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9 julio 2024

Ignacio Domínguez. El Salmo 2. Ed. Palabra, Madrid, 1977

«ADVERSUS DOMINUM ET ADVERSUS CHRISTUM EIUS» ¡contra Dios!

Dios es el adversario: adversus Dominum et adversus Christum eius; el que hace sombra, el que estorba, el que frena la marcha del mundo, el que impone barreras y prohibiciones, el que dicta man­damientos anuladores de la libertad.

Por eso se lucha contra El. Se pretende borrar la idea de Dios y el dominio de Cristo: Nolumus hunc regnare super nos (Lc 19, 11): no queremos que Cris­to reine sobre nosotros.

Quizá no se ponían de acuerdo para otras co­sas: en esto, empero, sí: convenerunt in unum:

Los fariseos no se entendían con los saduceos. Pero para acusar a Cristo, sí;

Los escribas y los sacerdotes, los sanedritas y los herodianos, se despreciaban mutuamen­te, tenían discordias y divisiones entre ellos. Pero para acusar a Cristo y condenarlo se pusieron de acuerdo: convenerunt in unum: Habéis oído la blasfemia, ¿qué os parece? Y dijeron todos: Es reo de muerte (Mc 14, 54).

Pilato y Herodes se odiaban profundamente y era pública su enemistad. Pero a la ho­ra de dar muerte a Cristo, convenerunt in unum: se hicieron amigos (Lc 23, 12).

Y la historia se repite:

Julián el Apóstata: «¡Venciste, galileo!»

Voltaire: «Aplastemos al infame»: el infame es Jesucristo.

Sartre: «Si hubiera Dios, ¿cómo no iba a ser yo mismo Dios?»

No se trata simplemente de la actitud del necio que dijo en su corazón: «No existe Dios» (Sal 13, 1); no se trata meramente de vivir como si Dios no exis­tiera... Es más: Es la lucha de las tinieblas contra la luz, es el ateísmo militante, las luchas progra­madas, propaganda, filosofías, novelas, cine, por­nografía comercializada... Es la lucha contra el plan de Dios, realizado en Cristo.

Por eso, al leer el Evangelio, no deja de ser sor­prendente la saña que se despliega contra Jesús desde Belén hasta el Calvario.

¿Quién es éste al que buscan con tanta saña?

Buscan ad perdendum eum —para perderle— a un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre (Lc 2, 7).

Buscan ad tradendum eum —para entregarlo con traición— a un Hombre manso y humilde de corazón (Mt 11, 19).

Buscan ad delendum eum —para destruirlo— al Autor de la vida (Hech 3, 15): Una lucha sin cuartel adversus Dominum et adversus Christum eius.

«Non praevaleat homo!»: ¡Señor, que no pre­valezca el hombre!

Volvamos de nuevo a Pío X, que en él encontra­remos unas pistas de actuación y nos ayudará a hacer algún propósito concreto. Por ejemplo, és­te: convicción profunda de que «el bramido de las gentes y los planes vanos de los pueblos con­tra su Autor», no pueden ser impedimento para que cada cristiano procure ser instrumento de los planes de Dios en el mundo: y ello no sólo mediante la oración asidua que grita: Levántate, Señor: que no prevalezca el hombre (15), sino también con obras y palabras, abiertamente, a la luz del día: y afirme y reivindique, para Dios y su Cristo, el supremo dominio sobre los hombres y las cosas todas de la Creación.

Es decir, que ante aquellos que rechazan a Dios y a Cristo, nosotros debemos afirmarlo con más fuerza. Debemos crecernos ante los obstáculos: inter médium montium pertransibunt aquae (Sal 103, 10): a través de los montes, las aguas pasarán.

Vamos a terminar nuestra meditación haciendo alusión a una leyenda griega, según la cual Prome­teo robó a los dioses el fuego para dárselo a los hombres. Conocemos el mito, y sabemos que ese mito se repite a lo largo de la historia. El hom­bre lucha adversus Dominum et adversus Christum eius: ¡contra Dios! No considera que si Dios crea el fuego es para dárselo a los hombres: pues Dios no lo necesita para nada; no considera que Dios es dives in ómnibus invocantibus eum (17): rico en misericordia con todos los que le invocan; no considera que esa imagen mezquina, tacaña, empo­brecida, no corresponde a la realidad de Dios.

A cuántos y cuántos, que actúan como Prometeo, se les podrían aplicar las palabras de monseñor Escrivá de Balaguer: «Ese Cristo que tú ves, no es Jesús. Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... Purifícate. Cla­rifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡El!» (Rom 10, 12).

Magníficat, anima mea, Dominum: Mi alma en­grandece al Señor.

Si Prometeo roba la gloria de Dios, la Virgen glorifica a su Señor.

Por eso, mientras Prometeo es encadenado por el odio, la Virgen canta enamorada: Fecit mihi magna qui potens est (Lc 1, 46): El Todopoderoso hi­zo obras grandes en mí.