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La imaginación al servicio de la inteligencia
Cuando estaba trabajando en el jardín, mi Ángel de la guarda se mostró a mi vista interior, en una luz deslumbrante, tan viva que trastornaba todo, tirando de mí con fuerza y quitando de mi vista todo lo que no estaba en ella. Entonces me dijo: «¡Alabado sea Jesucristo!»
Pero fue tal la sorpresa que me quedé con la boca abierta, mientras intentaba convencerme de que no era más que una ilusión. Entonces, sin decir nada, el Ángel se me acercó y con su pulgar trazó sobre mi frente la señal de la cruz. Siempre lo hace, pero esta vez fue verdaderamente especial: apoyó tan fuerte que me sobresalté. Prosiguió con voz tranquila:
¿Desde cuándo las visiones imaginarias son ilusión ?
Mi confusión era tan grande que me quedé allí sin decir nada; la cruz sobre mi frente me dolía. Por lo menos, esa sensación no era una ilusión. El Ángel prosiguió con gravedad:
Bueno, tengo que explicarte qué es una visión imaginaria; y tú lo escribirás, y lo volverás a leer en ocasiones; también se lo transmitirás a tu Padre espiritual.
¡Dios mío! Así es como yo quería sustraerme a vuestra voluntad; pero en vuestra infinita ternura hacia mí, me habéis enviado a vuestro Ángel y por su boca me recordáis que no es mi voluntad la que cuenta, sino la vuestra. Qué miserable soy...
Entonces le dije al Ángel, que oraba en silencio mientras levantaba mi alma hacia el Señor:
¡Alabado sea Jesucristo!
¡Ángel santísimo, sed para mí portador de la Luz y del Amor infinito de Dios,
al que tenéis la gracia de contemplar sin cesar!
Al oír estas palabras, que habían salido más de mi corazón que de mi boca, y bajo el efecto de un profundo impulso interior, mi Ángel, todavía más resplandeciente de luz, se prosternó profundamente, con el rostro entre sus manos, diciendo:
¡Adoración, alabanza, honor y gloria a nuestro Dios tres veces Santo, nuestro Creador y vuestro Padre!
Después se levantó lentamente, cruzó las manos sobre el pecho y prosiguió con su enseñanza:
Ver y comprender, en Dios, son una misma cosa.
Las visiones imaginarias no son más que un medio concedido al alma por el Señor,
que le hace comprender lo que tiene que conocer.
Dios infunde una luz en la inteligencia,
y el alma percibe esta luz como visión intelectual.
No puede expresarlo a menudo
ni traducirlo en una comunicación
que otras almas podrían recibir
como una relación,
o ver como una enseñanza.
Ocurre entonces que el Señor
quiere dar la posibilidad de que esta luz
—infusa en la inteligencia y percibida por el alma
como visión intelectual—
sea comprendida y comunicada.
Entonces El mismo traza en la imaginación
imágenes que convierten esta luz
en fuerzas sensibles
que el alma puede contemplar y describir:
no es la visión imaginaria;
ya ves que no tiene nada de un fantasma.
Yo escuchaba esta explicación con mucho interés y atención. Pedí a mi Ángel que me explicara de qué modo él mismo resultaba perceptible para mi vista interior. Me dijo esto:
Los ángeles, como sabes, no tenemos cuerpo,
por lo que no podéis vernos como realmente somos;
también nos manifestamos como imágenes
perceptibles a vuestros sentidos interiores,
imágenes que recubren y manifiestan
de alguna manera
nuestra presencia cerca de vosotros.
Los Santos se manifiestan de esta misma forma,
y las pobres almas del Purgatorio.
Vuestros ojos no pueden verlas,
y sin embargo existen en la realidad.
Cuando el Señor quiere que se os aparezcan,
infunde en vuestra inteligencia
la profunda realidad de su presencia entre vosotros,
y hace que se manifieste esta presencia
de manera sensible
imprimiendo en vuestra imaginación su imagen. En vuestra vida espiritual importa mucho que vuestra imaginación sea constantemente purificada y domada: debe ser la sirvienta de la inteligencia. Pero la imaginación es una vagabunda, y encuentra muy a menudo una cómplice en la memoria: la memoria es una golosa, que se traga todo lo que la imaginación le presenta después de que ésta lo haya recogido de aquí o de allí.
Estas dos potencias son muy versátiles,
les encanta trabajar con independencia
de la voluntad
y de la inteligencia.
¡Sin embargo, deben someterse!
Cuando tengas visiones de este tipo,
solamente les harás caso
si te aportan luces que te permiten
entender mejor lo que el Señor te da
en una visión intelectual.
Dios da estas gracias
para el crecimiento del alma
en el conocimiento y el amor;
no hay que sobrestimarlas,
pero sería temerario despreciarlas:
son un don de Dios.
Mira siempre al Donante:
el don que te regala en su misericordia
debe siempre hacerte volver a Él.
Tras terminar su enseñanza, el Ángel cruzó sus manos lentamente y las colocó sobre la cruz que adorna su túnica de luz. Se inclinó en una silenciosa adoración a Dios, y desapareció de mi vista interior.