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La circuminsesión divina en nuestra alma
En el alma del que comulga se verifica una admirable imitación de la circuminsesión de las divinas Personas.
La Circuminsesión es un término teológico que designa el hecho de que las Tres divinas Personas de la Trinidad habitan mutuamente la una en la otra y, de alguna manera, circulan de la una a la otra. Entre Dios y el alma fiel se verifica por la Comunión un fenómeno semejante.
En Dios no hay inmovilidad, sino un movimiento eterno, una eterna circulación de amor, porque la ley del amor es lanzarse al exterior, darse. El Padre no permanece inmóvil en Sí mismo: se derrama, se precipita en su Hijo, a quien no cesa de engendrar; el Hijo, a su vez, irrumpe en su Padre. Entre ellos hay un ímpetu inmenso, un atractivo irresistible de amor que precipita al uno sobre el otro y consuma su vida en la unidad. Y el término de este movimiento eterno de la vida divina, término eternamente subsistente, es el Espíritu Santo.
Pues bien, este Amor que procede de la Espiración de amor infinito, Amor que une al Padre y al Hijo en un eterno ímpetu de alegría y en un indecible transporte, el Espíritu Santo, comunica al alma un ímpetu semejante que la aproxima al Padre y al Hijo y le permite participar en sus relaciones íntimas.
En el cielo la comunicación es perfecta. Sin ningún velo, sin ningún obstáculo con templan los bienaventurados las Tres divinas Personas. Con el Padre admiran, aman y abrazan el maravilloso esplendor del Verbo. Con el Verbo admiran, aman y abrazan la infinita perfección del Padre. El Padre los arrastra en su Hijo, y el Hijo en su Padre. El eterno movimiento del Amor los coge, los arrebata, los lleva en el éxtasis del Padre y del Hijo para consumarlos en la unidad del Espíritu Santo.
En la tierra no tenemos más que el principio de esta felicidad inefable. Pero tenemos de ella una verdadera participación: la vida de la gracia aquí abajo y de la gloria en el cielo son substancialmente una misma cosa: la gracia comienza lo que consumará la gloria. Hay ya en nosotros algo de este admirable misterio de la circuminsesión de los Tres.
Jesús nos lo ha dado a comprender: Nadie va al Padre sino por Mí.. Nadie viene a Mí si mi Padre no le atrae. ¿Qué quiere decir esto sino: Nunca iréis a mi Padre si no entráis en el movimiento de amor que me une a El; y nunca vendréis a Mí si mi Padre no os arrastra en ese movimiento de amor que le precipita en Mí mismo y nos consuma en la unidad del Espíritu Santo?
Por consiguiente, el alma que ama a las Tres divinas Personas es un alma llevada por el Espíritu Santo en ese movimiento circular de visión y de amor que hace la felicidad del mismo Dios, felicidad plenamente comunicada a los ángeles y a los bienaventurados.
Así podemos decir con San Agustín: «Los santos llevan a Dios; su alma es un cielo porque Dios la habita». Y con San Juan: Vivimos en sociedad con el Padre y su Hijo Jesucristo. Entre los Tres y nosotros hay una sociedad, una familiaridad, la vida en común.
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Padre santo, recibidme en vuestra ternísima paternidad, para que, terminado el estadio, en el cual, por vuestro amor, he comenzado a correr, os reciba como el premio de mi carrera en herencia eterna.
Amabilísimo Jesús, recibidme en vuestra dulcísima fraternidad. Llevad conmigo el peso del día y del calor. Sed mi consuelo en todos mis trabajos, mi compañero y mi guía en todo el curso de mi viaje.
Espíritu Santo, Dios Amor, recibidme en vuestra misericordiosa caridad. Sed el maestro y el instructor de toda mi vida y el tierno amigo de mi alma.
Santa Gertrudis