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20 mayo 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

Visión del Gran Purgatorio

Cuando acababa de acostarme y estaba rezando al­gunas oraciones por las almas de Purgatorio, mi Ángel se mostró a mí y me dijo muy serio:

¡Mira , hijo mío, y reza mucho!

Vi con los ojos del alma un fuego espantoso, sin lí­mite ni forma, que ardía sin cambiar jamás, en un si­lencio agobiante. No hacía ningún ruido, no tenía el menor estallido; ese fuego parecía estar inmóvil, siem­pre con la misma intensidad, y de una violencia sin par. Todo mi cuerpo sentía las quemaduras de este fuego, y una sed terrible me resecaba la lengua. Esto me aterro. Mi miedo aumentó cuando vi en medio de este fuego miles y miles de pobres almas apretujadas unas contra otras, pero no teniendo entre ellas ninguna comunicación si no es este fuego mismo. Parecían oprimidas, y si se puede decir aplastadas por este mismo fuego en las cuales estaban. Al mismo tiempo tuve conocimiento de varias cosas. Lo que contem­plaba era el Gran Purgatorio, que es, si lo he entendido bien, igual al infierno excepto en la duración de las penas y el odio hacia Dios y hacia las demás almas; tampoco hay allí desesperación. Este estado tan aterra­dor no se puede explicar, yo lo he percibido así.

Las almas en este Gran Purgatorio, están sumergi­das en la esperanza árida y seca, como si estuvieran atadas y encerradas en este fuego del Amor divino por una gran soledad, en la total disponibilidad a la Pura Voluntad divina, en un doloroso pero sereno cara a cara con la Santidad de Dios. Me pareció que todas es­tas almas miraban hacia Dios pero de forma confusa, es decir, sin percibirle de manera precisa, sencilla­mente vueltas hacia Él de modo muy doloroso. Si no me equivoco, vi que en este estado están más purifica­das que consoladas, más quemadas que alumbradas. Es un estado terrible.

Pude entender que lo más importante para las almas que están allí es ese largo trabajo de destrucción per­manente de la corteza de la cual he hablado ya, y que es la pena del pecado. Es una purificación pasiva en cierta manera, aunque el alma coopera con todas sus fuerzas en la unión perfecta de todo su ser, de todos sus deseos, de toda su voluntad, a la Voluntad de Dios. Pero en este estado el alma no puede medir su purifica­ción ni percibir el trabajo progresivo de esta purifica­ción que ocurre en ella gracias al Amor divino. No sienten en este Purgatorio el menor progreso, ni la me­nor mejoría de sus tormentos: allí no sabe nada, no sabe si su tormento durará mucho tiempo o no; sólo sabe —porque tiene de ello un conocimiento bastante preciso— que está salvada. Está como sumergida en un misterio de profunda soledad; pero a pesar de eso, sabe que no está abandonada por Dios ni por la Iglesia; sus conocimientos son, no obstante, tan poco precisos y tan generales que siente cruelmente su estado, y no en­cuentra otro consuelo que esa esperanza tan árida, por­que sus potencias están misteriosamente atadas en sus ejercicios, e incapaces de otra cosa que una ciega su­misión a las exigencias de la Santidad de Dios.

Este estado del Gran Purgatorio es muy doloroso, pero hay allí algunos consuelos. El primero y más im­portante es el que constituye la misma esperanza de las almas: sencillamente el saberse salvadas, con una certeza total y pacificadora, fuente de consolación, de paz, de gozo, de agradecimiento hacia Dios y de deseo de su glorificación. Hay también como destellos y re­lámpagos más luminosos en ese fuego impresionante: al igual que en una herrería, es un fuego negro de lo abrasador que es. Así por lo menos es como lo he visto. El Señor quizá quiso hacerme entender, con es­tas imágenes simbólicas, el efecto más purificador que ilustrador para las almas que se encuentran allí. Hay en ese fuego luces lejanas, y ecos sordos de lo que es la alegría del Cielo y la oración de la Iglesia por las al­mas del Purgatorio. Pero en este Gran Purgatorio, las almas no sienten el bien ni el consuelo que les procura los sufragios en su favor; por otro lado su peor tor­mento es el deseo de Dios, que está avivado en todo momento, sufren por el hecho mismo de sentirlo, ya que no pueden percibir cómo Dios les contesta amoro­samente.

Estas pobres almas del Gran Purgatorio tampoco disfrutan de otras consolaciones muy dulces que fa­vorecen a las almas del Purgatorio Mediano, sobre todo a las que están en el Atrio. No tienen la alegría de ver a la Virgen María y a los santos que piden por ellas en el Cielo, y tampoco ven en general a sus Ángeles guardianes que oran por ellas sin cesar. A ve­ces, con ocasión de ciertas fiestas litúrgicas, oyen y ven algo de las fiestas y alegrías del Cielo, que las animan y consuelan, digo ver y oír para intentar ex­plicar algo cuyo modo de intercambio nos es desco­nocido, pero que sin embargo existe y es comparable a la manera que tienen los ángeles y los santos de ver y estar cara a cara con Dios y comunicarse entre ellos. En cuanto a los sufragios que la Iglesia militante aplica en su favor, estas almas no las perciben. Estos sufragios les son sin embargo aplicados, aunque no lo saben. Tienen el efecto de acortar su tiempo de Gran Purgatorio.

Mientras contemplaba este misterio, rezaba con fer­vor por estas almas que sufrían, y suplicaba a mi Ángel de la guarda que se uniera a mí. ¿Cómo era po­sible soportar tales sufrimientos y tormentos? El Ángel me sujetaba el brazo con firmeza, seguramente para ayudarme a entender que me ayuda y asiste, y que me comunica de parte de Dios la gracia de contemplar estas realidades sobrenaturales. Pero no sé cómo puedo, en ciertas ocasiones, percibir sus gestos, y reci­bir gracias de orden espiritual que tienen una forma de expresión concreta. Él mismo me dijo entonces con mucha seriedad:

Sabes que la menor falta
es una ofensa infinita hacia Dios.
Estas benditas almas lo saben también,
y no dejan, en medio de sus sufrimientos,
de agradecer al Todopoderoso
la liviandad de sus penas.
Ya que la pena es finita cuando la ofensa es infinita,
y que muchas veces ha habido,
más que una ofensa,
muchas ofensas infinitas.
Hay en el Gran Purgatorio
almas de grandes pecadores,
pero hay allí muchas más almas
que recibieron muchas gracias
y no correspondieron a ellas,
almas que tuvieron que asumir
pesadas responsabilidades
y no supieron asumirlas perfectamente.
Por eso verás en el Gran Purgatorio
un gran número de almas consagradas
y de sacerdotes,
prelados, obispos, cardenales y papas.
Verás también a numerosos dirigentes
políticos, jefes de Estado
y dirigentes del pueblo, reyes, emperadores,
príncipes y gobernantes.
Todas estas pobres almas deben soportar
las penas del Gran Purgatorio
juntos con criminales, libertinos
y todos los grandes pecadores.
salvados por la Misericordia divina,
que pudieron
—a veces en el último momento—
escapar del Abismo eterno...
¡Reza, reza mucho y haz rezar por estas almas!
Reza también muy especialmente
por los consagrados
y por vuestros dirigentes,
porque tienen cuentas especiales
que rendir a Dios.
¡Queda en paz y sé fiel!


Cuando terminó esta enseñanza, el misterio del Gran Purgatorio se cerró, mientras unas voces canta­ban, con un tono de gran tristeza: «Mi alma tiene sed del Dios vivo. ¿Cuándo veré el rostro de Dios? »

Entonces todo esto desapareció de mi vista interior. Me di cuenta de que durante esa visión, mi piel había enrojecido, y me quemaba como si me hubiese ex­puesto demasiado al sol, mis labios y mis manos agrie­tados me dolían. Deo gradas! El Señor permite a veces algún signo exterior muy secundario para disipar las dudas que puedo tener. Si estos signos resultan moles­tos o a veces dolorosos, no son más que una pequeña ofrenda en favor de estas benditas almas del Purgato­rio: su valor a lo mejor no consiste más que en eso.