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9 octubre 2023

San José, un hombre corriente

Simón Pardo. San José, un hombre corriente

DEVOCIÓN A SAN JOSÉ (2 de 2)

Dice san Marcos que, iniciada esta, fue a Nazaret, donde se había criado y acudió a la sinagoga, como acostumbraba a hacer cada sábado, explicando un pasaje de la Escritura, y que sus paisanos se admiraron de su saber preguntándose de dónde le venían tales conocimientos pues todos lo conocían como el carpintero, el hijo de María, de donde deducen los comentaristas que para entonces ya no debía de vivir san José y que Jesús había heredado el oficio de artesano que sabemos ejerció san José, padre a efectos legales y populares de Jesús.

Por otra parte, tampoco aparece en la boda de Caná, en donde estuvieron presentes la Virgen y el Señor. No parece explicable que, de haber vivido, estuviese ausente cuando sí acudió el resto de la familia y que, de haber asistido, no lo hubiese mencionado el evangelista, que tan detallista fue en otros aspectos.

Otro argumento que suelen aducir los que tratan el tema es el encargo que hace Jesús a san Juan de que cuide a su madre cuando se encuentra a un paso de la muerte en la Cruz. Hubiese resultado ofensivo para san José que, viviendo él, encargasen a otro de cuidar a su esposa.

Todo ello llevó a los cristianos a considerar la muerte de san José como la más dulce y hermosa, asistido como estuvo por la Santísima Virgen, su esposa, y en los brazos de Jesús, que le animaría a esperar el premio que Dios tenía prometido a los hombres justos.

La proclamación hecha por el Papa solo confirmaba lo sentido por el pueblo cristiano desde hacía siglos encomendando su tránsito a la otra vida al santo patriarca que, junto a su esposa, recibiría el alma de sus devotos para presentarla a Jesús.

Secundando el interés de los pontífices por la difusión de la devoción a san José, una pléyade numerosa de teólogos y catequistas, de predicadores y confesores, pusieron manos a la obra consiguiendo que cada día fuese el santo más conocido y más querido.

Junto a ellos, hombres santos lograron con su vida y sus escritos suscitar en los fieles el deseo sincero de imitarlo.

Son muchos los santos en cuyas biografías se hace notar la devoción intensa y extensa que profesaron al santo patriarca, pero son muchos más los que, sobresaliendo en ellos esa devoción, no ha trascendido a la posteridad.

Entre los que con su vida y sus escritos contribuyeron en no pequeña medida al conocimiento de san José recalcando su poderosa intercesión ante quien en la tierra fue considerado su hijo, resalta santa Teresa de Jesús. De él dejó escrito en el libro de su vida unas palabras ya mencionadas con anterioridad, pero que es preciso recordar aquí: Tomé por abogado y señor al glorioso san José y encomendéme mucho a él. (...) No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor damos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide.

Su amor y devoción a san José era tan profundo que todos los monasterios por ella fundados, desde el primero en Ávila en agosto de 1562 hasta el último en Burgos en abril de 1582 -diecisiete en total-, fueron puestos bajo la tutela del santo patriarca. En todos, hoy extendidos por los cinco continentes, era y es el titular.

Si santa Teresa brilló con luz propia en el siglo xvi y esa luz iluminó la devoción al santo patriarca, otro tanto cabe decir en el xx de san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Su vida intensa de amor a Dios y a la Iglesia; su apostolado desplegado a lo ancho y largo del mundo; sus catequesis multitudinarias por Europa o América; sus escritos difundidos en mil lenguas y la actividad de sus hijos espirituales han hecho de él un verdadero paradigma de amor a san José, siempre unido al de su Esposa, la Virgen, y al Niño Dios, a quienes invocaba como la trinidad de la tierra.

Cuenta Salvador Bernal que el día 28 de marzo de 1975, cincuenta aniversario de su ordenación sacerdotal, dejó fluir de su corazón los sentimientos que en aquel momento le embargaban en oración sentida. En un momento de aquel rato de oración en la que era acompañado por un reducido número de hijos suyos, alzó la voz y, dirigiéndose al Señor, dijo: Trato de llegar a la Trinidad del Cielo por esa otra trinidad de la tierra: Jesús, María y José. Están como más asequibles. Jesús que es «perfectus Deus et perfectus Homo». María, que es una mujer, la más pura criatura, la más grande: más que Ella solo Dios. Y san José, que está inmediato a María: limpio, varonil, prudente, entero. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué modelos! (...).

San José, que no te puedo separar de Jesús y de María; san José, por el que he tenido siempre devoción, pero comprendo que debo amarte cada día más y proclamarlo a los cuatro vientos, porque este es el modo de manifestar el amor entre los hombres, diciendo: ¡te quiero! san José, Padre y Señor nuestro: ¡en cuántos sitios te habrán repetido ya a estas horas, invocándote, esta misma frase, estas mismas palabras! san José, nuestro Padre y Señor, intercede por nosotros. Y en una tertulia con un grupo de residentes del Colegio Mayor Aralar de Pamplona, les decía: Quiero mucho a san José, porque él nos lo puede contar y nos puede enseñar: por eso le llamo Padre -padre de familia y maestro de vida interior- y Señor.

(...) Por este camino, algunas almas llegan, poco a poco, a meterse en la intimidad del hogar de Nazaret y a tratar a Jesús, María y José. De ahí van a considerar la Trinidad del Cielo.

Ese amor suyo al santo Patriarca le llevó a entusiasmarse durante su larga e intensa catequesis por Suramérica en 1974 ante el cariño y la devoción al santo que encontró en algunos de aquellos países. ¡Cuánto le queréis aquí! Me habéis conmovido. Una de las cosas que he aprendido en esta tierra bendita es el cariño más teológico a san José. Porque no es solo un cuadro: he visto bastantes representaciones del santo, en las que Jesús le está coronando, con el Espíritu Santo que le manda sus rayos, y el Patriarca con el pie sobre el mundo. ¡Bien!, les decía en Quito (Ecuador).

Entre las devociones más divulgadas en honor de san José es preciso mencionar los «siete Domingos» y los «Dolores y Gozos».

Son los primeros una serie de siete semanas con que los cristianos suelen preparar la fiesta del santo el 19 de marzo. Durante los siete domingos anteriores se acostumbra a dirigirle algún acto piadoso: oraciones, recepción de los sacramentos de Penitencia y Eucaristía, algún pequeño sacrificio, etc., en orden a preparar más fervorosamente su fiesta.

A veces se concluyen estos actos devocionales en honor del santo con la recitación de los «dolores y gozos» recordando sus momentos de angustia y, como contrapunto, los momentos de gozo de que disfrutó.

La devoción a san José es expresión de nuestro amor a Jesús y a su Santa Madre. No se puede amar a Jesús y a María sin amar al santo Patriarca, dice san Josemaría en Forja, nº 551.