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III. CONSERVAR Y PERFECCIONAR LA UNION
Para que se perpetúe la unión de nuestra alma con la santa Humanidad de Nuestro Señor y la adorable Trinidad basta permanecer en estado de gracia. Sólo el pecado mortal puede romper esta unión permanente. Pensemos en ello o no, estamos incorporados a Cristo, vivimos de El.
Pero los frutos que sacamos de esta unión son bien diferentes, según sea consciente o inconsciente, es decir, según que nuestra alma esté atenta o distraída de la presencia de Dios en ella. Podemos estar unidos a Dios como el niño está unido a su madre cuando duerme en sus brazos, o como el Apóstol amado en la noche de la Cena, reclinado con amor sobre el Corazón del Maestro, escuchando sus secretos.
Indudablemente la primera unión, inconsciente, es ya bien preciosa. Pero, ¡cuánto más perfecta es la segunda! Ella sola lleva a la perfección, a la santidad. No podemos aprovecharnos plenamente de los infinitos recursos de la Comunión si no procuramos que la unión que ella ha establecido esté constantemente renovada por nuestra libre voluntad, que sea querida sin cesar, o, para emplear el lenguaje de los teólogos, que sea cada vez más actual. No nos contentemos con un amor vivo: busquemos un amor despierto, siempre activo, cuya ambición sea llegar a vivir sin cesar por Jesús con la adorable Trinidad.
Esto sería relativamente fácil si nuestra vida se pasara tranquilamente al pie del tabernáculo y no fuese solicitada por ocupaciones exteriores. Pero, para la mayor parte de nosotros, está muy lejos de ser así. Después de la Comunión debemos volver a nuestros hermanos por relaciones necesarias, a nuestros deberes de estado y a ocupaciones muchas veces absorbentes. A cada uno de nosotros ha señalado la Providencia su tarea; y no viene Cristo a nosotros para separarnos de ella, sino para ayudarnos a cumplirla. Y quiere que francamente la acometamos.
Pero surge entonces una grave dificultad. ¿Habrá que interrumpir la contemplación de los adorables misterios que la Comunión ha instaurado en nuestra alma?
¿Dejaremos a Dios para ponernos al servicio del prójimo? Y si hay que permanecer todavía con Dios, ¿cómo unir la actividad exterior y la contemplación interior? En una palabra, ¿cómo llevar la necesaria vida exterior sin disminuir la vida interior?
Tratemos de explicarlo exponiendo cómo nuestros esfuerzos deben tender:
a) Primero, a mantener la unión con Dios en medio de nuestras ocupaciones y en los diferentes estados por que pasamos ordinariamente.
b) Después, a perfeccionar esta unión.
* * *
Dame, ¡oh Señor!, por norma el camino de tus justísimos mandamientos, e iré siempre por él.
Dame inteligencia, y estudiaré atentamente tu ley y la observaré con todo mi corazón.
Inclina mi corazón a tus testimonios. Hazme vivir en tu camino.
Estoy enamorado de tus mandamientos: hazme vivir conforme a tu justicia.
Salmo CXVIII
¡Conocimiento de Dios! ¡Oh alegría de las alegrías, Señor! El es el que precede; el amor viene detrás, el amor transformador. El que conoce en la verdad, aquél ama en el fuego.
Beata Angela de Foligno