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16 julio 2024

Ignacio Domínguez. El Salmo 2. Ed. Palabra, Madrid, 1977

«Dirumpamus... proiiciamus»... Consignas de rebeldía

Dirumpamus vincula eorum et proiiciamus a nobis iugum ipsorum (Sal 2, 3): rompamos sus cadenas, destrocemos su yugo!

Este es el motivo de la sublevación: los víncu­los que les religan a Dios: el yugo suave de gra­cia y de vida, de amor, de justicia y de paz.

«Rompamos... destrocemos...». Tal es el obje­tivo: Como no pueden entender la misericordia, se alimentan de la injusticia... Y rabian ante el amor (es cristo que pa­sa, n. 185).

¡Qué horroroso lema!: Dirumpamus... Proiicia­mus! ¡Qué programa de violencia! ¡Todo nega­tivo!

Hablan en plural. Son muchos. Mi nombre es le­gión (Mc 5, 9).

Y se animan mutuamente.

Si se les pregunta por qué —quare?—, no dan ninguna explicación coherente.

Ya no saben razonar: sunt sicut equus et mülus, quibus non est intellectus: habet potestatem daemonium super eos (Tob 6, 17): lo mismo que animales, son incapaces de pensar rectamente: el demonio los animaliza, el demonio los tiene bajo su im­perio.

Se mueven por «slogans», por consignas que unos a otros se transmiten: dirumpamus vincula, proiiciamus iugum...

Y rabian ante el amor.

Rompamos sus cadenas

San Atanasio pone este grito de rebelión en labios de aquellos que «no quisieron permane­cer en la red santa de la que Nuestro Señor dijo: el reino de los cielos se parece a una red barrede­ra que recoge, en el mar, toda clase de peces...» (San Atanasio).

Son los herejes de todos los tiempos, los que no quieren someterse a la Iglesia, los que han es­tado algún tiempo en la red barredera que busca a todos, pero no perseveraron. Los apóstoles malos miserunt foras, arrojaron fuera a los indignos, a los que pensaban en destruir la vida de unión con Dios.

Santo Tomás de Aquino da otra interpretación que converge con la anterior: vincula sunt virtutes: spes, fides et charitas: los lazos de unión son las virtudes: la fe, la esperanza, la ca­ridad. Y el romper esos lazos conduce a la des­trucción de la vida teologal, de la visión sobre­natural, de la santidad personal.

Dirumpamus!... Dirumpamus!... Destrocemos, rompamos, librémonos de estas ataduras...

El hombre está hecho para la libertad. Pero no hay libertad más que en el sometimiento a Dios.

En Pisidia, en las ruinas de una iglesia, se halló esta inscripción:

«Lee, extranjero, y ganarás un precioso don pa­ra el camino de tu vida: sólo es verdaderamente libre quien es libre en su alma.

»¿Quieres medir la libertad de un hombre? Con­sidera su alma, si es libre por dentro, si sus jui­cios son conforme a la recta razón: eso es lo que constituye la verdadera nobleza.

»Fundándote en ese criterio para conocer la li­bertad de un hombre, considera necedad y simple­za esa larga lista de antepasados de que algunos se glorían. No, no son los antepasados quienes fundan la libertad del hombre. Y es que no hay más que un solo antepasado para todos: Dios. Y un mismo barro ha servido para todos. Consi­dera diabólica y maldita la presunción de aquellos que creen bastarse a sí mismos y se encierran en moradas de soberbia. No, no es el hombre quien puede autosalvarse. Y es que no hay más que un Salvador de todos: Cristo, que murió por todos.

»Quien posee un alma religiosa, ése sí es ver­daderamente libre y verdaderamente noble. Por el contrario, no temo llamar esclavo, y aún tres ve­ces esclavo, al hombre vil que posee un alma co­barde y orgullosa.»