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ACERCA DE LA VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN EN EL TEMPLO
La Santísima Virgen crecía en el Templo en doctrina, oración y trabajos; unas veces la veía con las demás niñas en el alojamiento de las mujeres y otras sola en su cuartito. {Las paredes de su celda estaban revestidas de piedrecitas triangulares de colores. Muchas veces oía yo que la niña decía a Hanna:
—¡Ah! Pronto nacerá el Niño de la Promesa, ¡Si yo pudiera ver al Niño Redentor! —y Hanna la respondía:
—Yo ya soy anciana y he tenido que esperar mucho a ese niño, pero tú en cambio ¡eres tan pequeña!
María lloraba a menudo por ansias de ver al Niño Redentor.}
En el servicio del Templo tejía, cosía y bordaba estrechas tiras de tela en varas largas y también lavaba paños y limpiaba los cacharros. Muchas veces la vi rezar y meditar. Nunca vi que se mortificara o castigara corporalmente, pues no lo necesitaba. Como todos los seres humanos más santos, solo comía para vivir, y solo de los alimentos a los que se había comprometido.
Además de las oraciones prescritas en el Templo, la devoción de María era un anhelo incesante, una oración interior constante de que llegara la Salvación. Todo lo hacía silenciosa y discretamente y cuando todos dormían, se levantaba del lecho a implorar a Dios.
A menudo la vi deshecha en lágrimas y rodeada de resplandor durante su oración. Cuando fue algo mayor, su traje era de color azulado brillante. Se bajaba el velo para rezar, y también se lo bajaba si hablaba con sacerdotes o para bajar a un cuarto del Templo a que la dieran trabajo o a llevarlo hecho. En el Templo había tres espacios para ello que a mí siempre me parecían sacristías, en los que se guardaban los utensilios de toda clase que las servidoras del Templo tenían que aumentar, fabricar y mantener.
La Santísima Virgen vivía en el Templo continuamente arrobada en oración. Me parecía que su alma no estaba en la Tierra y que muchas veces era partícipe de consuelos celestiales. Tenía un ansia infinita de que se cumpliera la Promesa y, en su humildad, apenas osaba desear ser la más pequeña de las sirvientas de la Madre del Salvador.
La tutora y profesora de María en el Templo se llamaba Noemí, hermana de la madre de Lázaro. Tenía cincuenta años y al igual que las demás servidoras del Templo pertenecía a los esenios. María aprendió con ella a hacer punto y la echaba una mano cuando fregaba los cacharros y los vasos de los sacrificios sangrientos, o cuando preparaba y distribuía determinadas partes de la carne de las ofrendas para la comida de los sacerdotes y de las servidoras del Templo, que en parte se nutrían con ella. Más adelante, María tomó parte más activa en estas ocupaciones. Cuando Zacarías tenía servicio en el Templo la iba a visitar. María también conocía a Simeón.
La importancia de María no puede haber pasado inadvertida a los sacerdotes del Templo, pues desde que estuvo de niña en el Templo, todo su carácter, su gracia y su sabiduría eran tan maravillosos que ni su gran humildad pudo ocultarlo.
{Se puede ver cuán ciegos y duros de corazón fueron los fariseos y los sacerdotes del Templo en el poco interés que manifestaron con aquellas personas santas que trataban y a las que desconocieron. Primero desecharon el sacrificio de Joaquín y solo después de unos meses lo aceptaron por orden de Dios. Joaquín llega a las cercanías de El Santo conducido por el pasadizo debajo del Templo por los mismos sacerdotes. Ambos esposos se encuentran, María es concebida y oros sacerdotes los esperan a la salida; todo ello por orden e inspiración de Dios. María llega al Templo con algo menos de cuatro años; en toda su presentación hubo signos insólitos y extraordinarios. La hermana de la madre de Lázaro viene a ser la maestra de María, que apareció en el Templo con tales señales […] Más tarde suceden otros prodigios como el florecimiento de la vara en el casamiento de José; luego la extraña historia de los pastores por el anuncio de los ángeles y de la venida de los Reyes Magos. Después, la presentación de Jesús en el Templo, el testimonio de Simeón y de Hanna y el hecho admirable de Jesús entre los doctores del Templo a los doce años. Los fariseos las despreciaron y desatendieron todo este conjunto de cosas extraordinarias; tenían la cabeza llena de otras ideas y de asuntos profanos y de gobierno. La Sagrada Familia fue relegada al olvido porque vivía en pobreza voluntaria como el común del pueblo. Los pocos que tuvieron luz como Simeón, Hanna y otros, tuvieron que callar y ser reservados delante de ellos.}
Ancianos sacerdotes santos escribieron grandes rollos en relación con ella, y se me ha mostrado que estos escritos están todavía entre otros escritos antiguos, ya no sé de qué época. {Cuando voy por las calles de la actual Jerusalén para hacer el vía crucis, muchas veces veo debajo de un edificio en ruinas una gran arcada que en parte está derruida y en parte llena de agua que ha entrado allí. El agua llega actualmente al tablero de la mesa, en cuyo centro se levanta una columna en torno a la cual cuelgan cajas llenas de rollos escritos. Debajo de la mesa también hay en el agua más rollos escritos. Estos subterráneos deben ser sepulcros; se extienden hasta el Monte Calvario. Creo que esta es la casa que habitó Pilatos. A su tiempo se descubrirá este tesoro de manuscritos.}
DE LA JUVENTUD DE SAN JOSÉ
[COMUNICADO los días 18 de marzo de 1820 y 1821:]
De lo mucho que he visto sobre la juventud de San José, me acuerdo todavía de lo siguiente:
José, cuyo padre se llamaba Jacob, era el tercero de seis hermanos. Sus padres vivían en un gran edificio a las afueras de Belén, la antigua casa solariega de David, a cuyo padre Isaí o Jesé perteneció. Sin embargo en tiempos de José ya no quedaba mucho del viejo edificio, excepto los muros principales. Estaba en un sitio aireado y con mucha agua. Lo conozco casi con más detalle que nuestra aldeílla de Flamske.
Delante de la casa había, como en las casas de la antigua Roma, un patio delantero rodeado de columnatas como una especie de emparrado; en estas columnatas vi figuras como cabezas de ancianos. A un lado de este patio, una construcción de piedra daba cubierta a una fuente alimentada por un pozo; el agua salía por cabezas de animales.
En la planta baja de la casa propiamente dicha no he visto ventanas, sino aberturas redondas que estaban muy altas. En la casa vi una puerta. Por arriba, todo alrededor de la casa corría una galería ancha que tenía en sus cuatro esquinas unas torrecillas parecidas a columnas gruesas y cortas, terminadas en grandes bolas o cúpulas, en las que estaban puestas banderolas. Desde las aberturas de estas cúpulas, a las que se subía por unas escaleras a través de las torrecillas, se podían observar sin ser visto todo el contorno hasta muy lejos. En el palacio de David en Jerusalén había torrecillas de éstas, y desde la cúpula de una de ellas estuvo David mirando el baño de Betsabé.
La galería de encima de la casa corría alrededor de un piso poco elevado sobre cuya azotea todavía había un anejo con una torrecilla de éstas; aquí arriba vivían José y sus hermanos, y en el anejo más alto su profesor, que era un anciano judío. Dormían todos en torno a la misma pieza en el centro del piso en torno al cual corría la galería. Durante el día sus lechos, que consistían en alfombras, estaban apoyados en la pared; los dormitorios estaban separados por esteras que también se podían quitar. Los he visto jugar allí arriba; tenían juguetes con forma de animal, como perros chatos².
El profesor les daba extrañas lecciones que yo no entendía bien. Ponía en el suelo diversas figuras con varillas, y hacía que los niños se metieran dentro; luego los niños entraban en otras, separaban las varillas, ponían más y las repartían, con lo que tenían que hacer diversas medidas. También vi a los padres, que no se preocupaban mucho de los niños y tenían poco contacto con ellos. No me parecieron ni buenos ni malos.