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Sigue DE LA JUVENTUD DE SAN JOSÉ
José, al que en estas contemplaciones vi con ocho años, era de carácter muy distinto a sus hermanos. Tenía mucho talento y aprendía muy bien, pero era sencillo, tranquilo, piadoso y sin ambiciones. Sus hermanos le jugaban toda clase de trastadas y le empujaban de un lado para otro. Los chicos tenían huertecillos separados que, a la entrada, tenían postes con unas figuras algo tapadas [¿quizás en nichos?] que se parecían a los muñecos fajados que he visto muchas veces en la cortina que indicaba el oratorio de la Santísima Virgen y el de su madre Ana, solo que en casa de María la figura tenía en brazos algo que recordaba un cáliz del que salía algo serpenteante. Las figuras de la casa de aquí eran como muñecos de trapo fajados con caras redondas y radiantes. He notado que en Jerusalén había muchas figuras de éstas, sobre todo en épocas aún más antiguas, y que también las había en la decoración del Templo.
También las he visto en Egipto, pero allí tenían gorritos en la cabeza. Entre las figuras que Raquel sustrajo a su padre Labán también había algunas, aunque más pequeñas, y otras de otra forma. En las casas judías también he visto figuras de éstas acostadas en cajones o cestas. Pienso que tal vez significaran el niño Moisés flotando en el Nilo, y la envoltura, la firme atadura de la Ley. A veces pienso que tendrían estas figuritas como nosotros al Niño Jesús del belén.
En los huertos de los chicos vi hierbas, arbustos y arbolitos. Los hermanos entraban muchas veces a hurtadillas en el huertecillo de José y le arrancaban y pisoteaban las cosas; le daban muchos disgustos. Muchas veces estaba José rezando de rodillas con los brazos en cruz, vuelto hacia la pared en la columnata del patio delantero, y sus hermanos se acercaban sin hacer ruido y le empujaban por la espalda.
Una vez que estaba rezando así, uno de ellos le dio una patada en la espalda y como José casi pareció no darse cuenta, repitió el maltrato con tanta violencia que el pobre José cayó de bruces contra el duro suelo de piedra; por eso me di cuenta que no estaba en estado de vigilia, sino arrobado en oración. Cuando volvió en sí no se enfadó ni se vengó, sino que buscó un rincón escondido para seguir rezando.
Vi unas moradas pequeñas adosadas por fuera a los muros de la casa, en las que vivían unas mujeres de edad mediana que iban completamente veladas, tal como suelo ver en aquel país a las mujeres que viven junto a una escuela. Parecían de la servidumbre de la casa, pues las veía entrar y salir en toda clase de faenas. Traían agua, lavaban y barrían, cerraban las aberturas de las ventanas con las rejas idóneas, arrollaban y reunían los lechos junto a la pared y los tapaban por delante con biombos de zarzo.
Los hermanos de José a veces hablaban con las criadas o las ayudaban en sus labores, pero también bromeaban con ellas; José no, pues se mantenía serio y solitario. Me pareció que también había hijas en la casa. Las habitaciones de la planta baja estaban dispuestas a grandes rasgos como en la casa de Ana, aunque todo era más espacioso.
José no tenía muy contentos a sus padres, que querían que consiguiese con su talento algún empleo mundano, a lo que José no tenía inclinación alguna. Para sus padres, José era demasiado simple y sencillo ya que sus únicos afanes eran rezar y hacer tranquilamente trabajos manuales.
Muchas veces vi que cuando José tenía unos doce años, se sustraía a las bromas pesadas de sus hermanos yéndose a la otra parte de Belén, no lejos de la que después fue Cueva del Pesebre. Allí vivían mujeres piadosas de una comunidad de esenias en una serie de celdas rocosas en un cortado del cerro sobre el que está Belén, donde cultivaban huertecillos y educaban los niños de otros esenios.
Muchas veces vi que cuando las esenias estaban en sus celdas rezando de un rollo junto a la lámpara, llegaba el pequeño José huyendo de las travesuras de sus hermanos y rezaba con ellas.
También le vi en la cueva donde más adelante nació Jesús, donde rezaba completamente solo o hacía trabajitos de madera de toda clase, pues un viejo carpintero tenía su taller cerca de las esenias y José pasaba mucho tiempo con él, le echaba una mano en sus trabajos e iba aprendiendo poco a poco el oficio, para lo que le aprovechó mucho lo que había aprendido en casa con su profesor.
Al final, la hostilidad de sus hermanos le hizo completamente imposible vivir en la casa paterna. Un amigo suyo de Belén, cuya casa estaba separada de la del padre de José por un arroyuelo, le dio vestidos y José se disfrazó y una noche se fue de su casa a ganarse la vida en otra parte con su oficio de carpintero. Tendría entonces 18 ó 20 años, y el primer sitio donde lo vi trabajar de carpintero fue en Libonah, donde de verdad aprendió su oficio por primera vez³.
Su maestro vivía en una vieja muralla que iba a lo largo de una loma estrecha como si fuera un camino de la ciudad a un castillo en ruinas. En esta muralla vivía gente pobre y en ella vi a José entre altos muros con aberturas arriba, que hacía con varas largas bastidores para tejer zarzos. Su maestro era pobre y hacía sobre todo rudos tabiques de zarzos y parecidos trabajos sencillos.
José era muy piadoso, bueno y sencillo y todos le querían. Le vi hacer con toda humildad toda clase de servicios a su maestro: recogía virutas, iba por madera y se la traía a la espalda. Andando el tiempo, una vez que José pasó de viaje por aquí con la Santísima Virgen me parece que la llevó a visitar su antiguo lugar de trabajo.
Al principio sus padres creían que lo habían secuestrado unos ladrones, pero después sus hermanos lo encontraron aquí y le hicieron muchos reproches, pues se avergonzaban de su modo de vida tan modesto. Pero en su humildad, José no lo dejó por eso, y se limitó a marcharse de aquel lugar para ir a trabajar a Thaanath [Thaanach] cerca de Megido, junto a un río [el Kisón] que desemboca en el mar. El lugar no está lejos de Afeké, la ciudad natal del apóstol Tomás. José vivió aquí con un maestro bien situado; carpinteaban y hacían mejores trabajos4.
Más tarde le vi trabajar para un maestro de Tiberíades. José vivía solo en una casa junto al mar [de Galilea] y ya tendría por entonces unos 33 años. Sus padres habían muerto en Belén mucho tiempo antes; dos hermanos suyos vivían en Belén; el resto se había desperdigado. Su casa paterna estaba en otras manos y toda la familia había venido muy deprisa a menos.
José era muy piadoso y rezaba fervorosamente por la llegada del Mesías. Justo estaba ocupado en instalar en su casa un cuarto para rezar aún más aislado, cuando se le apareció un ángel que le dijo que no lo hiciera, pues lo mismo que por voluntad de Dios el patriarca José se había convertido en su época en el administrador del trigo de Egipto, ahora también se le confiaría a él, José, el granero de la Salvación.
Pero en su humildad José no lo entendió y se dedicó a rezar sin descanso hasta que recibió aviso de ir al Templo de Jerusalén, donde por decisión divina se convirtió en esposo de la Santísima Virgen.
Antes nunca lo he visto casado; era muy retraído y evitaba al sexo femenino.
DE UN HERMANO MAYOR DE JOSÉ
[Más adelante encontraremos en las contemplaciones de Ana Catalina numerosas noticias acerca de la historia de la familia de José, y en concreto, algunas relativas a sus hermanos, pero como están demasiado diseminadas y entretejidas en este gran acervo de comunicaciones, el Escritor no puede recogerlas todas aquí con precisión sin dificultad. Pero como la oportunidad se ha presentado inopinadamente, se menciona aquí a uno de los hermanos mayores de José, que vivía en Galilea.
El Escritor rebuscaba en sus Diarios el ya mencionado parentesco de Joaquín y José y recogido el 24 de agosto de 1821, mientras Ana Catalina contaba con todo detalle una contemplación que acababa de tener sobre la vida de este apóstol, estimulada en muy alto grado por una reliquia de este santo. En esta contemplación se le dijo que el padre de Bartolomé de Guesur había usado durante mucho tiempo los baños de Betulia, y que después se afincó enteramente en la región, sobre todo por su amistad con un hermano mayor de San José.]
[Ana Catalina contó:]
El piadoso padre de Bartolomé se mudó a las cercanías de Dabesez, en el valle donde vivía Sadoc, un piadoso hermano mayor de José al que había tomado mucho afecto durante su estancia en los baños. Sadoc tenía dos hijos y dos hijas que tenían trato con la Sagrada Familia. Cuando Jesús se quedó en el Templo a los doce años y sus padres le creían perdido, lo buscaron también en esta familia. En la juventud de Jesús vi hijos de esta familia entre sus compañeros.