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LA PERMANENCIA DE LA UNION EUCARISTICA
Pero ¿persiste esta unión eucarística?
La Comunión es un acto, y todo acto es pasajero. ¿Estaremos, pues, privados de la presencia del Señor desde que las sagradas especies se han consumido, y esta unión inefable no durará sino algunos minutos?
La Iglesia, sin embargo, nos invita a desear su permanencia cuando pone en nuestros labios, en el momento de la Comunión, esta admirable oración: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por la voluntad del Padre y la cooperación del Espíritu Santo vivificasteis al mundo por vuestra muerte: libradme de todas mis iniquidades y de todos los males, por vuestro cuerpo y sangre santísimos. Haced que siempre esté adherido a vuestra voluntad, y no permitáis que me aparte de Vos, ¡oh Dios!, que con el mismo Dios Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis por los siglos de los siglos».
¡Qué nunca me aparte de Vos! Esta es la oración de toda alma que ama; porque el amor quiere aquello que dura. Todo don que pasa, por grande que sea, no le satisface. El alma que ha comulgado con fervor y ha entrado en la intimidad del misterio eucarístico siente que en ella se enciende un hambre insaciable de la Hostia. Aunque la Comunión de todas las mañanas le produzca alegrías maravillosas, no le basta a su deseo; está sedienta de la Comunión perpetua, de la unión incesante en el misterio eucarístico.
Los que te comen tienen todavía hambre;
los que te beben tienen todavía sed:
no saben desear otra cosa
sino a Jesús, a quien aman.
(Himno del Santo Nombre de Jesús, en Laudes)
¿No es un exceso imaginar una unión constantemente actual con Jesús-Hostia, una habitual posesión de su adorable Humanidad?
No; porque el mismo Señor ha suscitado y alienta estos extraordinarios deseos: El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él.
* * *
Dios mío, ¡oh mi Dios!, a Ti busco desde que apunta la aurora;
de Ti está sedienta el alma mía.
En pos de Ti, mi carne languidece en este desierto árido, intransitable, sin agua.
Por eso vengo a tu santuario,
a contemplar tu poder y tu gloria.
En pos de Ti va anhelando el alma mía.
Salmo LXI1
¡Oh Dios de amor, Salvador mío! Vos sois dulzura y encanto por toda la eternidad. Sois la sed de mi corazón, la saciedad de mi espíritu. Y, sin embargo, cuanto más os gusto, más se acrecienta mi hambre; cuanto más bebo en vuestra fuente, más insaciable me siento. Venid, Señor, venid.
Santa Gertrudis