Página inicio

-

Agenda

1 marzo 2024

Suárez. La Pasión, de Nuestro Señor Jesucristo

Señor, hiela el alma pensar en la trayectoria de Judas. Llamado a la más grande santidad, formado a lo largo de tres años personalmente por ti, acaba solo, desesperado y ahorcándose. ¡Cuántas oportunidades perdidas! ¡Y qué terrible lección para los que, llamados por ti y por su propio nombre para seguirte de cerca, destrozan su vida por falta de coraje, o por no quererse molestar, agarrándose a mezquinas compensaciones que acaban por convertirles, en el mejor de los casos, en cristianos —incluso religiosos— mediocres y aburguesados!

Judas fue poco a poco distanciándose de ti y de los discípulos. Ya no vibraba, como al principio ante los horizontes sobrenaturales que tú abrías a tus discípulos. Cada vez con más frecuencia disentía en su interior de tus enseñanzas y de tu espíritu; en ocasiones incluso lo manifestó exteriormente. Después del episodio del frasco de alabastro, determinó romper definitivamente, pero todavía no había nada irreparable, ni siquiera cuando cerró el trato con los judíos. Tú le diste todavía una oportunidad cuando, a la pregunta: ¿acaso seré yo?, le contestaste: tú lo has dicho; pero Judas no quiso aprovecharla. Aún hubo otra: la deferencia que tuviste con él al distinguirle con un bocado escogido, y de nuevo otra más, en el Huerto de los Olivos, cuando intentaste despertar su conciencia para moverla a contrición ante el crimen que estaba a punto de cometer: «¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?» (Le 22, 48). ¿Con una apariencia de amor intentas ocultar tu infidelidad? Ya no hubo más oportunidades para rectificar.

Cada negativa a una solicitación de la gracia endurece un poco más el corazón.

¡Qué miedo me da, Jesús, no corresponder a tus advertencias, esas que me llegan a través de aquellos que me quieren! Tú tienes mucha paciencia, pero también hay un límite para todo lo humano, y yo no sé si aquella oportunidad, precisamente aquélla, va a ser la última. Pues como lo sea, ya no hay más: como en el caso de Judas. No cortó a tiempo y acabó obcecado en el mal. La experiencia sacerdotal del Beato Josemaría, y la claridad sobrenatural que tú, Dios mío, le concediste para orientar a las almas, le llevó a dar este consejo: «Si algo no está de acuerdo con el espíritu de Dios, ¡déjalo enseguida! Piensa en los Apóstoles: ellos no valían nada, pero en el nombre de Dios hacen milagros. Sólo Judas, que quizá también obró milagros, se descaminó por apartarse voluntariamente de Cristo, por no cortar, violenta y radicalmente, con lo que no estaba de acuerdo con el espíritu de Dios» (Forja, n. 111).

¡Qué gran sabiduría aquella de Camino sobre las cosas pequeñas! Presentar la lucha en posiciones avanzadas, cuanto más avanzadas mejor, y no ceder nunca sin lucha incluso en aquello que parece una pequeñez sin trascendencia. Lo dijo tu siervo Josemaría Escrivá en Camino: no hay virtud sin orden, y no hay orden posible sin levantarse a hora fija. Cuando comienzan a adueñarse de nosotros esas pequeñas e inocentes (aparentemente) compensaciones que destruyen la mortificación y crean hábitos de aburguesamiento: la pereza (¡oh, tan sólo son unos minutos!, o menos aún, es sólo ese «minuto heroico»), dejar lo molesto para después, ir haciéndose uno a sus propios gustos, crearse necesidades..., cuando estas «pequeñeces» comienzan a convertirse en hábitos, entonces el peligro es muy serio. ¿Qué más da que esté el ave atada por una maroma o por un hilo de seda, si al fin y al cabo no puede volar?, decía San Juan de la Cruz.

«Porque fuiste fiel en lo poco...»: esa fidelidad en lo poco, Señor, es lo que nos garantiza, con tu gracia, la fidelidad en lo grande. ¡Cuántas Órdenes e Instituciones religiosas han perdido el fervor y el empuje por comenzar descuidando pequeños detalles de pobreza, de mortificación, de delicada fidelidad al plan de vida, de obediencia...! Quizá también la experiencia de Santa Teresa, con tu gracia, le hizo escribir estas palabras tan expresivas de la realidad: «Cuando la religiosa (y estas palabras nos las podemos aplicar todos) comienza a relajarse en unas cosas que en sí parecen poco, y perseverando en ellas mucho y no remordiéndole la conciencia, es mala paz, y de aquí puede el demonio traerla a mil males. Así como es un quebrantamiento de la Constitución, que en sí no es pecado, o no andar con cuidado en lo que manda el prelado, aunque no con malicia».

Así es, Señor. ¿Acaso no dijiste tú que el que quebrantase uno de los más pequeños mandamientos y enseñase a los hombres a hacer lo mismo sería el más pequeño en el reino de los cielos? (Mt 5, 19). El ejemplo enseña; y si con el ejemplo enseñamos a otros a no observar esas pequeñas cosas propias del espíritu de la institución a la que por tu llamamiento pertenecemos, o a la empresa en que trabajamos, ¿no hemos comenzado a hacer daño a los demás mostrándoles ese camino de relajación, tan contagioso, que puede arruinar su vida espiritual? Y uno mismo ¿no ha comenzado a recorrer —salvando, claro está, las distancias— ese mismo camino que llevó a Judas a la calle?

Lo dice también, y muy claramente, San Juan Crisóstomo: «No os consoléis —dice— con el pensamiento corruptor del alma y principio de toda maldad de los que dicen: ¿qué importa esto?, ¿qué importa lo otro? He aquí el origen de infinitos males. Porque el diablo, que es muy perverso, sabe usar de mucha astucia, y también de mucha condescendencia para la perdición de los hombres, y sus ataques empiezan por lo pequeño» (Hom., 86 s.; Mt 3). De ahí, añade, la necesidad de resistir a los principios, ya que las pequeñas concesiones al pecado, descuidadas, «se convierten en raíz de otros mayores».

Y todo esto, Señor, no es producto del ingenio, pues es la Escritura la que lo dice: qui spernit módica, paulatim decidet (Sir 19, 17), el que desprecia las cosas pequeñas poco a poco va decayendo, y si no se corrige, milagro será que persevere. Te pido, Jesús, que no permitas que mi soberbia oscurezca mi razón hasta el punto de no dar importancia a lo pequeño; que tenga en mucho poner el máximo interés en observar con todo cuidado, con todo el amor, el más pequeño detalle propio del espíritu propio de mi vocación de cristiano porque de no ser así te estoy comenzando a traicionar, y esto, Señor, no lo quisiera por nada del mundo.

Y no permitas tampoco que mi orgullo me lleve al desaliento, a esa especie de desesperanza que paraliza, a pensar que todo es ya inútil. También el bienaventurado Josemaría nos previno de este peligro..., y nos dio el remedio: «Ese desaliento ¿por qué? ¿Por tus miserias? ¿Por tus derrotas? ¿Por ese bache grande, grande, que no esperabas? Sé sencillo. Abre el corazón. Mira que todavía nada se ha perdido. Aún puedes seguir adelante, y con más amor, con más cariño, con más fortaleza» (Via Crucis, VII, n. 2). ¡Si Judas hubiera hablado, si hubiera abierto su corazón, con qué alegría le hubieses acogido y ayudado!