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8 junio 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

LA PRESENTACIÓN DE MARÍA EN EL TEMPLO

[EL 8 de noviembre contó:]

Hoy Joaquín y los demás hombres han ido muy temprano al Templo. Después, su madre Santa Ana llevó también allí a la Niña María en festiva comitiva. Iban delante Ana, su hija mayor María Helí y la hijita de ésta, María Cleofás; las seguía la Niña María con traje y velo azul celestes, adornada con ajorcas de flores en los brazos y collares de flores en el cuello; llevaba en la mano un cirio o antorcha envuelto en flores. A cada lado iban tres niñas llevando antorchas adornadas de modo parecido, con vestidos blancos bordados en oro. También llevaban mantilla azul claro y estaban completamente envueltas en guirnaldas de flores, que también llevaban en el cuello y en los brazos. Luego seguían las demás doncellas y niñas, con vestidos distintos pero todas de fiesta y con mantilla. Cerraban la comitiva las demás mujeres.

Desde el albergue de fiestas no se podía ir derecho al Templo sino que tenían que dar un rodeo por varias calles; todo el mundo se alegraba de la hermosa comitiva y en varias casas la hicieron los honores. La Niña María tenía en su apariencia algo indeciblemente santo y conmovedor.

Al llegar la comitiva vi muchos servidores del Templo afanados en abrir con grandes esfuerzos una puerta monstruosamente grande, pesada y brillante como el oro, en la que estaban representados toda clase de cabezas, racimos y haces de espigas: Era la Puerta Dorada. Se subía a ella por quince escalones que ya no me acuerdo si tenían rellanos. Quisieron llevarla de la mano, pero María no aceptó y se apresuró a subir la escalera con alegre entusiasmo y sin dar traspiés, con lo que todos se emocionaron.

Zacarías, Joaquín y algunos sacerdotes la recibieron bajo el portón, que era un arco alargado [una bóveda], donde la llevaron a la derecha, a una sala alta o vestíbulo donde estaba preparada una comida. Aquí la comitiva se separó: algunas mujeres y niñas fueron al oratorio de las mujeres dentro del Templo, y Joaquín y Zacarías fueron a la ofrenda.

En este vestíbulo, los sacerdotes volvieron a hacer preguntas de examen a la Niña María. Cuando se despidieron impresionados por la sabiduría de la criatura, Ana la puso el tercer traje de fiesta color añil, el más solemne, así como la capa, el velo y la coronita que ya he descrito en la ceremonia en casa de Ana¹.

EL ALTAR DE LAS OFRENDAS

Mientras tanto, Joaquín ya se había ido con los sacerdotes a la ofrenda. En determinado lugar le dieron fuego, y luego estuvo de pie entre dos sacerdotes cerca del altar. Ahora estoy demasiado enferma y molesta para contar ordenadamente todo el desarrollo de la ofrenda, pero lo que todavía recuerdo es lo siguiente:

Al altar solo podían acercarse por tres lados, y las piezas preparadas para el sacrificio no se ponían juntas todas juntas, sino en distintos sitios todo alrededor. Por los tres lados del altar se podían sacar planchas donde ponían las ofrendas y las empujaban hasta el centro, pues el altar era demasiado ancho para poder llegar con los brazos.

En las cuatro esquinas del altar había unas columnitas metálicas huecas sobre las que descansaban unas como campanas para humos, embudos anchos de cobre delgado que terminaban por arriba en forma de cuernos retorcidos hacia afuera, de modo que el humo pasaba por ellos y desde allí se expandía por encima de las cabezas de los sacerdotes que hacían la ofrenda.

Cuando la ofrenda de Joaquín ya estaba ardiendo, Ana, la Niña María engalanada y las niñas que la acompañaban fueron al Patio de las Mujeres, que es el Sitio de la Mujer en el Templo. Este lugar está separado del patio del Altar de Ofrendas por un muro que terminaba por arriba en una reja; sin embargo, en medio de esta pared hay una puerta.

El suelo del Sitio de la Mujer en el Templo está inclinado y se va elevando bastante a medida que se aleja de la pared de separación, de modo que, si no todas, por lo menos las que están atrás de pie pueden ver algo del Altar de las Ofrendas. Cuando la puerta del muro de separación estaba abierta, algunas de las mujeres podían ver el altar a través de ella. María y las otras niñas estaban delante de Ana, y las demás mujeres no lejos de esta puerta. En un sitio aparte, una formación de niños del Templo vestidos de blanco tocaban flautas y arpas.

LA DEDICACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

Después de la ofrenda, en la puerta que permitía mirar desde el Patio de las Mujeres al Patio de las Ofrendas instalaron un altar portátil, una mesa de ofrendas revestida, así como algunos escalones para subir a él.

Del Patio de Ofrendas vinieron Zacarías y Joaquín con un sacerdote a este altar, delante del cual estaban otro sacerdote y dos levitas con rollos y recado de escribir. Ana les llevó la Niña María. Algo más atrás estaban las niñas que habían acompañado a María. María se arrodilló en los escalones y Joaquín y Ana la pusieron las manos sobre la cabeza.

El sacerdote la cortó unos cabellos y los quemó en el fuego. Los padres dijeron también unas palabras para ofrecer a su hija y ambos levitas las copiaron. Mientras tanto, las niñas cantaban el salmo 44: «Eructavit cor meum verbum bonum» y el 49: «Deus, deorum Dominus, locutus est», que los chicos acompañaban con su música.

Entonces vi que dos sacerdotes llevaron a María de la mano a un lugar elevado en la pared de separación que separaba el Atrio del Santo de los demás espacios. Pusieron a la niña en una especie de nicho en mitad de la pared de modo que pudiera mirar hacia abajo dentro del Templo, donde estaban muchos hombres de pie en formación, que también me parecieron prometidos al Templo.

Dos sacerdotes estaban de pie a ambos lados de María, y más abajo, en los escalones, otros que rezaban en voz alta y leían de los rollos.

El lado de allá de la pared de separación estaba tan alto, que solo se podía ver a medias un sacerdote anciano junto al Altar de los Perfumes. Vi que llevaron una ofrenda de incienso y que la nube de humo se extendió en torno a la Niña María.

Mientras hacían todo esto, apareció una imagen simbólica de la Santísima Virgen que terminó por llenar y oscurecer el Templo:

Debajo del corazón de María vi una gloria que supe que abarcaba la Promesa y la Bendición altísima de Dios. A esta gloria la vi como rodeada del arca de Noé, y que sobresalía de ella la cabeza de la Santísima Virgen. A continuación vi que, dentro de la gloria, la figura pasó del arca de Noé al Arca de la Alianza, y que enseguida rodeó a ésta la aparición del Templo.

Entonces vi desaparecer de aquella gloria todas estas formas, y que de ésta salió a ponerse ante el pecho de María como el cáliz de la Última Cena, sobre el que apareció delante de su boca un pan marcado con una cruz. A ambos lados salían numerosos rayos en cuyo extremo aparecían imágenes de muchos misterios y símbolos de la Santísima Virgen, como por ejemplo, todas las invocaciones de la Letanía Lauretana. Dos ramas distintas se apoyaban en sus hombros derecho e izquierdo y se cruzaban; eran ramas de olivo y ciprés (o de cedro y ciprés) sobre una palmera fina a la que justo detrás le salía un pequeño arbusto con hojas.

En los intervalos entre estas ramas vi toda la Pasión de Jesús. Sobre esta escena flotaba el Espíritu Santo en figura alada, más como ser humano que como paloma, y sobre él el cielo abierto. El centro de la ciudad de Dios, la Jerusalén Celestial, se cernía sobre ella con todos los palacios y jardines y espacios de los santos futuros, todo lleno de ángeles, lo mismo toda aquella gloria que ahora rodeaba a la Santísima Virgen estaba llena de caras de ángeles³.

¿Quién podría expresarlo? Todo era inmensamente multiforme y las cosas crecían y se transformaban unas en otras, así que se me ha olvidado muchísimo. Allí estaba expresada toda la significación e importancia de la Santísima Virgen en la Vieja y la Nueva Alianza y hasta toda la Eternidad. Solo puedo comparar esta aparición con una que tuve hace poco a escala reducida sobre la magnificencia del Santo Rosario, del que mucha gente que parece inteligente habla mucho, pero lo entiende menos que la gente pobre y modesta que lo reza con sencillez y lo adorna con su devoción humilde y con el esplendor de la obediencia con que confía en la Iglesia que lo recomienda.