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16 enero 2024

Mercedes Eguíbar. Salmo II. Ediciones Rialp. Madrid

¡VENTUROSOS LOS QUE A EL SE CONFIAN!

En Caná de Galilea (I)

Hay una escena en el Evangelio en la que María es la protagonista. Es su deseo el que se cumple y acelera —queriendo con la fuerza de las madres— la llegada del momento de manifestarse su Hijo al mundo. «Al tercer día hubo una boda en Caná de Galilea, y allí estaba la Madre de

Jesús. Y Jesús, con sus discípulos, fue in­vitado también a la boda. Y faltando el vino, dice su Madre a Jesús: "No tienen vino". Y dice Jesús: "Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Mi hora aún no ha llegado".

su Madre dijo a los sirvientes: "Haced lo que El os diga". Había allí seis tinajas de piedra para las abluciones de los ju­díos, de dos o tres metretas cada una. Díceles Jesús: "Llenad de agua las tinajas".

las llenaron hasta los bordes. Díceles: "Sacad ahora y llevad al maestresala". Apenas el maestresala probó el agua he­cha vino, llama al novio y le dice: "Todos sirven el mejor vino al principio. Tú lo has guardado para el final..."».

En todo el pasaje se pone de manifies­to la seguridad de María en Jesús. Ella sabe que no es el momento oportuno, in­cluso recibe de Jesús aquella respuesta: «Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí?». Ver­daderamente no era de su incumbencia ni les competía a ellos meterse en algo que pertenecía exclusivamente a aquellos novios; pero Ella pone tal confianza en el Señor, que consigue que el milagro se realice.

Con qué naturalidad le dice a los sir­vientes: «Haced lo que El os diga». La Vir­gen sabe leer en los ojos de Cristo y acele­ra el momento de su manifestación a los hombres: es el primer milagro de Cristo. Es tal su seguridad que no cabe la vacila­ción. Junto a Cristo las cosas toman una forma distinta. A veces, lo que nos suce­de es que nos falta ese conocimiento de Jesús que la Virgen tenía. Falta en el trato naturalidad, que ya sabemos que nace de la confianza. Vamos a acercar a Cristo a nosotros. Vamos a despojar la imagen que tenemos de El, de lejanía, de la idea de un Dios difícil de tratar. Todo forjado por nuestra imaginación, sin ese funda­mento sobrenatural que es la filiación di­vina. Un hijo no puede temer a su padre ni puede pensar en él como algo muy dis­tante. Dios bajó a nosotros; ahora somos nosotros los que tenemos que acercarnos a El. Y oímos, como un «ritornello», las palabras de la Virgen «Haced lo que El os diga». Y vamos con disposición rápida a preguntarle: ¿Qué es lo que quieres de mí? Y, si hace falta, llenaremos de agua los cántaros, pero «hasta los bordes», sin cansarnos, sin interpretar que llenar pue­da ser dejarlos a la mitad. «Hasta los bor­des», sin regateos. La generosidad no debe conocer límites, desborda.

La vida interior consiste en que conte­mos en todo momento con el Señor. Cada uno con nuestro modo peculiar de expre­sarnos, sin necesidad de retórica o frases hechas que puedan impedir la naturali­dad del hijo que habla con su Padre.