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Es pues misión del cristiano proclamar y extender este reinado de Cristo, con la perfecta conciencia de que no está haciendo algo suyo, personal, estrictamente humano, sino realizando una misión divina: instaurare omnia in Christo, según el lema que San Pablo proponía a los cristianos de Éfeso. Todo el eje de la vocación apostólica de los cristianos, como escribe Mons. Escrivá de Balaguer, está en «informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Ioh XII, 32), cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura» (Es Cristo que pasa, n. 105).
La gran mayoría de los cristianos están llamados a realizar su misión en medio del mundo, de sus quehaceres terrenos. Así puede llegar Cristo a penetrar en todas las encrucijadas de la tierra, en todos los ambientes, en todas las ciudades y en los campos. Somos nosotros, los cristianos, los que hemos de elevar la temperatura espiritual a nuestro alrededor. No basta procurar que no haya conflictos, dificultades, líos. No podemos adaptamos al ambiente, porque somos nosotros los que hemos de transformar ese ambiente. Sería muy fácil ceder, acomodarse, hacerse a la mentalidad y la opinión general. Un cristiano que viva su fe con coherencia, con todas sus consecuencias prácticas, hoy día, es necesariamente una persona que llama la atención. ¿Qué hacer? ¿Camuflar cautelosamente su fe y sus principios y comportarse como la hacen todos? ¿Silenciar las verdades de su fe, para no crearse conflictos, malentendidos y discusiones? ¿Adoptar una naturalidad falsa para no chocar con los demás? Transigir en cuestiones que dicen respecto a la fe y a la moral cristianas, es actuar como una persona sin fe y sin moral, bajo el falso pretexto de la naturalidad.
«"Y ¿en un ambiente paganizado o pagano, al chocar este ambiente con mi vida, no parecerá postiza mi naturalidad?", me preguntas.
- Y te contesto: Chocará sin duda, la vida tuya con la de ellos: y ese contraste, por confirmar con tus obras tu fe, es precisamente la naturalidad que yo te pido» (Camino, n. 380).
Nos acordamos de nuevo de todo cuanto dijo el Señor sobre la levadura que hace fermentar toda la masa, de aquellas escenas de pesca junto al mar de Tiberiades, con un puñado de hombres rudos, Pedro y Andrés llevando las barcas, una noche entera, sin resultado -como nuestros tiempos de aparente esterilidad, en los que no vemos el fruto-; y después, el Señor que aparece y se mete en la barca, en nuestra barca, de madrugada, cuando ya sacaban las redes, vacías de peces: «Guía mar adentro, y echad las redes para la pesca», dice con autoridad Jesús, que sabe de redes y de pesca mucho más que sus Apóstoles. Y San Pedro, no obstante la noche vacía, en el nombre del Señor lanza las redes con fe, con confianza total. Y cuando sacó las redes, era tanta la cantidad de peces, que tuvieron que llamar a la otra barca, para que la red no se rompiera.
Así es el apostolado del cristiano: con Cristo reinando, con Cristo al timón de nuestra pobre barca, con Cristo dominando los mares y los confines de la tierra, nosotros, que no somos nada, lo podremos todo. Tendremos un Rey, un Señor, un Padre, un Hermano, un Amigo a quien queremos amar y servir con toda nuestra vida porque su Reino es un Reino sempiterno; y todos los reyes le servirán y le acatarán.