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ENTRADA EN BEZORÓN
[El 5 de noviembre de 1821, contó Ana Catalina:]
Hoy al anochecer vi que la Niña María y sus padres llegaron a una ciudad que está apenas a seis horas al noroeste de Jerusalén; se llama Bezorón y está al pie de un monte. Para llegar aquí han tenido que pasar un riachuelo que desemboca a poniente, en el mar, en la comarca de Jope donde Pedro enseñó después de recibir el Espíritu Santo.
Cerca de Bezorón se han librado grandes batallas; las he visto pero que se me han olvidado. (Jos 10, 11.1; Mac 7, 39-49). Desde aquí aún tenían dos horas hasta un lugar de la carretera desde donde ya puede verse Jerusalén. Oí también el nombre de esa carretera o ese lugar pero ya no puedo recordarlo con precisión³.
Bezorón es un pueblo grande, una ciudad levítica. Crecen por allí hermosas y grandes viñas y muchas otras frutas. La Sagrada Familia entró en una casa bien arreglada que era de unos amigos. El marido era maestro de una escuela levítica y todavía había varios niños en la casa. Lo que más me maravilló fue ver aquí también algunas parientes de Ana con sus niñas, que yo creía que habían vuelto a casa [desde Nazaret], pero que nos han precedido por un atajo más corto, probablemente para anunciar que llegaba la Sagrada Familia. Estaban aquí con sus niñas las parientes de los alrededores y las de Nazaret, Séforis, Zabulón, que algunas estuvieron también en Nazaret en el examen; por ejemplo, estaba la hermana mayor de María con su hijita María Cleofás, y la hermana de Ana que vivía en Séforis con sus hijas.
FIESTA EN BEZORÓN. CARAVANA A JERUSALÉN
Aquí han tenido una verdadera fiesta; llevaron a la Niña María a un salón en compañía de las demás niñas, y la sentaron en un asiento elevado y revestido, preparado como si fuera un tronito. Entonces el profesor de la escuela y los demás presentes volvieron a hacerla toda clase de preguntas y la pusieron su corona.
Todos se asombraron de la sabiduría de sus respuestas. También oí hablar de la sabiduría de otra doncella que poco tiempo antes había pasado por aquí en su viaje de vuelta a casa desde la escuela del Templo. Se llamaba Susana y más tarde siguió a Jesús con las santas mujeres4.
María iba a ocupar el puesto de Susana, pues el número de niñas del Templo era fijo. Susana tenía 15 años cuando salió del Templo y era por consiguiente once años mayor que María. Ana, la madre de María, también se había educado en el Templo, pero solo desde los cinco años de edad.
La dulce Niña María estaba muy contenta por estar tan cerca del Templo y vi que Joaquín la apretaba contra su corazón entre lágrimas y decía:
—Mi niña. ¡Quizá no te vuelva a ver!
La comida estaba preparada y, mientras todos se tendían a la mesa, María iba alrededor de ellos dulce y alegremente, y a veces se apretaba junto a su madre o se ponía por detrás y la abrazaba el cuello con sus bracitos.
[El 6 de noviembre:]
La comitiva salió hoy muy temprano de Bezorón para Jerusalén; la acompañaban todos los presentes: parientes y niñas y la gente del albergue, con regalos de frutas y ropa para la niña; me pareció que en Jerusalén iban a tener una fiesta. Supe con seguridad que María tenía tres años y tres meses, pero ya estaba como aquí las niñas de cinco a seis años. La comitiva no pasó por Gofna ni por Ussen Sheera, donde los conocían bien, sino por sus comarcas. {Vi que el maestro de los levitas y su familia los acompañaron a Jerusalén. Cuanto más se acercaban a la ciudad tanto más se mostraba María contenta y ansiosa. Solía correr delante de sus padres.}
LLEGADA A JERUSALÉN. LA CIUDAD. EL TEMPLO
[Al anochecer del 6 de noviembre de 1821, Ana Catalina dijo:]
Hoy a mediodía he visto llegar a Jerusalén a la Niña María y su comitiva de acompañantes. Jerusalén es una ciudad extraña; no hay que imaginársela en absoluto con tanta gente por la calle como por ejemplo en París. Dentro de Jerusalén hay muchos barrancos muy pendientes que discurren por detrás de las murallas de la ciudad, y a los que no dan puertas ni ventanas. Las casas que están arriba, al otro lado de los barrancos, miran al lado opuesto, pero al construir nuevos barrios, siempre en lo alto de lomas, han ido quedando en medio las murallas de la ciudad. Muchas veces estos barrancos están atravesados por arriba por puentes de piedra altos y sólidos.
En la mayoría de las casas, la parte habitada mira al interior en torno a un patio; a la calle solamente dan los portales o acaso una terraza encima del muro. Fuera de esto, las casas están muy cerradas y los habitantes, cuando no tienen qué hacer en el mercado o no van al Templo, pasan la mayor parte del tiempo en el interior del patio y de la casa.
En conjunto, las calles de Jerusalén son bastante tranquilas, excepto en la zona de mercados y palacios por donde van y vienen soldados y viajeros y donde también hay más vida y más trasiego entre las viviendas y la calle. Roma misma es mucho más agradable, no es tan estrecha ni tan empinada y en las calles hay mucha más vida.
En las épocas en que todos se reúnen en el Templo, muchas partes de la ciudad están prácticamente muertas. Jesús y sus discípulos pudieron deambular tantas veces por la ciudad sin que los molestaran gracias a que los habitantes estaban recogidos en sus casas y a tantos barrancos solitarios.
En la ciudad no sobra el agua. Muchas veces se ven construcciones de arcos para llevarla y torres para subirla o bombearla. En el Templo, donde usan mucha agua para lavar y purificar los vasos, son muy ahorrativos con ella. Suben el agua a lo alto con grandes instalaciones de bombeo.
En la ciudad hay muchos mercaderes que en su mayoría tienen los puestos reunidos en mercados rodeados de porches o en tenderetes ligeros en las plazas públicas. Así por ejemplo, no lejos de la Puerta del Cordero hay mucha gente que comercia con todo género de joyería, oro y piedras centelleantes. Tienen tiendas redondas y ligeras que son totalmente marrones como si estuvieran pintadas con pez o resina, ligeras pero totalmente sólidas. Dentro hacen sus negocios y tienden entre las tiendas unas lonas y debajo exponen sus mercancías.
El monte donde está el Templo por el lado donde la pendiente es más suave está rodeado por varias calles de viviendas que están detrás de gruesos muros y en terrazas unas encima de otras; en unas viven sacerdotes y en otras, los modestos servidores del Templo que hacen los servicios más bajos, como por ejemplo, limpiar las zanjas por las que salen todos los desechos del ganado sacrificado en el Templo. Esta zanja está muy negra por el lado donde el monte del Templo baja con mucha pendiente [Ana Catalina señaló al Norte].
Arriba, hay en torno al Templo una franja verde donde los sacerdotes tienen huertos y jardines de toda clase. En tiempos de Jesús, algunas partes del Templo todavía seguían en obras; no terminaban nunca. El monte del Templo contiene mucho mineral que sacaron durante la construcción para emplearlo arriba; debajo del Templo había muchas fundiciones y bóvedas.
En el Templo nunca encontré para mí un sitio adecuado para rezar. ¡Es todo tan extraordinariamente grueso, sólido y alto! Hay muchos patios, pero son estrechos y oscuros y están obstruidos por muchos andamios y bancadas. Cuando hay mucha gente dentro, con aquellos gruesos muros y columnas, el Templo se hace terrible e incluso angosto.
Aunque todo lo hacen con indecible orden y limpieza, esa continua matanza [de reses] y toda esa sangre me resultan opresivas. Creo que hace mucho tiempo que no veía tan claramente como hoy todos los edificios, caminos y atajos, pero son tantas cosas que no podré contarlo bien.