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21 mayo 2024

Comentario al salmo II. Ignacio Domínguez. El Salmo 2. Ed. Palabra, Madrid, 1977

«cum angelis tuis». En compañía de tus ángeles

En presencia de tus ángeles cantaré para ti


Señor, delante de tus ángeles te cantaré el Salmo 2: quiero cantar este salmo mesiánico, y meditarlo en todas sus dimensiones. Y quiero ha­cerlo coram angelis tuis: en presencia de tus án­geles, mezclando mi voz con sus voces, mis senti­mientos concordes con los suyos.

Alguna vez, Orígenes dijo que fueron los ánge­les quienes empezaron a recitar el Salmo 2; y a ellos les atribuye los cuatro primeros versículos: «Videntur mihi angeli, indignabundi ob invisibilium regum ac principum contra Christum insi­dias, primos istos quator versículos pronuntiasse, et simul subdubitasse ad quid ista fierent»: llenos de admiración e indignados a la vez, los ángeles se preguntan: ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos meditan planes vanos? Se levantaron los reyes de la tierra, y los príncipes se pusieron de acuerdo contra Dios y contra su Cristo: rompamos sus cadenas —decían—, sacuda­mos de nosotros su yugo.

Los ángeles habían presenciado ya, alguna vez, una rebelión semejante en las alturas; habían visto cómo Luzbel y sus seguidores, ante la idea de tener que adorar al Hombre-Dios (3), se rebelaron, y de un confín al otro del cielo resonó una voz malhadada: non serviam!: no lo serviré, no lo ado­raré, no me postraré ante él.

Astiterunt... Fremuerunt... Meditati sunt ina­nia...: Se levantaron..., se enfurecieron..., traza­ron sus planes... ¡Pero todo fue inútil!

En ese momento fue creado el infierno, y los ángeles que se rebelaron contra Dios y contra su Cristo, fueron sepultados en él.

Por eso, ahora, al ver a los reyes de la tierra a una con los príncipes, al ver a los pueblos y a las gentes aunadas adversus Dominum et adversus Christum eius —contra Dios y contra Cristo—, los ángeles no pueden menos de exclamar: ¿Quare? ¿Por qué? ¿Se repite en la tierra la misma historia? Sí, las naciones, los pueblos, al igual que los de­monios, rechazan a Cristo, diciendo: Nolumus hunc regnare super nos (4): no lo aceptamos como Rey, no le serviremos, no lo adoraremos.

Lloran amargamente los ángeles de la paz

Los ángeles protegen a los pueblos, velan sobre las naciones.

Dice Orígenes que «Dios estableció los límites de las naciones según el número de los ángeles, y a cada nación le ha dado un ángel custodio». Lo mismo afirma Eusebio de Cesárea, y San Agustín, y San Hilario y otros muchos: los pueblos todos de la tierra fueron entregados a la tutela y cuidado de los ángeles.

Pero las naciones y los pueblos, los reyes de la tierra y los príncipes, se rebelaron contra Dios y contra su Ungido: Yo era como manso cordero llevado al matadero, y no sabía que urdían tramas contra mí, que unos a otros se decían: Destru­yámoslo, arranquémoslo de la tierra de los vivos, y que su nombre no sea recordado jamás.

Cuando esto ocurre, cuando luchan contra Dios, los hombres dejan de entenderse entre ellos mis­mos: La pasión, una vez que ha concebido, engen­dra el pecado; y el pecado, una vez consumado, en­gendra la muerte: Muerte y desolación en la tierra, en las almas...

Y entonces, como profetiza Isaías, angelí pacis amare flent —lloran amargamente los ángeles de la Paz—.