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27 febrero 2024

María LuisaCouto-Soares. El Salmo 2. Rey de reyes, Señor de señores. Ed. Palabra, FMC 464

De hecho hay algo de «oscuro e inexplicable en el pecado. Este es sin duda obra de la libertad del hombre. Sin embargo, en la realidad de esta expe­riencia humana actúan factores por los cuales ella se sitúa también más allá de lo humano, en la zona limite donde la conciencia, la voluntad y la sensibi­lidad del hombre están en contacto con fuerzas os­curas que, según San Pablo, actúan en el mundo hasta el punto de dominarlo».

Son esas fuerzas que dan origen a los proyectos vanos, a las rebeliones: «las naciones y los pueblos meditaron cosas vanas» (Ps 2, 1).

Las naciones se amotinan: no llega a ser una re­vuelta; a veces, no es más que un motín, un tumul­to, una pobre rebeldía popular que les lleva a hacer proyectos vanos, proyectos babélicos: «construir una ciudad y una torre, cuya cumbre llegue hasta el cie­lo, para que sea célebre nuestro nombre, antes que nos dispersemos por toda la tierra -era el proyecto de los descendientes de Sem, en la tierra de Se­naar-. Y empezaron a construir con ladrillos en lu­gar de piedras y con betún en lugar de cal. Sin em­bargo el Señor bajó para ver la ciudad y la torre, y les confundió en su lenguaje, de modo que ninguno entendía que decía el otro: por eso se llamó la torre de Babel (cfr Gen 11, 1:9).

Una vez más la tentación de desafiar y de medir fuerzas con Dios, de manifestar el propio poder y ca­pacidad humanas, prescindiendo y suplantando a Dios. El Papa Juan Pablo II comparando esta narra­ción con la de la caída de Adán y Eva, afirma: «En la narración de Babel, la exclusión de Dios no se ma­nifiesta tanto en un tono de oposición a Dios, sino en el olvido o indiferencia en relación a Él, como si el mismo Dios no mereciera interés alguno, en el ámbito de los designios emprendedores y asociati­vos del hombre. En los dos casos la relación con Dios se rompe con violencia» (Reconciliación y Penitencia).

¿Por qué? ¿Por qué estos proyectos vanos, este afán de construir una ciudad al margen de Dios? ¿Por qué la ilusión de construir una sociedad terre­na de una felicidad horizontal, donde un utilitaris­mo utópico se presenta como la solución radical para todos los problemas humanos? ¿Por qué tan­tas veces esos motines de barrio, movidos por unos revoltosos, en un gesto de birria de niños imperti­nentes y tozudos? ¿Por qué muchas veces no llega­mos a ser unos revolucionarios de hechos grandio­sos, heroicos, que pretenden una renovación pro­funda, total? No somos más que unos amotinadores que arman unos chismes para dar alaridos, para ha­cernos oír en un alboroto popular. De todos modos, significa alzarse contra Dios, o por lo menos olvidar­lo, como si no existiera, marginarlo consciente y voluntariamente. ¿Por qué?

¿Por qué una multitud que hoy aplaude, aclama a su Rey, mañana le destrona, le condena, a gritos ¡Fuera! ¡Fuera!? ¡No queremos que éste reine! ¿Por qué se levantan los reyes y los príncipes se confabu­lan contra Cristo? Herodes y Pilato, que eran ene­migos, hacen revivir su amistad sobre la triste afini­dad de su odio y de su condena a Cristo. Cuántos pactos y connivencias se fundan sobre ese único plan común de derrumbar el reinado de Cristo. ¿Por qué?

De nuevo y siempre, se oye la voz de Dios, mu­chas veces a través de la voz de nuestra propia con­ciencia, preguntando: ¿Por qué? Y, como en eco le­jano, la voz de Cristo: ¿Por qué me interrogas? Pre­gunta a Anás y a todos los seguidores de un racio­nalismo que rechazan a veces la misma evidencia para seguir buscando, preguntando, cuestionando. ¿Por qué me interrogas? Me interrogas -nos pare­ce oír la voz de Cristo- pero no oyes mis contesta­ciones. Me interrogas, pero no quieres creer en mis palabras, ni siquiera en mis milagros. Me interrogas sobre la verdad, pero prefieres tus silencios, tus ra­zonamientos y elucubraciones, a mi palabra de Ver­dad. O bien, a veces me interrogas, pero enseguida te desentiendes de mis respuestas. «Si he hablado mal, dime qué he dicho mal; pero si he hablado bien, por qué me hieres? ¿por qué me pegas?» -pregunta Jesús al guardia.

Cristo no ha hablado mal, no tuvo más que pa­labras de bien, de amor, de justicia y de paz. Todos estos «porqués» se quedan sin respuesta, porque se enfrentan con el misterio del mal, «el misterio de la iniquidad, esa fuerza oculta y oscura que se encuen­tra dentro de nosotros y que nos lleva a veces a re­chazar a Dios, a rechazar el reinado de Cristo, gritando, protestando: «¡No queremos que El reine!».