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CONSERVAR Y PERFECCIONAR LA UNION
En el sufrimiento del cuerpo
El Señor le hirió con el sufrimiento.
¿Qué debemos hacer cuando nos toca sufrir?
Mantenernos estrechamente unidos a Aquel que tanto ha sufrido.
Es lo más fácil y a la vez lo más consolador. Nos acordaremos de que somos los miembros de Cristo y que debemos continuar su Pasión, participando primero en los sufrimientos y en las llagas de su divino cuerpo. Ahora, su gloria tan caramente comprada le hace imposible el sufrimiento. Pero lo que El no puede soportar en su Humanidad personal quiere soportarlo en su humanidad acrecentada, en nosotros mismos, y continuar así su Pasión.
Y sobre todo, ¿no parece que quiere hoy extender la humillación de esta bendita Pasión más allá de los límites que su perfección le impedía antes franquear? Porque si durante su vida mortal ha experimentado sufrimientos que nosotros no experimentaremos jamás, hay otros que no ha podido conocer por experiencia, por ejemplo, la enfermedad. Lo que no ha podido soportar El mismo, lo soportará en nosotros. Entra en nuestra vida, nos incorpora a Sí mismo para que podamos sufrir no solamente por El, sino verdaderamente con El y en El. En ver dad podemos decir: Estoy clavado en la Cruz juntamente con Cristo.
Todo sufrimiento bien soportado acelera la obra de Dios en nosotros. Nada es más santificante. Perfecciona nuestra semejanza íntima con Jesús. Realiza la obra maravillosa de que habla San Pablo: la formación de Cristo en nosotros. Aunque en nosotros el hombre exterior se vaya desmoronando, pero el interior se va renovando de día en día.
«Cada dolor, dice Mons. Gay, es como un beso que nos da el crucifijo y un nuevo rasgo de semejanza que tenemos con Jesús».
Apoyado sobre tales verdades, ¿quién no soportará, no solamente con paciencia, sino con una santa alegría de alma, las más duras pruebas? Reboso de gozo en mis tribulaciones, decía San Pablo. Me gozo en mis sufrimientos, porque estoy cumpliendo en mi carne lo que resta que padecer a Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia. Así felicitaba él a los cristianos a quienes Dios probaba: Es una gracia que Dios os hace por los méritos de Cristo, no sólo de creer en El, sino también de padecer por su amor.
La Madre Margarita María Doéns, roída por una larga y horrible enfermedad, parecía alegrarse en su tortura. «Se creería que gozáis, le dijo una de sus Hermanas. —Sí, respondió ella, gozo de que Nuestro Señor hace en mí lo que le place».
Nuestro fin debe ser, al sufrir con Jesús y en Jesús, poder hacer nuestras estas otras palabras del gran Apóstol: Nos vemos acosados de toda suerte de tribulaciones, pero no por eso perdemos el ánimo; nos hallamos en grandes apuros, mas no desesperados; somos perseguidos, mas no abandonados; abatidos, más no enteramente perdidos; traemos siempre en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús, a fin de que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal... Nuestra ligera aflicción de la vida presente nos produce el eterno peso de una sublime e incomparable gloria.
En efecto, cada sufrimiento es una semilla de eternidad.
* * *
¡Oh mi Señor Jesús! Yo creo, y por vuestra gracia quiero siempre creer y profesar, y sé que es cierto, y que lo será hasta el fin del mundo, que no se hace nada grande sin sufrimiento, sin humillación, y que todas las cosas son posibles con estos medios. Creo, ¡oh mi Dios!, que la pobreza vale más que las riquezas, la pena que el placer, la obscuridad y el desprecio que la gloria, y la ignominia que los honores.
Señor mío, no os pido que me mandéis estas pruebas, porque no sé si podría soportarlas. Pero al menos, ¡oh Señor!, esté en la prosperidad o en la adversidad, quiero creer lo que he dicho.
No quiero poner mi fe en las riquezas, en la dignidad, en el poder o en la reputación. No quiero asentar mi corazón sobre los éxitos de este mundo ni sobre sus ventajas. No quiero desear lo que los hombres llaman los bienes de la vida. Quiero, al contrario, por vuestra gracia, tener en más estima a los que se desprecia o desdeña, honrar a los pobres, reverenciar a los que sufren, admirar y venerar a vuestros Confesores y a vuestros Santos, y escoger mi parte entre ellos a despecho del mundo.
Y, en fin, ¡oh mi querido Señor!, aunque sea tan débil que no pueda pediros el sufrimiento como un don, ni tenga la fuerza de hacerlo, os pediré al menos la gracia de recibirlo bien, cuando, según vuestra sabiduría y amor, me lo enviéis.
Deseo humillarme en todas las cosas, no responder a las malas palabras sino con el silencio, y conservar la paciencia cuando el enojo o el sufrimiento se prolonguen, y todo esto por amor a Vos y a vuestra cruz, sabiendo que de esta manera mereceré las promesas de esta vida y de la eterna.
Newman