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23 junio 2024

Bernadot. De la Eucaristía a la Trinidad.

PERFECCIONAR LA UNIÓN

Despertemos en nosotros deseos cada vez más frecuentes y más fervientes. Que nuestra alma esté siempre orientada hacia la Eucaristía. Vivamos en estado de deseo, en estado de aspiración, como el Salmista: Abro mi boca y atraigo el Espíritu. Esta sed de lo divino es una de las gracias más preciosas que ha prometido por sus Profetas: Días vendrán en que enviaré hambre sobre la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino hambre del Verbo de Dios.

¿Hasta dónde es legítimo a nuestro deseo lanzarse a tales aspiraciones? ¿Podemos aspirar a los más secretos misterios de la unión divina?

Sí, con tal que nuestro deseo se mantenga en la humildad y alegre sumisión a la voluntad de Dios.

Sin duda alguna sería cosa de necio orgullo y exponerse a las peores ilusiones desear los favores extraordinarios que la teología llama gracias gratuitamente dadas (revelaciones, visiones, etc.). Pero desear la unión más estrecha posible de nuestra alma con Dios es legítimo y santificante. Béseme con el beso de su boca, exclama la Esposa de los Cantares. Y habla ella en nombre de toda criatura rescatada y santificada por la gracia, aspirando a ese feliz estado en que el alma se une con el Señor hasta el punto de ser con El un mismo espíritu.

¿Quién hará que nazcan en el pobre suelo de nuestra alma estos deseos tan santos como atrevidos?

El Espíritu Santo. El es quien dirige nuestra alma hacia Dios. Porque no sabemos siquiera lo que hemos de pedir. Mas el Espíritu hace nuestras peticiones con gemidos que son inexplicables, y El es el que clama en nosotros: ¡Padre, Padre! También es un medio excelente para expresar y animar nuestros deseos llamarlo en nuestra ayuda y tomar las palabras de la Escritura por las cuales tan frecuentemente ha hecho expresar la necesidad de Dios:


Como el ciervo brama por las fuentes de aguas, así, ¡oh Dios!, clama por Ti el alma mía.
Sedienta está mi alma de Dios, del Dios vivo... Dios mío, es a Ti a quien yo busco.
De Ti está sedienta el alma mía.
Mi carne se consume por Ti
como una tierra desierta e intransitable y sin agua.

Salmos XLI y XLII