Página inicio

-

Agenda

22 febrero 2024

La Eucaristía

San Alfonso María de Ligorio

Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima.

VISITA IV
.

Los amigos del mundo hallan tanto consuelo en verse los unos a los otros, que pasan días enteros en sus conversaciones; si no empleamos el tiempo con Jesús Sacramentado es porque no le amamos. Los santos hallaron paraíso en la tierra delante del Santísimo Sacramento. Santa Teresa, después de su muerte, dijo desde el cielo a una religiosa suya: «Nosotros, los que estamos en el cielo, y vosotros, los que estáis en la tierra, debíamos ser una misma cosa en la pureza y en el amor; nosotros gozando y vosotros padeciendo; y lo mismo que nosotros hacemos en el cielo con la divina esencia, debéis vosotros hacer en la tierra con el Santísimo Sacramento.»

¡Oh Cordero sin mancha, sacrificado por nosotros sobre la cruz! Acordaos que yo soy una de aquellas almas que redimisteis con tantos dolores y con vuestra muerte; haced que Vos seáis mío y que no os pierda jamás, ya que os habéis dado a mí, y os dais todos los días, sacrificándoos por mi amor sobre los altares, y haced también que yo sea todo vuestro. Yo me entrego todo a Vos, para que hagáis de mi todo lo que quisiéreis; os entrego mi voluntad ; prendedla con los dulces lazos de vuestro amor, para que sea fiel esclava de vuestra santísima voluntad; no quiero vivir más para satisfacer mis deseos, sino para contestar a vuestra infinita bondad. Apartad, Señor, apartad de mí todo lo que no os agrada, hacedme la gracia de no tener otro pensamiento que el de obedeceros, ni otro deseo que el de serviros. Os amo, oh mi amable Salvador, con todo mi corazón; os amo porque deseáis que os ame, os amo porque sois infinitamente digno de ser amado. Tengo grande pena de no amaros cuanto merecéis; quisiera morir por vuestro amor; aceptad. Señor, este mi deseo y dadme vuestro amor.

La comunión espiritual, etcétera.

A María Santísima

¡Oh Señora mía! Vos que sois nuestra defensa, hacedme digno de gozar con Vos de aquella grande felicidad que gozáis en la bienaventuranza. Sí, Reina mía, mi refugio, mi vida, mi socorro, mi defensa, mi alegría, mi fortaleza y mi esperanza, haced que yo vaya con Vos por el camino del cielo. Yo sé que siendo Vos Madre de Dios, podéis muy bien alcanzarme una gracia eficaz que me haga cooperar para conseguir mi final justificación. ¡Oh María! Vos sois poderosísima intercesora para salvar a los pecadores; ni necesitáis otra recomendación porque sois la Madre de la verdadera vida.

VISITA V

¡Ah, Dios mío. Rey mío y Señor mío! ¡Quién me diera que todos mis miembros se convirtiesen en lenguas para alabar y agradecer las finezas de vuestra bondad en ese divino Sacramento, donde continuamente estáis pronto para oír y consolar esta indigna criatura vuestra! Yo me atrevo. Señor, a decir que sois excesivamente amante de los hombres, porque les disteis todo lo que podíais darle en ese Sacramento, para que ellos os amasen. ¡ Ah, mi amabilísimo Jesús! Dadnos un amor grande, un amor fuerte para amaros, pues no es razón que amemos con tibieza a un Dios que nos ama con tanto ardor; atraednos a Vos con los dulces atractivos de vuestro amor. ¡Oh majestad y bondad infinita! Vos amáis tanto a los hombres, Vos habéis obrado tantas finezas para ser amado de los hombres, y con todo son muy pocos los que os aman. ¡Oh ingratitud espantosa de los hijos de Adán! ¡Mas, ay, Señor, que yo he sido del número de estos ingratos! Pero no quiero serlo en adelante, estoy resuelto a amaros cuanto pueda y a no amar otro objeto que a Vos; Vos así nos lo mandáis. Vos así lo merecéis; yo quiero contentaros. Haced, oh Dios de mi alma, que yo os agrade, así lo espero, y os lo pido por los merecimientos de vuestra pasión sagrada. Los bienes de la tierra dadlos, si queréis, a quien los desea; lo que yo quiero y lo que busco es el grande tesoro de vuestro amor; os amo, Jesús mío, bondad infinita; Vos sois toda mi riqueza, todo mi contento, todo mi amor.

La comunión espiritual, etcétera.

A María Santísima

¡Oh Reina del mundo! Nosotros hemos de comparecer delante de nuestro Jesús después de haber cometido tantos pecados, ¿quién lo aplacará? No hay quien lo pueda hacer mejor que Vos, ¡oh soberana Señora!, que tanto nos amáis, y que de Él sois tan amada. Abrid, pues, ¡ oh Madre de misericordia!, los oídos de vuestro corazón a nuestros suspiros y a nuestros ruegos. Nosotros nos acogemos a vuestra protección poderosa; aplacad la indignación de vuestro Hijo y restituidnos a su gracia. Vos no aborrecéis al pecador por grande que sea, ni lo despreciáis si acude a Vos y pide, arrepentido, vuestra intercesión. Vos, con vuestras piadosas manos, le libráis de la desesperación. Vos le confortáis y animáis a esperar. No le desamparéis, Señora, hasta que sea reconciliado con su Juez.