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6 julio 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

JUAN, PROMETIDO A ZACARÍAS

Zacarías dijo a Isabel que estaba muy apesadumbrado porque se acercaba la época en que tenía servicio en el Templo de Jerusalén, adonde siempre iba atribulado porque le miraban con desprecio a causa de su infecundidad.

Zacarías estaba de servicio en el Templo dos veces al año. No vivían en Hebrón mismo, sino en Juta, como a una hora de allí. Entre Juta y Hebrón hay varias murallas, tal vez como si en otro tiempo hubieran estado unidos ambos lugares. En otras partes de Hebrón también había grupos de casas y edificios diseminados también en ruinas, restos de la gran extensión que tuvo Hebrón, que en otros tiempos fue tan grande como Jerusalén.

En Hebrón vivían sacerdotes modestos y en Juta, los principales, de los que Zacarías era como el presidente. Isabel y él eran muy respetados a causa de sus virtudes y su limpia estirpe de Aarón.

A continuación, vi a Zacarías con varios sacerdotes de la comarca en una finquita que tenía cerca de Juta; era un jardín con toda clase de pérgolas y una casilla.

Zacarías rezaba con los allí reunidos y los enseñaba, era una especie de preparación para el inminente servicio en el Templo. También le oí hablar de su pesadumbre y que presentía que algo le iba a pasar.

Luego vi que fue con toda esta gente a Jerusalén, donde tuvieron que esperar cuatro días hasta su turno de ofrendas; hasta ese momento solo rezaba en la parte delantera del Templo.

Cuando le llegó el turno de encender el incienso le vi entrar en El Santo donde estaba el Dorado Altar de los Perfumes delante de la entrada del Santísimo. El techo estaba abierto encima del altar y se veía el cielo al aire libre. Desde fuera no se veía oficiar al sacerdote pero se podía ver subir el humo. Cuando entró Zacarías, el otro sacerdote habló un poco con él y luego se marchó5.

Cuando Zacarías se quedó solo, le vi ir detrás de una cortina a un lugar oscuro donde buscó algo que llevó al altar, lo encendió y salió humo. Entonces vi que sobre él bajaba una gloria a la derecha del altar y una figura luminosa dentro de ella que se le acercó. Zacarías se asustó e inmediatamente cayó de rodillas rígido y arrobado, vuelto hacia el lado derecho del altar. El ángel lo puso otra vez de pie y le habló mucho rato. Zacarías también le contestó.

Encima de Zacarías vi el cielo abierto y dos ángeles que subían y bajaban de él como por una escalera. A Zacarías se le había soltado el ceñidor y tenía abierto el traje: Uno de los ángeles le quitó algo y el otro le metió un cuerpecito luminoso en el costado; fue como cuando Joaquín recibió del ángel la Bendición para la Concepción de la Santísima Virgen.

Una vez encendido el incienso, los sacerdotes solían salir enseguida del Santo, pero como Zacarías tardaba tanto tiempo en volver, el pueblo que estaba rezando fuera se inquietó mucho. Zacarías se había quedado mudo y antes de salir le vi escribir en una pizarrita. Al salir del Templo no podía hablar e hizo señas con la mano, señalando su boca y la pizarrita, e inmediatamente se la envió a Isabel en Juta, para informarla de su mudez y de la misericordiosa promesa de Dios, hasta que él mismo viajara allí en breve plazo, pero Isabel también había tenido una revelación que se me ha olvidado.

[Aquí se ha recogido solamente lo que Ana Catalina contó por encima durante su enfermedad, pero para que el lector tenga presente la conversación del ángel con Zacarías y las palabras de Isabel, se incluye aquí este misterio con palabras del Evangelio (Lc 1, 5-25):

En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer era una de las hijas de Aarón y se llamaba Isabel. Ambos eran justos ante Dios y andaban sin falta en todos los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, pues Isabel era estéril y ambos ya estaban entrados en años. Pero sucedió que cuando ejercía su sacerdocio delante de Dios según el turno de su clase sacerdotal, le tocó en suerte ofrecer el incienso según la costumbre sacerdotal y entró en el Templo del Señor. Toda la multitud estaba afuera rezando en el momento del incienso.

Entonces se le apareció un ángel del Señor que estaba a la derecha del altar y Zacarías se asustó al verlo y le entró miedo. Pero el ángel le dijo:

—¡No temas, Zacarías! pues tu oración ha sido escuchada. Tu mujer Isabel te parirá un hijo al que debes llamar Juan. Tendrás alegría y gozo y muchos se alegrarán de su nacimiento pues será grande ante el Señor. No beberá vino ni bebidas fuertes y el Espíritu Santo lo llenará cuando aún esté dentro de su madre. Convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios y marchará delante de Él con el espíritu y la fuerza de Elías para llevar a los hijos las creencias de los padres, y la sabiduría de los justos a los incrédulos. Y he aquí que estarás mudo y no podrás hablar hasta el día que esto ocurra, porque no has creído mis palabras, que en su momento se cumplirán.

El pueblo esperaba a Zacarías y se asombraba de que permaneciera tanto tiempo en el Templo. Al salir no podía hablar y se dieron cuenta que había tenido una visión en el Templo. Él les hizo señas pero seguía mudo. Cuando cumplió los días de su servicio en el Templo, se fue a su casa. Días después concibió su mujer Isabel, que se escondió cinco meses diciendo:

—Esto me ha hecho el Señor, que se ha fijado en mí para quitar mi vergüenza delante de la gente.]

{Zacarías era hombre de estatura elevada, grande y de aspecto majestuoso.}

LOS ESPONSALES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN CON JOSÉ

La Santísima Virgen vivía en el Templo con otras doncellas bajo la inspección de piadosas matronas. Las doncellas se ocupaban en hacer bordados y ornamentos de toda clase en las vestiduras sacerdotales, y en limpiarlas así como los enseres del Templo. Tenían celdas pequeñas donde rezaban y meditaban y desde las cuales podían mirar al interior del Templo. Cuando ya estaban crecidas, las desposaban. Sus padres las habían ofrecido completamente a Dios al entregarlas al Templo, y desde hacía mucho tiempo reinaba entre los israelitas piadosos y devotos el silencioso presentimiento de que alguno de estos matrimonios colaboraría alguna vez a la llegada del Mesías prometido.

Cuando la Santísima Virgen llegó a los 14 años, debía dejar el Templo para casarse, junto con otras siete doncellas, y vi que su madre Ana fue allí a visitarla. Joaquín ya no vivía y Ana se había casado con otro hombre por orden de Dios.

Pero cuando ahora anunciaron a la Virgen que debía abandonar el Templo para casarse, vi que la Santísima Virgen, con el corazón muy agitado, explicó al sacerdote que ella pretendía no abandonar jamás el Templo, pues se había prometido solamente a Dios y pretendía que no la casaran. Sin embargo, le dijeron que tendría que casarse7.

Acto seguido vi que la Santísima Virgen imploró fervientemente a Dios en su oratorio, y también recuerdo haber visto que María, muerta de sed de tanto rezar, bajó con su jarrita a llenarla de agua en un pozo o pilón, y allí oyó una voz sin aparición visible que le hizo una revelación que la dio consuelo y fuerzas para consentir en casarse.

Este no fue el anuncio de lo que después vi pasar en Nazaret. Pero yo misma he debido creer alguna vez que también había visto la aparición de un ángel, pues en mi juventud trastocaba a veces este cuadro con el de la Anunciación, que creía que había ocurrido en el Templo.