de estas benditas almas del Purgatorio
.

Los santos que este día escoltan a la Virgen María, su Reina, van también a consolar y a visitar a algunas almas; son tres: un papa (San Gelasio), un mártir y un joven clérigo, todos con una aureola de luz; ellos se inclinan, con un amor, una delicadeza indecibles, sobre algunas almas, a las que consuelan y ayudan a soportar en la alegría las penas del Purgatorio. Mi Ángel lo explica:

Estos tres santos vienen a asistir
y consolar a sus hijos
que están en el Purgatorio,
es decir, las almas de las que son los patronos,
o las que han tenido hacia ellos
una particular devoción.
La Iglesia celebra su fiesta hoy
y, con esta ocasión, vienen a visitar
y a consolar a las benditas almas
.

Después, todo se borró de mi vista interior. Yo me quedé embargado por una alegría inmensa. Más tarde, en la Santa Misa, vi todavía, en una gran luz que ro­deaba al celebrante y el altar, múltiples almas que se asociaban por la oración y obtenían numerosas gra­cias. El Ángel me dijo entonces:

Mira, hijo mío, las benditas almas del Purgatorio se unen a la liturgia de la Santa Iglesia, a sus fiestas, a sus celebraciones y a sus oraciones. Hay en el Purgatorio como una gran liturgia que está íntimamente ligada a la liturgia de la tierra,

igual que ésta está ordenada a la liturgia celeste. Pero la liturgia del Purgatorio es, ante todo, liturgia de adoración y de reparación.
La Reina del Universo viene a consolar
a estas almas santas
en cada una de sus fiestas y, sobre todo,
cuando la Iglesia celebra, en la alegría,
su Inmaculada Concepción
y su gloriosa Asunción.
Cada día, los santos que la Iglesia festeja
van al Purgatorio
para consolar y asistir a todos sus hijos
que sufren todavía.
Cada día, los ángeles del Altísimo
vienen al Purgatorio
como mensajeros del Amor divino
para las almas benditas.
La mayor fiesta del Purgatorio
es la conmemoración de los difuntos,
el 2 de noviembre:
las almas reciben entonces inmensos consuelos,
y reflejos de esta gran fiesta que van a iluminar
hasta el Gran Purgatorio.
La Santa Iglesia toda entera está, entonces,
unida en una gran oración de intercesión
en favor de todas las almas del Purgatorio,
y todas se benefician de gracias en ese día,
incluso las más abandonadas;
también las del Gran Purgatorio:
es el gran misterio de las comunión de los santos
.

Hacia el final de la Santa Misa, cuando estaba en la acción de gracias, vi numerosas almas que se elevaban en la gloria celeste, escoltadas y rodeadas por sus án­geles de la guarda y numerosos santos: es la Santísima Virgen quien las recibe ante el Trono de Dios y quien, de alguna manera, las introduce en el Cielo, abriéndo­les la puerta. Janua Coeli, ora pro nobis! (¡Puerta del Cielo, ruega por nosotros!).

Entre estas almas está la de un sacerdote al que los ángeles pasan con respeto una casulla y una estola te­jidas en oro fino; su Ángel de la guarda, pasa también ante él, llevando un lirio en su mano derecha y un ramo de rosas rojas en la izquierda. Es Ignacio de Lo- yola quien saluda primero a este sacerdote; después vienen, resplandecientes de la gloria del Cielo, Luis Gonzaga y, un poco más allá, los Apóstoles Pedro y Pablo, el papa Pío XII y Teresa de Ávila. Todos con­ducen a este sacerdote hasta la Virgen María: Ella le abre los brazos sonriendo; él, levantando el rostro ha­cia ella, le muestra a otro sacerdote que está todavía en el Purgatorio; al fin, todos entran en la beatitud ce­leste. El sacerdote que permanecía en el Purgatorio, en esta Antesala del Cielo, se acerca a mí y me dice:

¿Quieres rezar por mí, hijo mío? Es mi hermano quien ha ido hacia Dios, con los santos por los que él tenía una especial devoción. Nosotros somos dos hermanos, nos hemos entregado a Dios juntos... El murió antes que yo y hoy nos hemos encontrado otra vez.

Este santo sacerdote está radiante, tiembla de emo­ción, de dicha, y me habla con afecto.

Qué dichosos somos cuando uno de nosotros va al Cielo;

es un poco como el anuncio de nuestra futura liberación. Y mi dicha es mayor, ya que es mi hermano... El rezará por mí en el Cielo
.

¡Qué palabras más maravillosas! Yo prometí a este sacerdote que rezaría por él, que no le olvidaría, y me dijo como conclusión:

Cada día es de un movimiento incesante.
Hay sin cesar, almas que llegan,
otras que se van al Cielo,
sobre todo en las grandes fiestas de la Iglesia
y el sábado, porque es el día de Nuestra Señora,
de nuestra buena Madre y Soberana.
Todo es acción de gracias aquí,
Pero, sobre todo, una gran liturgia de reparación
y de expiación por todos los pecados
que hemos cometido anteriormente...
Una gran liturgia de amor en comunión
con la de la tierra y la del Cielo
.

Después, todo se borra de mi vista interior. Mi Ángel me bendice. Yo rezo, y mi alma queda en una paz suave.