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PADRE LEGAL DE JESÚSi (2 de 2)
San José era el cabeza de familia, y, por ello, recaía sobre él la responsabilidad establecida en la ley mosaica; así vemos en el Evangelio cómo se esfuerza por realizar por el niño lo que este aún no tiene capacidad para cumplir.
Hemos señalado más arriba «el cumplimiento de la ley en aquello que a tardía al padre de la criatura, como la circuncisión y la presentación en el Templo. Cuando el niño cumplía los doce años estaba establecida su asistencia en Jerusalén a la fiesta de la Pascua y también se señala en el Evangelio que subió con sus padres a la fiesta.
Era asimismo obligación del padre proporcionar al hijo el aprendizaje de un oficio manual cuando llegaba a la edad de la pubertad y sabemos por el Evangelio que san José enseñó a Jesús su mismo oficio de artesano o carpintero, de modo que, en lo humano, fue san José el maestro de Jesús, que sin duda conservaría gestos, expresiones y modismos oídos de labios de san José.
San José enseñó a Jesús un oficio cumpliendo así una de las obligaciones de todo padre: proporcionar al hijo un modo de desenvolverse en la vida, de poder defenderse por sí mismo sin necesitar de la protección paterna.
José, en la casa de Nazaret, ofreció al niño que crecía a su lado el apoyo de su equilibrio viril, de su clarividencia, de su valentía, de las dotes propias de todo buen padre sacándolas de esa fuente suprema «de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra».
Todo padre quiere para su hijo lo que considera lo mejor deseando que, si es posible, lo supere a él en todo desde la formación intelectual hasta el bienestar material, pero, a veces, este afán de colocar al hijo en un nivel que él considera más elevado sirve no para conseguir el fin deseado, sino para hacer del hijo un ser inservible para lo que su padre lo había destinado, inadaptado y, consiguientemente, infeliz y tal vez desgraciado.
Sin duda, a san José le habría gustado para Jesús un oficio más vistoso cara a la galería, pero eligió el suyo y, si es verdad que las circunstancias de hoy tienen poco que ver con las de entonces, no por ello deja de ser, también en esto, paradigma y modelo para los padres. Decía Pablo VI que san José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos. San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan «grandes cosas», sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas.
Es preciso que los padres den libertad a los hijos en la elección de su profesión y les ayuden a realizarse en aquello que más les atrae o para lo que tienen cualidades más marcadas. No es más feliz quien se encuentra situado en una profesión socialmente considerada de mayor nivel, sino el que está en aquello que le gusta, en donde se siente más realizado.
Otro aspecto en el que los padres deberán respetar la libertad de los hijos es en la elección de estado. No es el padre o la madre los que se van a casar, sino el hijo y es este el que deberá elegir a la mujer o el hombre con el que habrá de estar unido toda la vida, aunque tal vez los padres se hayan inclinado por otro y no siempre por razones nobles. Los padres tienen el deber y el derecho de aconsejar a los hijos, pero nunca el de imponer su criterio, por muy legítimo que lo consideren y muy prometedor que les parezca.
Otro tanto cabe decir cuando el hijo o la hija se sienten llamados por Dios al estado sacerdotal o religioso, a la vida consagrada o al celibato apostólico, quebrando con ello ilusiones y sueños legítimos que se habían forjado los padres.
Torcer la vocación de un hijo, también la vocación profesional, es a todas luces injusto, pero, además, pueden hacer del hijo un hombre desgraciado al verse obligado, por dar gusto a su padre, a realizar algo para lo que no se siente dotado y que, por ello, realiza a disgusto, soportándolo con dificultad.
Los padres deben pedir a Dios la entereza necesaria para, aun costándoles, saber renunciar a sus propios deseos, a veces a sus legítimos deseos, a sus sueños, para que los hijos puedan realizar los suyos sin verse obligados, para dar gusto a los padres, a realizar algo para lo que no se sienten llamados o no se ven capacitados.
Otro aspecto, quizá el más importante, de la misión de los padres es la educación de los hijos en la fe.
Hemos señalado en diversos lugares la diligencia de san José en cumplir las obligaciones que en relación a su hijo imponía la ley mosaica. Fue circuncidado a los ocho días imponiéndole entonces el nombre; fue presentado a los cuarenta días en el templo; llevado a los doce años a la fiesta de la Pascua en Jerusalén; etc., y sabemos que tenían la costumbre de asistir todos los sábados a las funciones litúrgicas de la sinagoga. También en esto san José es paradigma y modelo.
Es deber de los padres bautizar cuanto antes a los hijos pues de lo contrario se les priva de la gracia de Dios que los hace hijos de Dios y miembros de su Iglesia. No parece razón suficiente para retrasar el bautismo el esperar meses o tal vez años a que venga el padrino o algún familiar o amigo, porque entonces la ceremonia, y no me refiero a la religiosa, va a resultar mucho más vistosa con un banquete más suntuoso con baile incluido y tal vez una capea, que hasta ese absurdo nos ha llevado la sociedad de consumo.
Parece que ha pasado la moda, tan aireada en los años setenta y ochenta del siglo xx, de no bautizar a los niños con el pretexto de respetar su libertad para que, una vez adulto, pueda escoger la religión que más le guste o no escoger ninguna. Naturalmente, según esta teoría solo coartaba la libertad el tema religioso porque a ningún padre se le pasaba por la cabeza que hacía tal cosa con su hijo si le obligaba a ir al médico o al colegio, o lo vestía de una u otra manera. Tal modo de pensar solo podía apoyarse en una de estas dos razones: o la ignorancia o la frivolidad y, por desgracia, ambas abundan en la sociedad actual.
Como queda señalado, sabemos por el Evangelio que los padres de Jesús iban todos los años a la fiesta de Pascua en Jerusalén y todas las semanas, a la sinagoga de Nazaret. Es otra faceta de la que san José es modelo: el cumplimiento en familia de las obligaciones religiosas: la asistencia a la Misa dominical, a las romerías populares a la Virgen, a la fiesta de la patrona, etc. El Papa Juan Pablo II recomendaba siempre el rezo del Rosario en familia haciendo suya la frase tan conocida de que la familia que reza unida permanece unida.