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El ejercicio de la fe en el Purgatorio
Oración de la mañana. Mi alma estaba contenta en la inmensidad del Amor divino, como en un océano de suavidad indescriptible en el que yo me perdía totalmente. Mar de fuego, de amor, de luz; mi alma estaba como poseída por Dios, atraída por Él, descansando en Él, en un júbilo inefable. Yo no pensaba ya, no reflexionaba, me entregaba, me dejaba poseer, y Él me colmaba de su Amor, de sí mismo. Yo sufría al mismo tiempo un dolor desgarrador, como si mi alma hubiera sido cortada en dos, estaba herida y como frustrada, sintiendo confusamente las limitaciones de su debilidad y su incapacidad de poseer plenamente el Amor, aunque lo alcanzaba, lo tocaba de alguna manera. Después de esta posesión yo me vi en Dios. Mi alma estaba sumergida en el fuego del Corazón de Jesús, podía contemplar cómo manaba su Amor infinito sobre la Iglesia entera. Una doble corriente de agua y de sangre bañaba, vivificaba e inflamaba sin cesar a la Iglesia militante y al Purgatorio. También el Cielo era el Santísimo Corazón, me parece. Jesús me pidió que ofreciera tales gracias, a la vez suaves, ardientes y dolorosas, por las benditas almas del Purgatorio, unirme a ellas de alguna manera. Yo protesté a su Corazón.
«¿Por qué, Señor? Bienaventuradas estas almas del Purgatorio por las que pedís ofrecer este Amor. Ellas sufren, desde luego, ¡mucho!, pero por lo menos, os poseen y no os las pueden arrebatar ya: ellas os poseen al fin de forma definitiva.»
Entonces el Señor me preguntó si yo prefería conocer las penas, los sufrimientos y los gozos del Purgatorio o los arrebatamientos de éxtasis pasajeros; yo no supe qué responderle. Me anunció que durante tres días mi alma sería sumergida en el estado del Purgatorio y, al instante, realizó lo que había dicho.
Era una tortura inaudita. Yo disfrutaba de Dios en una forma de posesión, una percepción intelectual incompleta y desgarradora. Me parecía poseerlo como a través de un velo misterioso, presencia y don de Amor que me hacía temblar. Durante un día, mi alma estuvo en este estado, en esta pena ardiente; yo me hallaba como delante de una cortina de luz, detrás de la cual estaba mi Amor, deseando entregarse, y tendiéndome las manos, sin que yo tuviera la posibilidad de alcanzarlo, de poseerlo, de estrecharlo. Durante todo este día, mi alma fue favorecida con varias visitas de la Virgen Inmaculada, de mi Ángel de la Guarda, de mis amigos del Cielo —mis santos patronos y protectores— y de parientes fallecidos que estaban ya en el Paraíso: venían a mí a través de este velo de luz, me visitaban y me hablaban del amor divino con tanto ardor y alegría que mi alma estaba torturada por el deseo del Amor, el deseo de ver al fin abrirse este velo de luz, desgarrarse, para revelar el Amor en su plenitud y permitirme alcanzarlo y disfrutar de Él.
Durante todo el día, creía a cada instante morir a causa de este ardiente deseo, ya que las potencias del alma estaban como rasgadas y hechas pedazos. Me parece que en este estado, el velo de la fe fue desgarrado por mi alma, que tenía acceso a numerosas realidades ocultas de las que ella experimentaba la existencia. Pero yo no veía a Dios, sólo su misteriosa existencia era percibida como más allá de este velo. Al final del día, el Ángel de la guarda vino a mí y me dijo:
¡Mira, hijo mío!,
El Altísimo ha permitido que tú conozcas este misterio,
y que experimentes en tu alma
la condición de las benditas almas del Purgatorio.
Quiere también enseñarte
y suscitar tu oración inagotable
en favor de las benditas almas del Purgatorio.
En el Purgatorio, la fe subsiste en parte,
ya que no ha sido todavía sustituida
por la visión beatífica.
Lo has percibido bien,
el alma, en el Purgatorio, no ve a Dios, lo percibe solamente en su misteriosa presencia. En el momento de vuestra muerte, el velo de la fe no se rasga totalmente excepto para las almas introducidas al instante en la gloria de la visión del rostro de Dios. Para las que deben ir al Purgatorio, la fe subsiste todavía parcialmente. Pero estas benditas almas del Purgatorio tienen el conocimiento experimental de numerosas realidades sobrenaturales que quedan para nosotros, aquí en la tierra, como misterios de fe.
Ellas experimentan su propia inmortalidad, están en la eternidad...
Disfrutan de los efectos de la comunión de los santos,
ven a la Virgen María, a los ángeles y los santos,
saben que el Cielo y el infierno existen.
Pero no ven a Dios, a quien todavía no poseen;
sobre este punto, todavía se ejerce la fe
en las almas del Purgatorio.
Pero su inteligencia no tiene ya ninguna duda,
su voluntad está fija en el Pura Voluntad divina
y ya no tienen dudas.
Estas benditas almas son sumergidas
en una oración contemplativa,
en un temor humilde y reverencial a Dios,
que ellas saben presente pero al que no ven.
Y es esta espera dolorosa para ver a Dios,
para poseerle al fin plenamente,
lo que enardece su deseo y causa su sufrimiento.
Después de haberme pedido que rezara aún más por estas benditas almas del Purgatorio y ofreciera por esa intención esta gracia de tres días que me concedió el Señor, el Ángel desapareció de mi vista.