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LA FAMILIA DE SAN JOSÉ (3 de 3)
San Pablo escribía a Timoteo, el discípulo querido al que había puesto al frente de una joven iglesia, si alguno no cuida de los suyos y principalmente de su casa, ha negado la fe y es peor que un infiel. Son duras las palabras con que advertía al discípulo su obligación de recordar a aquellos cristianos primerizos que la educación de sus hijos era su primera obligación, deber primordial e indeclinable.
Tal vez puedan pensar algunos que el ambiente en que se desenvuelve la sociedad occidental del siglo xxi no es el más propicio para que se desarrollen los valores cristianos, pero no parece que sea mucha la diferencia existente entre esta sociedad hedonista y la del siglo I de nuestra era. Juan Pablo II advertía a los padres cristianos en el inicio de su largo y fecundo pontificado: en los lugares donde una legislación antirreligiosa pretende incluso impedir la educación en la fe o donde ha cundido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta el punto de resultar prácticamente imposible una verdadera creencia religiosa, la Iglesia doméstica es el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis.
Lo mismo, aunque con palabras más duras, había dicho Pío XI mediados los años treinta del siglo pasado: ningún poder terreno puede eximiros del vínculo de responsabilidad, impuesto por Dios, que os une con vuestros hijos. Ninguno de los que hoy oprimen vuestro derecho a la educación y pretenden sustituiros en vuestros deberes de educadores podrá responder por vosotros al Juez eterno cuando le dirija la pregunta:¿dónde están los que yo te di? Que cada uno de vosotros pueda responder: No he perdido a ninguno de los que me diste.
José y María se cuidaron muy mucho de inculcar en el Niño, que crecía en edad, sabiduría y gracia, estos principios.
Cuenta el evangelista san Lucas que, una vez iniciada su vida pública, vino Jesús a Nazaret, donde se había criado, y, según su costumbre, entró el día de sábado en la sinagoga, recalcando la costumbre que tenía de asistir semanalmente a la misma. Con anterioridad hemos expuesto la diligencia con que san José cumplió lo establecido por la ley de Moisés sobre la circuncisión, la presentación en el Templo y su rescate, la purificación de la Virgen y su asistencia a las fiestas pascuales de Jerusalén.
Son ejemplos del interés de la Sagrada Familia por instruir y formar al Niño y ello a pesar de estar en el centro del misterio.
Imitando las familias cristianas de hoy a la Sagrada Familia de Nazaret, contando siempre con la gracia de Dios que antecede y acompaña, que nunca falla, las nuevas generaciones de cristianos se encargarán de mantener vivo el Evangelio a través de sus hogares, irradiando desde ellos los valores cristianos.
Cierto que no será fácil, pero no más difícil que lo que haya resultado en otros momentos de la historia. El hedonismo y el relativismo no son de ayer y siempre ha habido hombres pendencieros y vanos, amigos de lo ajeno e inclinados al vicio, pero el precio de vivir en cristiano nunca abdicó del esfuerzo. La pasión y muerte del Señor tampoco fue fácil, ni estuvo ausente de la misma el sacrificio.
A veces nos quejamos de que los hijos son egoístas y caprichosos, olvidándonos de que fuimos nosotros los que contribuimos en gran medida a fomentar ese egoísmo o esos caprichos, concediéndoles cuanto piden o se les antoja, sin escatimar gastos, para que nos dejen en paz o para que no queden en un nivel inferior al hijo de la vecina, del amigo o de los parientes.
Si no ven en los padres ejemplos de sobriedad en el uso de la televisión o de otros medios audiovisuales, será difícil que ellos sean capaces de saber cortar cuando sus obligaciones se lo reclamen.
La sociedad del bienestar en la que estamos inmersos nos ha llevado a estimar más a las personas por lo que tienen que por lo que son, produciendo en el hombre un olvido de la trascendencia, poco menos que incapacitándolo para apreciar lo que no se percibe con los ojos, se escucha con los oídos o se toca con las manos, convirtiéndolo en puro consumidor de los bienes producidos.
Los padres tienen el deber de enseñar a los hijos a ser dueños de sus actos y no esclavos de sus instintos. Es parte de la virtud de la templanza el dominio de esos instintos que nos acompañan siempre, tirando de nosotros hacia lo bajo y lo rastrero, que solo se supera con el esfuerzo y la lucha.
La familia de Nazaret: Jesús, María y José es el paradigma de todas las familias cristianas. En ella se fijaron aquellas familias de los primeros tiempos cristianos que albergaron en su hogar a las primeras comunidades, sirviendo de altavoz de los valores evangélicos entre otras familias.
Con la familia de Nazaret son aquellas familias de la primera cristiandad el modelo para las familias cristianas de todos los tiempos. Hoy, como entonces, las familias han de ser sembradoras de paz y alegría, de la paz y la alegría que Jesús nos ha traído (San Josemaría, Es Cristo que pasa, 30).