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Sobre el misterio del Purgatorio
Durante la oración de la mañana se descubre a mi vista un inmenso fuego silencioso e inmóvil, pero de un calor intenso. Este calor es inconcebible, estoy en un baño de fuego, mi alma arde por dentro y por fuera. Entiendo que se me está mostrando el misterio del Purgatorio.
Primero el fuego, fuego de amor, fuego encendido por Dios, fuego que es una manifestación del misterio del Purgatorio y también su lugar propio. No sé cómo explicarlo. Este fuego me parece al mismo tiempo material y espiritual, místico. El misterio del Purgatorio es la purificación de las almas en estas llamas, es la reparación que deben a Dios por el pecado y por las secuelas de pecado en ellas, así como por las consecuencias de sus pecados fuera de ellas, en toda la creación. Sin embargo, en las almas del Purgatorio no queda pecado.
La reparación consiste en un castigo terrible: estar privada de Dios, en la privación momentánea de la visión beatífica. Es un estado de sufrimiento sin par, una terrible expiación para un alma perfectamente limpia y abrazada por la Caridad divina, totalmente entregada al amor que la posee, que la atrae y quiere darse en plenitud, cuando ella —como si se la mantuviera inmóvil, en un punto fijo, y al mismo tiempo establecida en su eterno grado de caridad— no puede todavía ni cogerlo ni poseerlo plenamente.
Mi alma se sentía desgarrada por este sufrimiento. Es una muy dolorosa languidez de amor, un exilio lejos del Amado, un devorante deseo de poseerle. Es igual que una espera infligida por su misma conducta: llegó el Amado y no estaba lista... En el Purgatorio, el alma no puede hacer progresos, no puede merecer. Se encuentra fija en la esperanza, toda ardiente de amor, sometida a la sola Voluntad del Amado; es un deseo ardiente que arde sin consumir, pena expiatoria que ella agradece tanto. ¡Oh! ¡Cuánto!
Ese es el castigo del Purgatorio: estar privado de Dios, y lo padece el alma de tres maneras dolorosas. Deslumbrada por la luz divina, está sin embargo todavía en la oscuridad; atraída por el Amor divino, está todavía alejada de Él; cautivada por la Belleza y la Santidad del Señor, se siente oprimida. Estas son las tres penas de esta privación de Dios, penas comunes a todos los que están en el Purgatorio; de ellas se desprenden todas las demás, con variantes más o menos dolorosas según cada una. Cada alma tiene sus particularidades; remordimientos por las gracias desaprovechadas o despilfarradas, sufrimiento de estar allí olvidadas y separadas de sus parientes todavía sobre la tierra, espera ansiosa de su liberación del Purgatorio, del cual no puede uno saber ni conocer cuándo será.
Esta pena de la separación de Dios es el estado del Purgatorio, y de ella proceden todos los demás sufrimientos expiatorios: sufrimientos objetivos, purifica- dores, obras de la Justicia. Este estado es transitorio, algún día se apagará este fuego, las almas lo saben: están en la perfección de la esperanza, enteramente abrasadas de amor... Rezo y esta visión intelectual cesa de golpe.
El fuego de amor del Purgatorio
Oración silenciosa. A partir del Corazón Eucarístico de Jesús lanzándonos dardos de Amor, me es dada una experiencia del fuego del Purgatorio. El fuego del Purgatorio es fuego de Amor, «el Amor es fuerte como la muerte» y sus dardos son dardos de Dios, llama de Dios. ¡Fuego de amor, sí! Brotando del Corazón de
Dios, cautivando el alma y abrasándola del deseo de la visión beatífica... Percibí este fuego del Purgatorio como si estuviera encendido en las almas —en su interior— por el amor de Dios: el Amor divino quema, abrasa las almas de amor por El.
Este fuego es terrible porque es fuego de amor: el amor de Dios enciende en el alma que está en el Purgatorio un vivo deseo de Dios, como una dolorosa languidez, una llama ardiente; y el alma es entonces portadora de este fuego encendido en ella por el Señor, está abrasada y vuelta hacia Dios que la atrae fuertemente, cautivada por Él e inflamada del deseo de la visión beatífica que es unión. Y es de este fuego de amor del que se desprenden todas las demás penas, están como recapituladas en él. Este fuego es tan terrible que el fuego de la tierra, en comparación, es un dulce bálsamo. Y provoca en las almas del Purgatorio una sed mística atroz; tal es su vehemencia.
Mi alma está sedienta de Ti
como tierra árida sin agua.
Ciertamente se puede ver en este versículo del salmo una metáfora que expresa el deseo que tenemos de Dios y que experimentamos aquí abajo. Pero mi Ángel no lo interpreta así, ya que me preguntó si creía que había en la tierra tantas almas adelantadas en el Amor para poder, en justicia, aplicarse estas palabras de la Escritura. De hecho, me es mucho más fácil aplicarlas al Purgatorio, porque me ayudan a entenderle, ya que yo mismo estoy lejos, tristemente, de sentir tal sed de Dios para reconocerme en ellas.
Veo siempre que las almas del Purgatorio son atraídas con fuerza por Dios, al que perciben experimentando su Amor —amor que las quema de deseo, como un fuego ardiente que penetra hasta la médula del alma, si puedo utilizar esta expresión—, y al mismo tiempo, retenidas en el Purgatorio por la necesidad de expiar sus faltas, de pagar sus deudas, que son las penas del pecado todavía en ellas. Esta expiación misma es amada y querida —por muy dolorosa que sea—, porque es el medio de ver a Dios y de llegar a la unión con El; es amada porque las almas del Purgatorio no tienen otra voluntad que la de Dios, el cumplimiento de la Pura Voluntad divina, al mismo tiempo que odian el pecado; puesto que el querer divino es unirse totalmente a todas las almas, y las penas del pecado impiden esta unión.
El único medio de llegar a la unión con Dios es suprimir el obstáculo que está en el alma, y eso en el Purgatorio sólo es posible por la expiación reparadora. Así es como las almas, que anhelan ardientemente su unión con Dios, desean esta expiación que las purifica, se encuentran así limpias de la pena del pecado y pueden entrar en la visión beatífica con Dios. De esa manera, en la plenitud del Amor, se encuentra realizada la Voluntad de Dios, que es el único deseo de las almas del Purgatorio, deseo al mismo tiempo excitado e insatisfecho; es esta oposición que al mismo tiempo las quema como el fuego, el fuego del Purgatorio: es una traba momentánea que les impide contestar a su vehemente deseo de ver a Dios plenamente y de ver cumplido de manera perfecta su deseo de la visión beatífica, esta unión consumada en la gloria. En este estado las almas exclaman a menudo: «¡Eres justo, Señor, y rectos son tus juicios!»
El deseo de las almas del Purgatorio es un deseo de total adhesión y conformidad a la Pura Voluntad di- vina: enteramente vuelta hacia Dios, cautivada por El, que la atrae, el alma no tiene ya voluntad propia, ni mirada sobre ella misma ni sobre los demás, todo en ella es límpido, unificándose en la conformidad de su voluntad a la sola Voluntad de Dios, no se dirige más que a Dios, y solamente a El.
Así es como he podido experimentar un poco el fuego ardiente del Purgatorio, pero me parece que hay otra cosa, un fuego verdadero, casi material, que presenta una analogía con nuestro fuego de la tierra, aunque es distinto, incomparablemente más ardiente y terrible, muy misterioso; mi Ángel de la guarda me ha confirmado esta intuición, diciéndome que se puede ver su carácter material viendo lo que produce sobre la materia.
He visto este fuego como una especie de sombra ardiente, de color rojizo y oscuro, ya que el Purgatorio es una zona de oscuridad en comparación de la inefable y radiante luz del Paraíso, esta luz que entrevén todas la almas en el juicio particular. En comparación con el infierno, el Purgatorio es luminosísimo, porque el infierno es el reino de las tinieblas eternas, aunque allí arde también un fuego...
Me parece que el fuego del Purgatorio encarcela el alma, pero al mismo tiempo la rodea y la envuelve, de manera que el alma se encuentra encadenada a este fuego material; ¡y que es para ella un gran dolor y humillación!... Puramente espiritual pero encarcelada por este fuego material, el alma se encuentra recortada en sus actividades espirituales normales, y sometida de esta manera a la Voluntad Divina que ama, y que le es manifestada en esta forma asombrosa de un fuego material. Creo que hay un doble fuego: el fuego interior de amor encendido en el alma por Dios, y también un verdadero fuego exterior que es manifestación del primero.
Creo también que el fuego del Purgatorio y el del infierno son un mismo fuego, pero, no sé por qué, en el Purgatorio es positivo, purifica y abrasa de amor, y en el infierno es negativo, castiga y suscita el odio. Todo esto puede parecer increíble. Lo escribo como se me dice y enseña; si me equivoco, es que he entendido mal. ¡El Purgatorio es un misterio tan grande! Lo remito todo a la Santa Madre Iglesia, que sabe y juzgará.