-
San Alfonso María de Ligorio
Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima.
VISITA VI.
Jesucristo dice: Que donde cada uno tiene su tesoro, allí tiene su corazón. Por eso los santos no estiman ni aman otro tesoro que a Jesucristo; todo su corazón y todo su efecto tienen en el Santísimo Sacramento. Mi amabilísimo Señor Sacramentado, que por el amor que me tenéis, estáis de día y de noche en ese Sacramento, inflamad mi corazón para que no ame sino a Vos, ni piense sino en Vos, no busque, ni espere otro bien fuera de Vos; hacedlo así. Salvador mío, por los méritos de vuestra Pasión. ¡Ah, Salvador mío sacramentado! ¡Cuán admirable son las industrias de vuestro amor para hacer que las almas os amen! ¡Oh Verbo Eterno! No bastó a vuestra ardiente caridad el haceros hombre y morir por nosotros; sino que para satisfacción de vuestro amor quisisteis también quedaros en este Sacramento, para servirnos de compañía, de alimento y de prenda de la eterna gloria. Vos aparecisteis entre nosotros, ya en figura de niño dentro de un pesebre, ya de pobre en una humilde tienda, ya como reo clavado en una cruz; y aparecéis, por fin, todos los días sobre nuestros altares, debajo de las especies de pan. Decidme, Señor, ¿qué más podíais inventar para haceros amar? ¡Oh, bien infinito! ¿Cuándo comenzaré de veras a corresponder a las finezas de vuestro amor? ¡Ah, Señor! No quiero vivir sino para amaros. ¿De qué me sirve la vida si no la empleo en amar a mi Redentor, que empleó toda la suya en beneficio mío? ¿Y qué objeto debo yo amar sino a Vos, mi Señor, que sois todo hermoso, todo afable, todo bueno, todo digno de ser amado? Viva mi alma sólo para amaros, abrásese de amor cuando se acuerde de vuestro amor, y al oír nombrar pesebre, cruz, Sacramentos, enciéndase en deseos de ejecutar grandes cosas en vuestro obsequio. ¡Oh, Jesús mío, qué grandes cosas habéis hecho y padecido por mi amor!
La comunión espiritual, etcétera.
A María Santísima
Vos sois, oh Virgen santísima, aquella única mujer en la cual el Salvador halló su descanso y a quien sin reserva entregó todos sus tesoros. Por esta razón todo el mundo honra vuestro casto seno como templo de Dios, en el cual se dio principio a la salvación del mundo, y se hizo la reconciliación entre Dios y el hombre. Vos sois aquel huerto cerrado, ¡oh gran Madre de Dios!, en el cual nunca entró mano terrena para manchar vuestra pureza. Vos sois aquel hermoso jardín en que Dios puso todas las flores que adornan la santa iglesia, y entre ellas la violeta de vuestra humildad, la azucena de vuestra pureza y la rosa de vuestra caridad. ¿A quién os compararemos, oh. Madre de la gracia y de la belleza? Vos sois el paraíso de Dios, de Vos salió la fuente de aguas vivas que fertiliza toda la tierra. ¡Cuántos beneficios habéis hecho al mundo, mereciendo ser aquel saludable acueducto por donde se nos comunican todos los bienes y todas las gracias!
VISITA VII
Este nuestro amoroso pastor que dio la vida por nosotros, sus ovejas, no quiso, ni en su muerte, separarse de nosotros. Aquí estoy, dice, ovejas mías; aquí estoy siempre con vosotras; por vosotras me quise quedar en la tierra en este Sacramento; aquí me hallaréis siempre que quisiereis, para ayudaros y consolaros con mi presencia; no os dejaré hasta el fin del mundo, y mientras permaneceréis sobre la tierra. Deseaba el esposo—dice San Pedro de Alcántara—dejar a su esposa en esta tan larga ausencia alguna compañía para que no quedase sola, y por esto instituyó este Sacramento, en el cual quedase El mismo, que era la mejor compañía que podía dejarle.
¡Ah, Señor mío y Salvador mío amabilísimo ! Ahora vengo a visitaros en ese altar; mas Vos me pagáis esta visita con caro amor, infinitamente mayor, cuando venís a mi alma en la santa Comunión. Entonces no sólo os hacéis presente a mí, sino que os hacéis también mi comida, todo os unís y entregáis a mí, para que pueda deciros con verdad: ahora, mi buen Jesús, sois todo mío. Pues, Señor, ya que Vos os entregáis todo a mí, razón es que me entregue todo a Vos. ¡Oh Dios de amor, oh amor de mi alma! ¿Cuándo seré todo vuestro, no sólo en las palabras, sino también en las obras? Vos lo podéis hacer, aumentad, Señor, en mí la confianza y la esperanza de conseguir esta gracia por los méritos de vuestra sangre y de verme todo vuestro antes de la muerte. Vos oís. Señor, las súplicas de todos; oíd también ahora los ruegos de un alma que os quiere amar de veras; sí, deseo amaros con todas mis fuerzas y os quiero obedecer en todo lo que Vos me mandareis, sin interés, sin consolación, sin premio ; os quiero servir sólo por amor, sólo por daros gusto, sólo por agradar a vuestro amantísimo corazón, a quien debo las más excesivas finezas; mi premio. Señor, será amaros ardientemente en esta vida, y veros y gozaros eternamente en el cielo. ¡Oh Hijo amado del Eterno Padre! Aceptad mi libertad, mi voluntad, todas mis cosas, y a mí mismo, y daos a mí. Yo os amo y os busco, por Vos suspiro, sólo a Vos quiero, sólo a Vos quiero, sólo a Vos quiero.
La comunión espiritual, etcétera.
A María Santísima
¡Oh Reina del cielo! De Vos se habla cuando se dice: «¿Quién es ésta que aparece como la aurora, que va subiendo, hermosa como la luna, escogida como el sol?» Vos vinisteis al mundo, como resplandeciente aurora, previniendo con la luz de vuestra santidad la venida del sol de justicia. ¡Oh día en que aparecisteis en el mundo! Bien puede llamarse día de salvación y de gracia. Sois bella como la luna, porque así como no hay planeta más semejante al sol, así también no hay criatura más semejante a Dios que Vos; la luna ilumina la noche con la luz que recibe del sol, y Vos ilumináis nuestras tinieblas con las luces de vuestras virtudes ; Vos, no obstante, sois más bella que la luna, porque en vos no se halla mancha ni sombra; Vos sois escogida como el sol; esto es, imitadora de aquel sol divino que crio al sol que vemos. Él fue escogido entre todos los hombres y Vos escogida entre todas las mujeres.