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San Josemaría
CON LA FUERZA DEL AMOR
Amigos de Dios, 235.- Por tanto, os repito con San Pablo: cuando yo hablara todas las lenguas de los hombres y el lenguaje de los ángeles, si no tuviere caridad, vengo a ser como un metal que suena, o campana que retiñe. Y cuando tuviera el don de profecía y penetrase todos los misterios y poseyese todas las ciencias, cuando tuviera toda la fe, de manera que trasladase de una a otra parte los montes, no teniendo caridad -Soy nada. Cuando yo distribuyese todos mis bienes para sustento de los pobres, y, cuando entregara mi cuerpo a las llamas, si la caridad me falta, todo eso no me sirve de nada (1 Cor XIII, 1-3).
Ante estas palabras del Apóstol de las gentes, no faltan los que coinciden con aquellos discípulos de Cristo, que, cuando Nuestro Señor les anunció el Sacramento de su Carne y de su Sangre, comentaron: dura es esta doctrina, ¿quién puede escucharla? (Ioh VI, 61). Es dura, sí. Porque la caridad que describe el Apóstol no se limita a la filantropía, al humanitarismo, o a la lógica conmiseración ante el sufrimiento ajeno: exige el ejercicio de la virtud teologal del amor a Dios y del amor, por Dios, a los demás. Por eso, la caridad nunca fenece, mientras que las profecías se terminarán y cesarán las lenguas y se acabará la ciencia... Ahora permanecen estas tres virtudes, la fe, la esperanza y la caridad; pero de las tres la caridad es la más excelente de todas ( l Cor XIII, 8, 13).
El único camino.
Amigos de Dios, 236.- Nos hemos convencido de que la caridad nada tiene que ver con esa caricatura que, a veces, se ha pretendido trazar de la virtud central de la vida del cristiano. Entonces, ¿por qué esta exigencia de predicarla continuamente? ¿Surge como tema obligado, pero con pocas posibilidades de que se manifieste en hechos concretos?
Si mirásemos a nuestro alrededor, encontraríamos quizá razones para pensar que la caridad es una virtud ilusoria. Pero, considerando las cosas con sentido sobrenatural, descubrirás también la raíz de esa esterilidad: la ausencia de un trato intenso y continuo, de tú a Tú, con Nuestro Señor Jesucristo; y el desconocimiento de la obra del Espíritu Santo en el alma, cuyo primer fruto es precisamente la caridad.
Recogiendo unos consejos del Apóstol -llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo (2 Gal VI, 2)- añade un Padre de la Iglesia: amando a Cristo soportaremos fácilmente la debilidad de los demás, también de aquél a quien no amamos todavía, porque no tiene obras buenas (S. Agustín. De diversis quaestionibus LXXXIII, 71, 7 (PL 40, 83).
Por ahí se encarama el camino que nos hace crecer en la caridad. Si imaginásemos que antes hemos de ejercitarnos en actividades humanitarias, en labores asistenciales, excluyendo el amor del Señor, nos equivocaríamos. No descuidemos a Cristo a causa de la preocupación por el prójimo enfermo, ya que debemos amar al enfermo a causa de Cristo (S. Agustín. De diversis quaestionibus LXXXIII, 71, 7 (PL 40, 83).
Mirad constantemente a Jesús que, sin dejar de ser Dios, se humilló tomando forma de siervo (Cfr. Phil 11, 6-7), para poder servirnos, porque sólo en esa misma dirección se abren los afanes que merecen la pena. El amor busca la unión, identificarse con la persona amada: y, al unirnos a Cristo, nos atraerá el ansia de secundar su vida de entrega, de amor inmensurable, de sacrificio hasta la muerte. Cristo nos sitúa ante el dilema definitivo: o consumir la propia existencia de una forma egoísta y solitaria, o dedicarse con todas las fuerzas a una tarea de servicio.
Amigos de Dios, 237.- Vamos a pedir ahora al Señor, para terminar este rato de conversación con El, que nos conceda repetir con San Pablo que triunfamos por virtud de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni virtudes, ni lo presente, ni lo venidero, ni la fuerza, ni lo que hay de más alto, ni de más profundo, ni cualquier otra criatura podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está en Jesucristo Nuestro Señor (Rom VIII, 37-39).
De este amor la Escritura canta también con palabras encendidas: las aguas copiosas no pudieron extinguir la caridad, ni los ríos arrastrarla (Cant VIII, 7). Este amor colmó siempre el Corazón de Santa María, hasta enriquecerla con entrañas de Madre para la humanidad entera. En la Virgen, el amor a Dios se confunde también con la solicitud por todos sus hijos. Debió de sufrir mucho su Corazón dulcísimo, atento hasta los menores detalles -no tienen vino (Ioh II, 3), al presenciar aquella crueldad colectiva, aquel ensañamiento que fue, de parte de los verdugos, la Pasión y Muerte de Jesús. Pero María no habla. Como su Hijo, ama, calla y perdona. Esa es la fuerza del amor.