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7 octubre 2023

María y la Trinidad. Fernando Ocáriz

Hija del Padre y Madre del Hijo por el Espíritu Santo La «gratia plena»: hija del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo A la luz de este «realismo trinitario», adquiere un sentido especialmente profundo la afirmación de la Santísima Virgen María como Hija del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo. Y esto en plenitud, pues ya antes de la Encarnación Ella era la Kecharitoméne (Lc 1, 28), la gratificata, según la versión latina del Codex Palatinus (e) de la tradición africana; la gratia plena, según la Vulgata. No es necesario detenernos aquí en considerar las diversas interpretaciones, antiguas y recientes, de la palabra kecharitoméne. En cual quier caso, aunque la sola exégesis no conduzca a la idea de «plenitud» de gracia santificante, sino más bien a afirmar que María es llamada por el Angel «transformada por la gracia» como prepara ción a la divina maternidad virginal, es indudable que existen sólidos motivos, también cristológicos y eclesiológicos, para afirmar en María una peculiar «plenitud de gracia». Como afirma el Concilio Vaticano II, María es «Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo: con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas». En el misterio de la «plenitud de gracia» de María, podemos considerar una doble dimensión: su contenido sobrenatural y la plenitud de ese contenido. Ya hemos tratado en general de la primera de estas dimensiones, que podemos ahora resumir, y aplicarla a la Virgen, diciendo que la plenitud de gracia de María, es decir la plenitud de su ser Hija del Padre en el Hijo por el Espíritu San to, se nos manifiesta como su ser de tal modo «introducida» por la Trinidad en su Vida íntima, que su unión con el Amor divino subsistente, con el Espíritu Santo, confiere a su alma una identifica ción tan plena con el Hijo, que, en el Hijo, es hija del Padre con toda la plenitud posible a una persona creada. En palabras de Juan Pablo II, «María está unida a Cristo de un modo totalmente especial y excepcional, e igualmente es amada en este Amado eternamente, en este Hijo consubstancial al Padre, en el que se concentra toda ‘la gloria de la gracia’»: es la hija predilecta del Padre. De la segunda de esas dimensiones del misterio de la «gratia plena» —la plenitud—, se han señalado tradicionalmente sobre todo tres aspectos: en primer lugar, la total ausencia de pecado y la per fección de todas las virtudes en el alma de María; en segundo lugar, lo que Santo Tomás llama la refluentia o redundantia de la gracia del alma sobre el cuerpo de la Virgen; y, en tercer lugar, como consecuencia de lo anterior, la plenitud de gracia en María comporta que Ella es, en cierto modo, fuente de gracia para los hombres (en unión subordinada, por participación, de Cristo). Que la gracia, en sí misma, sea una realidad participada (por tanto «parcial») —participación de la divinidad—, no impide que pueda y deba hablarse de plenitud: «la característica de la gracia de María está en el encuentro de participación y plenitud, donde uno de los términos parece excluir el otro, pero en este contexto en realidad lo completa (...). La fundamentaron de la participación absolutamente especial e incomparable de la divinidad, que es la gracia propia de Cristo y de su Madre, respeta ciertamente el canon meta- físico tanto de la diferencia y distinción metafísica como el de la dependencia real de lo creado al Creador, que son los pilares de la estructura de la participación».