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20 enero 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

AN JOAQUÍN Y SANTA ANA

—LA VIDA NUEVA DE JOAQUÍN Y ANA

Aquí vi que esta santa pareja empezó una nueva vida; querían sacrificar a Dios todo el pasado y pensar que estaban juntos por primera vez para esforzarse en impetrar con una vida más grata a Dios, aquella bendición que era lo único que deseaban fervorosamente para sí. Los vi andar a los dos entre sus rebaños y dividirlos en tercios para distribuirlos entre el Templo, los pobres y ellos mismos, como anteriormente dije de sus padres. Hacían llevar al Templo la parte mejor y más selecta; los pobres recibían un buen tercio y la peor parte se la reservaban para sí; así hacían con todo lo suyo.

Su casa era bastante amplia y vivían en cuartitos separados donde muchas veces los vi rezar con gran fervor cada uno por su lado. Así vivieron mucho tiempo; daban grandes limosnas y por más veces que los vi repartir sus rebaños y pertenencias, todo volvía a aumentar rápidamente. Vivían muy austeramente, en castidad y continencia. Durante su oración les veía ponerse cilicios, y muchas veces vi a Joaquín implorar a Dios en los lejanos pastizales de sus rebaños. Los diecinueve años siguientes al nacimiento de su primera hija vivieron con esta severa conducta en la presencia de Dios anhelando constantemente la bendición de la fertilidad mientras su aflicción iba en aumento. La mala gente de la comarca se acercaban a ellos para insultarlos:

—Tienen que ser mala gente puesto que no tienen hijos; la hijita que está con los padres de Ana no debe ser suya; Ana es estéril; la niña aquella es adoptiva, pues si no, la tendrían con ellos, etc.

Estas habladurías todavía deprimían más a aquella buena gente.

Ana tenía fe firme y la persuasión íntima de que el advenimiento del Mesías estaba próximo, y de que ella misma sería una de sus parientes carnales. Imploraba y clamaba que se consumara la promesa y se esforzaba junto con Joaquín en conseguir continuamente mayor pureza. La entristecía profundamente la afrenta de su esterilidad; y apenas podían dejarse ver en la sinagoga sin que la ofendieran.

Joaquín, aunque flaco y bajito, era robusto y a menudo lo vi llevar ofrendas de ganado a Jerusalén. Ana tampoco era alta y su figura era muy delicada; adelgazó tanto con sus preocupaciones que las mejillas se le hundieron completamente, aunque conservaba cierto rubor. Siguieron con la costumbre de repartir de vez en cuando sus rebaños con el Templo y los pobres, y cada hacían más pequeña la parte que se reservaban para sí.

JOAQUÍN, RECHAZADO EN EL TEMPLO, SE VA CON SUS REBAÑOS

Después de haber implorado sin éxito tantos años la bendición de Dios para su matrimonio, vi que Joaquín quiso llevar una vez más su ofrenda al Templo. Los dos se separaron para hacer penitencia y una noche los vi ceñidos de cilicios rezando tumbados en el duro suelo. Luego, al romper el alba, Joaquín salió campo a través a los pastizales de su ganado. Ana volvió a quedarse sola y poco después envió unos criados en pos de Joaquín con palomas y otras aves, y toda clase de objetos en jaulas y cestas que Joaquín quería ofrecer al Templo.

Joaquín tomó dos asnos de sus pastos y los cargó con éstas y otras cestas en las que creo que metió tres animalillos blancos y alegres de largos cuellos que ya no me acuerdo si eran corderos o cabritillos. Llevaba en un palo un farol que brillaba como una candela dentro de una calabaza, y así le vi llegar con sus criados y bestias de carga a un bonito campo verde que hay entre Betania y Jerusalén, en el que más adelante vi que Jesús descansó muchas veces.

Subieron hacia el Templo y dejaron los asnos en el mismo albergue del Templo cerca del Mercado de Ganado donde más adelante pararon cuando ofrendaron a María. Al igual que en aquella ocasión, subieron sus ofrendas por la escalera, atravesaron las viviendas de los servidores del Templo y entonces, después de entregarles las ofrendas a éstos, los criados de Joaquín se volvieron².

Joaquín fue entonces al patio donde estaba la alberca donde se lavaban todas las ofrendas, y luego siguió por un largo pasillo hasta una sala a la izquierda del lugar donde estaba el Altar de los Perfumes, la Mesa de los Panes de Proposición y el Candelabro de Siete Brazos. Allí estaban congregados otros que habían traído ofrendas. A Joaquín le examinaron exhaustivamente, y Rubén, un sacerdote, rechazó sus ofrendas y en vez de colocarlas bien visibles con las demás, detrás de la reja en el lado derecho de la sala, las echó a un lado. Después, delante de todos los presentes, abochornó en voz alta al pobre Joaquín a causa de su esterilidad, no le permitió acercarse y le mandó a un rincón vergonzoso y entre rejas.

Joaquín abandonó el Templo con la mayor tribulación y, pasando por Betania, fue en busca de consuelo y consejo a casa de una congregación de esenios de la región de Maqueronte. En esta casa, y antes en aquella otra que está cerca de Belén, había vivido el profeta Manajem, quien predijo a Herodes en su juventud que reinaría y cometería grandes crímenes. De allí Joaquín fue al Monte Hermón donde estaban sus rebaños más alejados. Su camino le llevó a través del desierto de Gaddí al otro lado del Jordán. El Hermón es un monte largo y estrecho, que tiene la solana cubierta de verdor y llena de espléndidos frutales, mientras que el lado opuesto está cubierto de nieve.

ANA RECIBE PROMESA DE FECUNDIDAD Y VIAJA AL TEMPLO

Joaquín estaba tan triste y avergonzado por el desprecio recibido en el Templo que ni siquiera mandó decir a Ana donde estaría, pero ella supo por otras personas que habían estado presentes la humillación que había sufrido Joaquín, y su aflicción fue indescriptible. La vi llorar muchas veces con el rostro en tierra porque no sabía dónde estaba su Joaquín, que llevaba más de cinco meses escondido en el Hermón con sus rebaños.

Hacia el final de esta época, Ana tuvo aún que sufrir más por la descortesía de una criada que le echaba continuamente en cara su desdicha. Pero un día, al principio de la Fiesta de las Cabañuelas, cuando esta criada pretendió pasar la fiesta fuera de casa, Ana, prevenida como estaba por la seducción de la anterior, se lo prohibió como madre prudente que era. Entonces la criada la echó en cara su infecundidad y que Joaquín la hubiera abandonado, diciéndola que eran castigos de Dios por su dureza, de un modo tan violento que Ana no quiso aguantarla más tiempo en casa y la envió con regalos a casa de sus padres acompañada por dos criados con la explicación de que aceptaran de nuevo a su hija en el mismo estado en que la había recibido, pero que no se sentía capaz de tenerla más tiempo a su custodia.

En cuanto despidió a la criada, Ana se fue a su cuarto a rezar tristemente. Al anochecer se echó un mantón por la cabeza, se envolvió completamente en él y salió con un farol al árbol grande del patio que dije antes, el que formaba una especie de pérgola. Encendió una lámpara que colgaba del árbol en una especie de caja y se puso a rezar leyendo en un rollo de pergamino.

El árbol era muy grande y tenía dentro asientos y pérgolas. Hundía sus ramas por encima del muro hasta el suelo, donde volvían a arraigar y a rebrotar ramas que de nuevo volvían a colgar y a arraigar y rebrotar y así sucesivamente hasta formar toda una serie de pérgolas.

Este árbol es de la misma especie que el árbol de la fruta prohibida del Paraíso. Sus frutos cuelgan de cinco en cinco de las puntas de las ramas; tienen forma de peras, por dentro son carnosos con venas de color sangre y tienen en el medio un hueco a cuyo alrededor están las pipas dentro de la carne. Las hojas son muy grandes y me parece que fueron las que usaron Adán y Eva para cubrirse en el Paraíso. Los judíos las usaban sobre todo para adornar las paredes en la Fiesta de las Cabañuelas porque, poniéndolas como escamas, se ensamblan muy cómodamente por los bordes.

Ana estuvo mucho tiempo clamando a Dios debajo del árbol que aunque le hubiese cerrado el vientre, no mantuviese lejos a su piadoso compañero Joaquín.

Y ¡mira! he aquí que entonces se le apareció un ángel del Señor que bajó de lo alto del árbol, se le puso delante y la dijo que tranquilizara su corazón, que el Señor había escuchado su oración. Que fuera al Templo a la mañana siguiente con dos criadas y que llevara palomas para la ofrenda. La oración de Joaquín también había sido escuchada y ya iba con su ofrenda de camino al Templo; ella lo encontraría debajo de la Puerta Dorada. La ofrenda de Joaquín sería aceptada y ambos serían bendecidos; pronto sabría el nombre de la criatura. El ángel la dijo también que había llevado la misma embajada a su marido y dicho esto desapareció.

Llena de alegría, Ana dio gracias a Dios misericordioso. Volvió a entrar en casa y preparó con las criadas lo necesario para viajar al Templo la mañana siguiente. Vi que a continuación rezó y se acostó para dormir. Su lecho consistía en una manta estrecha y un cojín redondo para debajo de la cabeza; por las mañanas enrollaba la manta.

Ana se quitó el vestido exterior, se envolvió de pies a cabeza en una tela ancha y se tendió toda estirada sobre el costado derecho, de cara a la pared de su cuartito a lo largo de la cual estaba su lecho.

Cuando llevaba dormida un ratito vi descender sobre ella desde arriba un resplandor de luz que se concentró junto a su lecho en forma de joven resplandeciente. Era el ángel del Señor que la dijo que concebiría una criatura santa. Luego, extendiendo su mano por encima de ella, escribió en la pared grandes letras luminosas: era el nombre de María.

{He conocido el contenido de la frase, palabra por palabra. En resumen, expresaba que ella debía concebir, que su fruto sería único y que la fuente de esa concepción era la bendición que recibió Abraham. La he visto indecisa pensando en cómo se lo comunicaría a Joaquín; pero se consoló cuando el ángel la reveló la visión de Joaquín. Tuve entonces la explicación de la Concepción Inmaculada de María y supe que en el Arca de la Alianza había estado oculto el sacramento de la Encarnación, la Inmaculada Concepción, el misterio de la Redención de la Humanidad caída.}

El ángel volvió a desaparecer mientras se disolvía en luz. Ana, que mientras tanto había tenido en el sueño un movimiento de íntima alegría, se incorporó en el lecho semidespierta, rezó fervorosamente y sin darse cuenta bien volvió a dormirse.

Pero después de medianoche se despertó contenta como por una intuición interior, y vio espantada y contenta lo que estaba escrito en la pared. Eran como grandes letras relucientes rojas y doradas, aunque no muchas; las miró compungida y con alegría indescriptible hasta que se apagaron al amanecer. Lo vio todo tan claro y su alegría creció de tal manera, que cuando se levantó parecía completamente rejuvenecida.

En el instante en que la luz del ángel llevó la gracia a Ana, vi un resplandor bajo su corazón y reconocí en ella a la madre elegida, al vaso glorioso de la gracia venidera. Solo puedo expresar lo que distinguí en ella diciendo que supe que era una madre bendita a la que le adornaban una cuna, le vestían una camita o le abrían un tabernáculo para que recibiera y conservara dignamente la santidad. Vi que Ana quedó abierta a la bendición por gracia de Dios. Es indecible la forma maravillosa en que lo supe, pues reconocí en Ana la cuna de toda la salvación humana, y al mismo tiempo un vaso sagrado de la Iglesia, del cual se había retirado el cenotafio; y esto también lo supe de forma natural, y todo este conocimiento era una sola cosa al mismo tiempo natural y sagrada. Me parece que Ana tenía entonces cuarenta y tres años.

Entonces Ana se levantó, encendió su lámpara, rezó y emprendió viaje a Jerusalén con sus ofrendas. Aunque la aparición del ángel solo la sabía ella, esa mañana todos los de la casa exultaban con maravillosa alegría.