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«Dirumpamus... proiiciamus»... Consignas de rebeldía
Dirumpamus vincula eorum et proiiciamus a nobis iugum ipsorum (Sal 2, 3): rompamos sus cadenas, destrocemos su yugo!
Este es el motivo de la sublevación: los vínculos que les religan a Dios: el yugo suave de gracia y de vida, de amor, de justicia y de paz.
«Rompamos... destrocemos...». Tal es el objetivo: Como no pueden entender la misericordia, se alimentan de la injusticia... Y rabian ante el amor (es cristo que pasa, n. 185).
¡Qué horroroso lema!: Dirumpamus... Proiiciamus! ¡Qué programa de violencia! ¡Todo negativo!
Hablan en plural. Son muchos. Mi nombre es legión (Mc 5, 9).
Y se animan mutuamente.
Si se les pregunta por qué —quare?—, no dan ninguna explicación coherente.
Ya no saben razonar: sunt sicut equus et mülus, quibus non est intellectus: habet potestatem daemonium super eos (Tob 6, 17): lo mismo que animales, son incapaces de pensar rectamente: el demonio los animaliza, el demonio los tiene bajo su imperio.
Se mueven por «slogans», por consignas que unos a otros se transmiten: dirumpamus vincula, proiiciamus iugum...
Y rabian ante el amor.
Rompamos sus cadenas
San Atanasio pone este grito de rebelión en labios de aquellos que «no quisieron permanecer en la red santa de la que Nuestro Señor dijo: el reino de los cielos se parece a una red barredera que recoge, en el mar, toda clase de peces...» (San Atanasio).
Son los herejes de todos los tiempos, los que no quieren someterse a la Iglesia, los que han estado algún tiempo en la red barredera que busca a todos, pero no perseveraron. Los apóstoles malos miserunt foras, arrojaron fuera a los indignos, a los que pensaban en destruir la vida de unión con Dios.
Santo Tomás de Aquino da otra interpretación que converge con la anterior: vincula sunt virtutes: spes, fides et charitas: los lazos de unión son las virtudes: la fe, la esperanza, la caridad. Y el romper esos lazos conduce a la destrucción de la vida teologal, de la visión sobrenatural, de la santidad personal.
Dirumpamus!... Dirumpamus!... Destrocemos, rompamos, librémonos de estas ataduras...
El hombre está hecho para la libertad. Pero no hay libertad más que en el sometimiento a Dios.
En Pisidia, en las ruinas de una iglesia, se halló esta inscripción:
«Lee, extranjero, y ganarás un precioso don para el camino de tu vida: sólo es verdaderamente libre quien es libre en su alma.
»¿Quieres medir la libertad de un hombre? Considera su alma, si es libre por dentro, si sus juicios son conforme a la recta razón: eso es lo que constituye la verdadera nobleza.
»Fundándote en ese criterio para conocer la libertad de un hombre, considera necedad y simpleza esa larga lista de antepasados de que algunos se glorían. No, no son los antepasados quienes fundan la libertad del hombre. Y es que no hay más que un solo antepasado para todos: Dios. Y un mismo barro ha servido para todos. Considera diabólica y maldita la presunción de aquellos que creen bastarse a sí mismos y se encierran en moradas de soberbia. No, no es el hombre quien puede autosalvarse. Y es que no hay más que un Salvador de todos: Cristo, que murió por todos.
»Quien posee un alma religiosa, ése sí es verdaderamente libre y verdaderamente noble. Por el contrario, no temo llamar esclavo, y aún tres veces esclavo, al hombre vil que posee un alma cobarde y orgullosa.»