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18 marzo 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

El infierno

El alma se encuentra de golpe inmersa en una sole­dad absoluta que es como la densidad del caos, de la muerte, de la nada. Todo es no presencia, no comuni­cación, no amor. Es una ausencia total de movimiento, de deseo, una inmersión en el pecado en estado bruto, en el mal absoluto, objetivado. El alma se sabe peca­dora, pero el pecado ya no le pertenece, ya no es suyo, la posee, la impregna, la traspasa. El alma se sabe con­denada y se ve transformada en su propio pecado. Hay como un entrelazado entre el condenado y el pecado. Es el infierno. Es difícil exponerlo. Podría yo compa­rarlo con una especie de atomización, una terrible con­centración del mal, ya que el infierno no es un vacío, está lleno de la nada. Hay una presión increíble, una densidad, una opacidad horrorosa. Cuando hablo de la nada, no es el no ser, es lo contrario de ser, lo contra­rio del amor.

En este estado el alma no siente nada, no experi­menta nada en el orden sensible, es mil veces peor que un sufrimiento conocido: una agonía del alma de la cual sabe que no desembocará sobre nada más que ella misma, porque el espíritu es llevado a ser unión con la ofensa infinita que constituye el pecado, con el cual se identifica y se asimila cada vez más. Sin embargo, no hay movimiento, ni progreso.

Hay además una no comunicación entre los conde­nados, que están yuxtapuestos, juntos, agobiados por el mero hecho de estar allí. Es peor que el odio, ese es un movimiento pasional, se puede decir pulsional, y en cierto modo se le puede disecar, o saborear; esto es el no amor en su helada objetividad. Porque, aunque uno se quema en el infierno, se está también sumer­gido en un frío de hielo que es el de la segunda muerte, el de la muerte eterna. Hay que entender eso bien; no es entrar en la nada, en una disolución, es la no vida: no hay el dinamismo de la vida, no hay creatividad, no hay evolución. Es un estado permanente de vértigo y de opresión, que aumenta sin cesar y va intensificán­dose, porque esta muerte es infinita, y eterno el in­fierno.

Este sufrimiento es más atroz que cualquier cosa, el fuego que quema aquí es hielo al lado del infierno, así como el frío más cortante no es nada al lado del de la segunda muerte. No es una experiencia de no ser, sino de no ser lo que es uno, la absoluta imposibilidad de llegar a ser lo que uno ha sido llamado a ser en el mis­terio de la cruz salvadora, ya que uno ha despreciado el don gratuito de la salvación.



¡Oh, Jesús, todo por ellas!

Mi alma esta todavía bajo el impacto de la visión del Purgatorio que me fue mostrada ayer, y rezo por estas benditas almas, sobre todo en el día de hoy, fiesta de la Esperanza de la Virgen María: En la luz de esta fiesta, ofrezco a Dios la serena espera de Su Madre, en favor de estas pobres almas que se consumen en una espera tan dolorosa; en efecto, igual que por la serena y confiada espera de María es glorificado el Señor, por la espera de las almas del Purgatorio es glorificado, aunque de otra manera. A la Santísima Virgen le es dado el interceder por ellas. Esta intención ocupó una gran parte de mi día, pero la cercanía de Navidad llena mi alma de paz, alegría, fuerza y confianza. Al caer la tarde, se apareció a mi vista interior mi santo Ángel. Estaba cerca de mí y me dijo, alentándome:

En estos tiempos de Navidad, no verás más el Purgatorio. Esto debe incitarte a una mayor fidelidad en tus oraciones en favor de las almas del Purgatorio.

Al mirarlas, que tu alma dirija al Todopoderoso esta sencilla súplica: «Dios mío, todo por ellas.» Empápate bien del sentido de estas palabras, dilas con fe y amor,
y no olvides que no hacen falta muchos discursos
para expresar la caridad.
¡Entiende bien que es importante para vosotros
rezar por las almas del Purgatorio!
Es uno de vuestros deberes de caridad,
y si faltáis en eso a Dios,
podéis ser severamente castigados;
Hay muchas almas que están por esto
en el Purgatorio,
expiando por no haber rezado por sus difuntos cercanos
.