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3 junio 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

Visión de la Antesala del Cielo

Después de la oración, el ángel me condujo a la vi­sión de la Antesala del Cielo, que es como la cumbre del Purgatorio: un mundo de luz abrasadora y de paz. Se me manifestó como una especie de extensión de fuego muy pálido, de una intensidad y una profundi­dad enormes, inmersa en la luz que sale del Cielo. Allí he visto miles y miles de almas en oración, en calma, sumergidas en un Amor y en un sufrimiento inauditos. Mi alma está sumergida también en este fuego que la devora hasta lo más íntimo y que me parece que pasa por mis venas como grandes olas ardientes. Todo el cuerpo me arde, pero una dulce serenidad invade, al mismo tiempo, mi alma, y rezo en silencio.

No se puede explicar lo que es la Antesala del Cielo: es el sufrimiento del Amor llevado a su para­doja máxima, un puro sufrir de amor, la alegría mayor, la más suave, unida al sufrimiento más terrible, más doloroso. Pero yo no puedo decir más. Las almas de la Antesala del Cielo son atraídas con un aliento inefable por el Amor, que se apropia de ellas, las atrae, las im­pregna y se comunica con sobreabundancia; y ellas responden con ardor, entregándose totalmente a esta atracción del Amor divino que las alegra y las cautiva, y que, sin embargo, no pueden todavía alcanzar. Y es la cumbre del amor la que ellas experimentan, este puro padecer de amor.

En la Antesala del Cielo no hay más pena que ésta, pero... ¡qué intensidad! Las almas tienen en la Ante­sala grandes y constantes consuelos que son también una verdadera tortura de amor. El Amor se entrega y ellas no querrían más que corresponderle, pero todavía no pueden hacerlo plenamente. El Amor da todo, ellas reciben todo, pero no pueden alcanzarlo. ¿Cómo ex­plicarlo?

Estas benditas almas están en un júbilo constante, alegres; ellas glorifican a Dios y se entregan a su atrac­ción amorosa, y están como en una agonía de amor por no poder glorificarlo como debiera ser —ya que no podrán hacerlo más que en el Cielo— y por no poderse unir a Él, que las llama, que las atrae, que las espera en un anhelo de amor inaudito.

No hay nada más en la Antesala, ninguna otra pena, todo el sufrimiento ha pasado, si se puede decir así. En el amor, el alma se unifica, el sufrimiento y el amor se unen en una completa simplificación; cuando el úl­timo átomo de esto que es todavía sufrimiento, anhelo y deseo, ha sido consumido por el Amor y, al fin, ab­sorbido por él, el Cielo se abre.

Pero estas benditas almas no saben cuándo. No tie­nen ninguna percepción ni valoración de la intensidad de lo que ellas soportan, sufren dolor y aman en el su­frimiento, yo no sé cómo explicarlo. Ellas se entregan a la llama de Amor que las quema, que las ilumina y las hace agonizar de deseo de Amor. Ellas perciben el Amor, y reciben sus dones, sus caricias, sus manifes­taciones y no tienen, sin embargo, más que eso..., lle­gar hasta su fin común, alcanzarlo y ya nunca abando­narlo.

La Antesala es como un gusto anticipado del Cielo, por esa razón se le da este nombre, pero hay en este gusto anticipado tanto sufrimiento como Amor, y ¡qué sufrimiento! En el Cielo ya no hay ningún sufrimiento ni sombra de pena, pero aquí parece que todo el sufri­miento, toda la pena se han concentrado y unido en un solo servicio al Amor. Yo querría encontrar palabras ardientes para expresar esto, pero mi vocabulario es insuficiente para traducir lo que no conoce; incluso en los éxtasis y arrobamientos más sublimes, no puede ser conocido más que de una forma aproximada y pa­sajera.

En la Antesala, las almas disfrutan de grandes con­suelos que estimulan su deseo de Amor. Contemplan continuamente a sus ángeles de la guarda, que están a su lado incitándoles a un incesante gozo y acción de gracias. Son favorecidas por las visitas de los santos, especialmente, sus santos patronos y San José, el Ar­cángel San Miguel, que es el gran Ángel del Purgatorio y, sobre todo, la Virgen María, que muy a menudo, es­pecialmente en los días de sus fiestas litúrgicas y todos los sábados, acude allí para consolar a estas benditas al­mas trayéndoles la felicidad del Cielo, la esperanza, las olas de Amor divino. Estas almas maravilladas y llenas de agradecimiento, de amor y de anhelo, casi participan en las liturgias celestes, de las que ellas perciben en todo momento las armonías y los esplendores, lo que aviva más aún su dolor de amor y su deseo de Dios.

Me parece también que ellas tienen todo lo que hay en el Cielo, excepto la visión y la posesión de Dios; y esta ausencia es la que les causa un sufrimiento de amor tan terrible: ya que sólo la visión y posesión del Supremo Bien puede calmar al alma y, aunque reciban los dones más sublimes, se quedan en el anhelo de Amor cuando no se tiene aún al que es nuestro único Bien: El Amor Infinito.

Yo he visto asimismo que estas almas en la Ante­sala del Cielo están muy iluminadas sobre la situación y las necesidades de la Iglesia militante, y que rezan a Dios por nuestras intenciones; olvidamos con frecuen­cia que las almas del Purgatorio rezan a Dios por nues­tras intenciones y piensan en nosotros mucho más que nosotros en ellas. Ellas piden el mayor bien para noso­tros, es decir: la mayor gloria de Dios, y tienen una gran solicitud hacia nosotros. También reciben a ve­ces, según las necesidades de la Iglesia, o de tal o cual alma, la misión muy particular de manifestarse a noso­tros, para prevenirnos, exhortarnos o simplemente atraer nuestra atención sobre el misterio del Purgatorio y pedir oraciones y buenas obras.

No puedo decir más sobre esto; dicho todo, no me es posible explicar más, aunque lo que puedo ver es infinitamente más claro y superior a lo que soy capaz de decir, pero me harían falta palabras que no poseo... Mi alma está inmersa en esta contemplación suave y dolorosa. En un momento el Ángel me dijo:

Has contemplado la Antesala del Cielo. Es el reino del amor puro y del sufrimiento puro; las almas avanzan hacia la Jerusalén celeste, llegan ante su Rey;
aquí permanecen más o menos tiempo,
pero nunca tanto como en el Gran Purgatorio
o en el Purgatorio Medio,
ya que la intensidad de los anhelos de Amor
en la Antesala del Cielo constituye
una rápida y última purificación.
Hay que pedir mucho por estas benditas almas,
y sobre todo ofrecer vuestras comuniones por ellas.
Esto ayuda poderosamente a su liberación
.

La Antesala se borró de mi visión interior. Yo veía las almas que cantaban de modo suave mientras yo permanecía en acción de gracias:

Has preservado, Señor, mi alma de la muerte, para que yo camine en tu presencia, en la luz de los vivos.