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15 abril 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

Las penas del Purgatorio

Oración de la tarde. El Señor quiso hacerme ver, conocer y entender lo que son las penas del Purgatorio en su conjunto; es cierto que no podemos aquí abajo entender exactamente cómo son sin experimentarlas. Alguien, sin embargo, puede recibir del Señor la gra­cia de una verdadera aproximación a este misterio, para dar a sus hermanos una enseñanza que les esti­mulé a la compasión y a la oración en favor de las benditas almas del Purgatorio.

De hecho, he visto que no hay en el Purgatorio más que una única pena, la que le constituye: es decir, la privación de la visión de Dios. Tal es, directamente, el único y gran castigo del Purgatorio, todos los demás no son más que modalidades que vienen de él. Esta pena es tan dura porque el alma está fuertemente atraída por Dios, porque le desea y va hacia Él en un vivo im­pulso; pero se queda paralizada, experimenta una ne­cesidad de quedarse inmóvil, a pesar de la atracción del amor que siente y que la empuja. Esta necesidad viene de ella, de su estado.

Esto se entiende por el hecho de que el alma, en el Purgatorio, solamente desea la gloria de Dios. Ella misma se arroja al Purgatorio empujada por su amor a la santidad y a la justicia de Dios, y anteponiendo Su gloria por encima de su propio interés, quiere absolu­tamente este sufrimiento, esta expiación que da gloria a Dios. El alma que se encuentra allí, ama este sufri­miento, que exalta la santidad de Dios manifestada en este misterio de justicia; lo prefiere mil veces a la eventualidad de un encuentro con Dios en el cual encon­traría ella su interés, pero no la plena glorificación de Dios, al que ama más que a ella misma. Este sufrimiento del Purgatorio es terrible, es un tormento de amor, un languidecer de amor como no hay otro en la tierra. Creo que se puede comparar algo al del paralítico de la pis­cina de Bertseba: este hombre sólo deseaba entrar en el agua cuando se agitaba, pero que no era capaz de hacerlo. Eso debía de dolerle inmensamente.

Tal es la única y terrible pena del Purgatorio, eso mismo constituye el Purgatorio, una desgarradora y ardiente languidez de amor en el alma. Todas las de­más no son más que modalidades o consecuencias de este languidecer de amor: sentimiento de alejamiento, de olvido, de oscuridad, de hambre de Dios, de dura­ción de esta pena, el olvido o la negligencia de los que todavía están en la tierra, clara visión del pecado y do­lor de haber pecado, etc. Mi Ángel me explicó algo en lo relativo a lo que puede ser el tiempo y la duración de las penas, ya que nos es difícil concebir que un es­píritu pueda estar de alguna manera insertado en el tiempo.

En el Purgatorio
el tiempo no es como lo percibís en la tierra.
Pero las almas sí que realizan actos diversos
que se suceden en el orden del amor;
y esta sucesión de actos continuos
constituye en cierta manera
la medida de un tiempo uniforme.
Esto no tiene, sin embargo,
nada que ver con el tiempo
tal como lo conocéis.
No olvidéis que mil años son como un día
a los ojos del Todopoderoso
.

He visto que lo que constituye los diferentes grados del Purgatorio no es la naturaleza de las penas, sino su duración y su intensidad, mayor o menor, al mismo tiempo que una mayor o menor abundancia de consue­los. A pesar de esto, he visto que en lo que los hom­bres llaman el Gran Purgatorio o el Fondo del Purga­torio, los demonios son perceptibles a las almas, lo que las atormenta mucho, porque reina a su alrededor una gran agitación. Eso me ha sorprendido siempre, pero el Ángel me lo explicó.

Los demonios no ejercen una acción directa
sobre las almas del Purgatorio,
no tienen ningún poder sobre ellas.
Pero notar su presencia y su agitación nefasta
es un tormento permitido por Dios
para ciertas almas.
El demonio conserva lo que parece
un resto de poder,
pero son solamente las secuelas del pecado
.

Este especie de penalidad en las almas del Gran Purgatorio no es más que una vejación moral, una hu­millación que acrecienta su dolor, su languidez de amor, esta es en realidad como el fuego del Purgato­rio. He visto también que las etapas se diferencian si­guiendo modalidades que son tan distintas como puede ser esta languidez de amor, y que en la última purificación en el Atrio o Ante-Cielo, esta languidez ya no tiene formás distintas pero subsiste sola.

Las almas del Purgatorio sufren mucho al verse ol­vidadas por las personas que viven en la tierra. No su­fren por ellas, porque allí ya no se miran a sí mismas, ni se contemplan: sufren porque ven en ello una negli­gencia, una falta de atención, un grave falta de consi­deración hacia la comunión de los santos y hacia la gloria de Dios, que aman por encima de todo. Padecen las consecuencias al no recibir esta gran ayuda de la intercesión que acortaría sus padecimientos expiato­rios. Las almas que sufren allí no desean salir del Pur­gatorio por su bienestar, sino para la mayor gloria de Dios, que es el único objeto de sus miradas y amor. Estas benditas almas tienen mucho que enseñarnos so­bre el misterio de la gloria de Dios, sobre nuestro de­ber de glorificarle, y también sobre nuestra obligación de simplificar nuestra mirada interior.

Todo, absolutamente todo, para estas almas, penali­dades o consuelos, está en función de la glorificación de Dios, que es su sola y única ocupación; se queda­rían con gusto mil años en el Purgatorio si pudiesen de esta manera acrecentar la gloria de Dios. ¡Aunque no se ocupan de nosotros ni de ellas mismas, esto no quiere decir que no nos quieran! Nos quieren mucho, más que cualquier persona de aquí abajo, exceptuando quizá algún gran santo, a pesar de quedar sometido en parte a la ley de la sensibilidad; pero es que las almas del Purgatorio nos aman en el amor purísimo de Dios y en este perfecto ejercicio de caridad; su amor es ele­vado y objetivo. Cuando oran por nosotros, solamente quieren nuestro bien, que está siempre ordenado a la gloria de Dios.