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4 junio 2024

Ignacio Domínguez. El Salmo 2. Ed. Palabra, Madrid, 1977

«Quare»? ¿Por qué?

Queja amorosa de Dios


Quare es una partícula interrogativa. Significa «¿Por qué?».

Pero puede llevar en sus pliegues diversidad de sentimientos:

A veces la pregunta es manifestativa de iro­nía y burla: ¿Por qué se amotinan las na­ciones y los pueblos meditan cosas vanas? ¿Es que piensan que van a desbancar a Dios, que pueden resistir una lucha contra el To­dopoderoso?

Edifiquemos una torre que llegue hasta el cielo y nos crearemos un nombre... Pero Dios bajó a ver la torre que construían y se burló de ellos confundiéndoles las lenguas... ¿Por qué se em­peñan en planes vanos?

A veces —como dice Gilberto Porretano— con ese interrogante admiratur stultitiam hominum contra Christum conspirantium, se manifiesta una actitud de sorpresa, de asombro, ante la estupidez de los hombres que luchan contra Cristo.

A veces se pregunta con ánimo de argüir: ¿Por qué se amotinan si es inútil, si lo úni­co que conseguirán es que Dios les hable con ira y los conturbe en su furor? ¿Qué hará entonces el dueño de la viña? Vendrá y hará perecer de mala manera a aquellos asesinos, y entregará su viña a otros que den los frutos a su tiempo.

A veces es la pregunta del alma fiel que sien­te en su vida el dolor de Dios. Y así, monse­ñor Escrivá de Balaguer lo interpreta dicien­do: «¿Por qué tanto odio, por qué este ce­barse en la Cándida simplicidad, por qué es­te universal aplastamiento de la libertad de cada conciencia?

Todas estas figuras caben en el inicial interro­gante del salmo 2. Pero cabe también que sea fundamentalmente una queja amorosa de Dios y de Cristo.

Ciertamente, Dios se ríe de las insanas locuras del hombre que pretende hacerle frente en desa­fío; Dios desprecia sus prometeicas tentativas, sus arrogantes fantasías... Pero Dios no quiere la muer­te del pecador sino que se convierta y viva. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Por eso, en este salmo, Dios se queja de los hombres, con ánimos de infundirles cordura, de que entiendan y sean sensatos, de que encuentren la felicidad con­fiando en El.

Dios se queja amorosamente: y razón tiene Dios para quejarse:

Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito, el cual, por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo (Símbolo Niceno-constantinopolitano): descendit de coelo ex pondere caritatis (San Agustín): bajó del cielo arrastrado por el peso del amor. Por amor: esa es la razón de Dios.

David había cometido un pecado de adulte­rio. Y Dios, por medio del profeta Natán, le pregunta: ¿Por qué has despreciado a Yahweh?

En el palacio del Sumo Sacerdote, un esbi­rro pega a Cristo un bofetón «que deja el cie­lo temblando» (Lope de Vega). Si hablé mal, dime en qué, y si no ¿por qué me pegas? Sí, por qué. No hay respuesta. No puede ha­berla.

Saulo de Tarso, respirando amenazas de muerte, cabalga a toda velocidad para encar­celar a los cristianos. Y Dios le sale al paso: Saulo, ¿Por qué me persigues? ¿Por qué, por qué me persigues?