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NUESTRA UNIÓN CON LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Hay que advertir que, ordinariamente, no es en el momento de la Comunión cuando la Santísima Trinidad comienza a habitar en nosotros. Esta presencia sobrenatural de las Tres divinas Personas se realiza en el momento mismo en que el alma se constituye en estado de gracia. Al hablar de unión eucarística a propósito de la Santísima Trinidad, queremos decir sencillamente que la Comunión es el medio por el cual se verifica más excelentemente la obra sublime de la transformación sobrenatural del alma, que aumenta la presencia de las Tres divinas Personas; y que cada vez que nos acercamos a la santa Mesa tiene lugar una nueva misión invisible de la vida divina.
La permanencia de la Santísima Trinidad en el que comulga
La presencia de las Tres divinas Personas no está ligada, como la presencia física de la santa Humanidad, a la integridad de las especies eucarísticas. Ellas moran en nuestra alma antes de la Comunión, y moran, por lo tanto, después que la sagrada Hostia ha desaparecido de nuestro pecho, pero por una presencia más íntima cuya in fluencia y eficacia ha hecho crecer la Comunión. Después de la Comunión, la capacidad que el alma tiene de recibir a Dios queda engrandecida. Vendremos al que ama, dice Nuestro Señor, Yo, mi Padre y nuestro común Espíritu; vendremos y haremos en él nuestra morada.
La unión está bien establecida, es tan profunda, tan firme, que por su naturaleza es permanente. Es un don inmutable. Los Tres hacen algo más que visitarnos: se establecen a perpetuidad. Nuestra alma se convierte en un cielo y nuestra vida íntima es como un preludio y un principio de la felicidad eterna. Nuestro Señor decía: El reino de Dios está dentro de vosotros. Por esto San Pablo se atreve a escribir: El templo de Dios es santo, y vosotros sois este templo... Vosotros sois el templo de Dios vivo.
En este templo no están inactivas las Tres divinas Personas. Obran sin cesar, cada una según el carácter que le es propio. El misterio de la Trinidad reaparece en la actividad misma y el amor que las Tres divinas Personas llevan al alma; el alma es amada diferentemente por cada una de ellas, y, sin embargo, es amada con un amor único. Amor único, porque cada vez que obran al exterior, las Tres divinas Personas obran necesariamente como uno solo. Y, sin embargo, es una triple efusión de amor, cuyos caracteres revelan alguna cosa del carácter de cada una de las Tres según que es el principio de ese amor.
El Padre viene al alma como fuente de vida y de paz: es el Creador, que, después, de haberla engendrado, establece a su criatura en el orden; es el Padre, que rodea a su hijo de bondad y de indecible ternura.
El Verbo, como manantial de luz: Pensamiento del Padre, su Palabra viva, su Imagen, se une a mi inteligencia para introducirme en el conocimiento sobrenatural de la divinidad.
El Espíritu Santo, como fuente de amor: Amor del Padre y del Hijo, su Beso mutuo, Movimiento eterno y Extasis inefable de su dilección, consumación de su vida, se une a mi voluntad para introducirme en el amor sobrenatural del Padre y del Hijo.
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¡Oh Trinidad eterna, Dios único, Dios uno en esencia y trino en personas! Permitidme que os compare a una vid que tiene tres ramas. Vos habéis hecho al hombre a vuestra imagen y semejanza. Por las tres potencias de su alma se asemeja a vuestra Trinidad y a vuestra Unidad. Y para aumentar esta semejanza, por la memoria se asemeja y se une al Padre, a quien se atribuye el poder; por la inteligencia se asemeja y se une al Hijo, a quien se atribuye la sabiduría; por la voluntad se asemeja y se une al Espíritu Santo, a quien se atribuye la clemencia, el cual es el amor del Padre y del Hijo...
¡Oh Dios eterno! Vos sois el océano tranquilo donde viven y se alimentan las almas; en él encuentran su descanso en la unión del amor.
Santa Catalina de Siena