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Un séptuple manantial de alegría y de gozo
Cundo estaba en oración por la tarde, he visto el Purgatorio desplegarse a mi vista interior bajo la forma de una especie de globo de fuego en el que había un perpetuo e intenso movimiento. Esta fue una visión precisa y clara, intelectual. Yo contemplaba este globo ardiente y que se movía sin cesar, en el que las almas se encontraban como inmersas y como encerradas. Había, de vez en cuando, algunas que surgían como estrellas fulgurantes, para subir al Cielo en una gran luz; otras, al contrario, como cometas oscuros subían de la tierra para incorporarse a este globo, de donde surgían más tarde, radiantes, para elevarse al Cielo...
Yo veía este globo como bañado en un torrente de luz muy dulce que en grandes olas se derramaba del Corazón Eucarístico de Jesús. Este torrente se me mostró como el río infinito de la Caridad divina, y rodeaba y penetraba en el globo, y por lo tanto el Purgatorio, y lo impregnaba extendiéndose en siete ríos de amor que son la plenitud fecunda de la Caridad divina en el Purgatorio. Vi también que este fuego de la Caridad divina es el que también quema en el Purgatorio, pero soy incapaz de explicarlo.
En el mismo Purgatorio, que es el estado en que las almas se encuentran, por así decirlo, mantenidas en el seno de la Caridad divina que las purifica, he visto los siete ríos como un séptuple manantial de alegría y dicha que se despliega sin cesar: era muy hermoso y consolador. He comprendido cómo las almas del Purgatorio se encuentran inmersas totalmente en la Caridad divina, y cómo se ejerce la alegría del Amor divino en el Purgatorio. Me mostraron esta felicidad profunda de las almas del Purgatorio, luz, llama ardiente que quema e ilumina a estas benditas almas para purificarlas y unirlas plenamente.
Primero, he visto cómo estas benditas almas están unidas en el amor de Dios por una tierna caridad, y por una muy delicada compasión que las incita constantemente a orar unas por otras, de manera totalmente desinteresada, a alegrarse de la partida hacia el Cielo de una u otra, a mantenerse en una ardiente compasión hacia aquellas que llegan de la vida terrestre, a repartirse así, de alguna manera, los sufragios que llegan para ellas. ¡Es muy emocionante!; esto da ejemplo de lo que debe ser nuestra caridad fraterna aquí abajo.
Después, he podido contemplar la alegría extrema de las almas del Purgatorio en el seno de la luz del Amor divino; ellas ya no están en la duda ni en el temor, no conocen ya la angustia ni la tentación; están definitivamente liberadas, no solamente del pecado, sino también de toda tentación, y de toda ocasión de pecado; están aseguradas así de no ofender ya más a Dios e incluso, de glorificarle gozando de la experiencia que ellas tienen de Su Santidad, aunque sea a través de los rigores ardientes de su estado; saborean ya en cierto modo su salvación experimentando las primicias. Todo esto es causa para ellas de una gran alegría.
He visto también que las benditas almas tienen la alegría, la dicha suave, inefable de poseer a Dios de una cierta manera, como a través de un velo, y de conocerle en un gran número de misterios consoladores que ellas pueden experimentar en la actualidad, como por ejemplo, el de la inmortalidad y el de la vida eterna o el de la comunión de los santos: estos misterios les son manifestados de múltiples formas y ellas pueden aprehenderlos por así decirlo desde el interior, lo que es una fuente de grandes alegrías para ellas.
Otra causa de dicha para estas benditas almas es recibir los sufragios de la Iglesia militante, en la liturgia a la que ellas se unen de una forma que les es propia, participando y obteniendo grandes consuelos constantemente renovados; ellas rezan, con una perfecta pureza y rectitud de intención, por la conversión de todos los hombres y por su santificación, para la extensión el Reino de Dios, cuya gloria es su única aspiración; y como estas benditas almas no tienen otro deseo más que la gloria de Dios, esta oración es tan pura y perfecta que es muy fecunda y eficaz.
La alegría misma de la esperanza es inefable: la dicha de estar salvadas con seguridad, y también de ser de ahora en adelante impecables, de contribuir con ello a la gloria de Dios. Ellas viven una esperanza radiante de la que nosotros somos incapaces de hacernos una idea; es tan serena, poderosa, desinteresada y pura, fuente de alegrías nuevas y de un río de acción de gracias que se repite sin parar. Estas benditas almas están sumergidas en la esperanza, que es su estado permanente; es para ellas un intenso júbilo: perciben que le van a poseer, por el efecto de la misericordia de Dios en ellas, y no tienen ningún temor de perderle, ni ninguna impaciencia impetuosa por alcanzarle. En una suave alegría en medio de sus penas, esperan en Dios.
Vi también otra alegría muy delicada, exquisita, la de las numerosas visitas que realizan la Santísima Virgen, los ángeles y todos los santos a las almas del Purgatorio, cuando Dios lo permite, para aliviarlas, animarlas, fortificarlas y, finalmente, liberarlas, o más exactamente, escoltarlas y acompañarlas cuando llega la hora de la liberación. Estas benditas almas del Purgatorio saborean también la dicha de ser amadas, de saberlo, de tener la experiencia personal y de poder, a su vez, corresponder a este amor, de ser agradecidas a la infinita bondad de Dios y a todos los habitantes de la Jerusalén celestial, comenzando por la Virgen María, Reina del Cielo y de la tierra. Yo he visto que una sola visita de la Inmaculada Virgen María ilumina todo el Purgatorio: todas las almas, incluso las más abandonadas, se benefician y reciben consuelos, ya sea por ver a alguna de ellas consolada, ya sea por la simple intervención de la Santísima Virgen que les anuncia su futura liberación.
Entre todas estas alegrías, y en medio de ellas, como en el centro mismo del manantial, una dicha más específica y más general se eleva como encerrando, de alguna manera, todas las demás, que son como sus manifestaciones: la alegría primera del Purgatorio, la de estar abandonada a la Pura Voluntad de Dios, y no querer más que lo que El quiere, y, por eso, ser obediente a la realización de su Pura Voluntad divina. ¡Esto es espléndido! Me han enseñado que todas las almas del Purgatorio saborean más o menos esta séptuple alegría, y que la mínima participación del alma en una u otra es incomparablemente más dulce y suave que todo lo que nosotros conocemos como más exquisito aquí abajo: los más duraderos e incluso los más intensos momentos de dicha en nuestra tierra no son nada en comparación con la más pequeña alegría del Purgatorio.
Esta visión interior ha sido para mi alma una gracia inestimable, un consuelo indecible. Es bueno que sepamos cuánto sufren y expían las benditas almas del Purgatorio y esto debe incitarnos, sobre todo, a no olvidarlas ni dejarlas de lado, y a rezar por ellas; pero también es bueno y aconsejable para nosotros conocer sus alegrías, dar gracias a Dios, contribuir con nuestras oraciones y nuestros sufragios. Y la vista de su alegría, que es tan pura y sobrenatural, tan verdadera en este gran misterio de luz y de verdad que es el Purgatorio, debe inflamar nuestros corazones de caridad y agradecimiento hacia Dios, y establecernos en una inquebrantable esperanza. ¿Podré jamás agradecer lo bastante al Señor todas estas gracias, toda esta magnanimidad de su Amor infinito que dispensa gratuitamente a mi miseria? El ha querido hacerme entrever el reflejo de su Amor, de su Bondad infinita, en el misterio del Purgatorio, y Él vigila siempre, como un Padre amante; y estas realidades sobrenaturales, de las que Él quiere alimentar nuestras almas, serán para nosotros el objeto de una contemplación fiel y amante, un enriquecimiento espiritual y la ocasión de rezar, de dar gracias. Por esta razón, también, quiere que estas cosas sean escritas y conocidas. Él ha puesto en mi camino a un santo sacerdote, un padre muy bueno y hombre de oración. Por esta paternidad espiritual, por esta dirección firme y buena, Dios ha querido guiarme. Él ha permitido también que, gracias a la obediencia, estas grandes realidades del Purgatorio sean recibidas en la oración y que yo escriba todo a pesar de mi repugnancia a hacerlo. Ahora lo hago con gusto, ya que sé que es para la gloria de Dios y para el bien de las almas, sobre todo, las del Purgatorio. ¡Ojalá puedan estos textos contribuir a hacer amar más a estas almas, hacer rezar todavía más por ellas! Entonces la Voluntad de Dios será cumplida. Eso me decía un día mi Ángel de la guarda sobre una visión severa y muy sobrecogedora del Purgatorio:
Hijo, permanece en la paz de Dios.
Debes escribir todo lo que se te muestra,
todo lo que se te dice.
Es para Gloria del Altísimo.
La obediencia lo exige, hazlo entonces.
La gloria de Dios lo exige,
incluso aunque no lo comprendas.
Estos escritos pueden hacer
mucho bien a las almas,
pueden incitar a rezar más
por las almas del Purgatorio.
Si tú supieras que una sola alma del Purgatorio puede ser liberada gracias a estos escritos, no dudarías...
Entonces, escribe por amor y por obediencia. Todo esto se te da para la Santa Iglesia: no lo guardes avariciosamente, ¡no encierres en tus manos este don de Dios! Sé un pequeño instrumento, un simple canal...