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27 septiembre 2026

SAN JOSEMARÍA HOY: 1940. Contradicciones. El Padre Sánchez

Contradicciones. El Padre Sánchez

Tan deprisa rodaban las cosas que don Josemaría se fue derecho en busca del Obispo de Madrid, que estaba descansando en Alhama de Aragón. El 27 de septiembre comieron juntos y después de comer, hasta la hora de salir el tren de vuelta para Zaragoza, repasaron, en larga conversación, los negocios de la Obra:
Ayer estuve en Alhama de Aragón, con mi Sr. Obispo de Madrid —se lee en nota del 28 de septiembre—. ¡Qué Padre tenemos en él! ¡Cómo entiende y vive la Obra de Dios! Le conté las últimas tribulaciones. Le emocionó. Ve a Dios detrás de todo, pero también ve la pequeñez de miras de algunas personas. En resumen me dijo: Que quiere dar el decreto de erección y aprobación de la (sic) Opus Dei, en cuanto vuelva a Madrid.
Hablaron de las visitas y entrevistas de las últimas semanas y del P. Carrillo:
Lo de los jesuitas lo entiende como yo —escribe don Josemaría—. Que no hay que confundir a un religioso con la Compañía. El Sr. Obispo, igual que yo, quiere y venera muy de verdad a la Compañía de Jesús.
El siguiente encuentro del Fundador con el P. Sánchez tuvo lugar dos semanas más tarde. Como la vez anterior, iba acompañado de Álvaro del Portillo. Sin más rodeos manifestó a su confesor que había observado, con gran pesar por su parte, un cambio radical en su actitud respecto a la Obra. Después de meditarlo mucho había llegado a la conclusión de que, en conciencia, no podía continuar la dirección espiritual, una vez perdida la antigua confianza depositada en su confesor.
El P. Sánchez, un tanto agitado, le declaró entonces, bruscamente, que la Santa Sede jamás aprobaría la Obra, citándole, acto seguido, algún canon, como para confirmarlo. Esta salida imprevista fue un duro golpe para don Josemaría, el cual, sin perder la mesura, le respondió que, puesto que la Obra era de Dios, Él se encargaría de llevarla a buen puerto.
Cortada ahí la entrevista, el P. Sánchez le devolvió los papeles sobre la Obra que el Fundador le había dado en el anterior encuentro. En el camino de vuelta a casa le zumbaba a don Josemaría en la cabeza una inquietante cuestión: ¿por qué dudaba ahora del Opus Dei quien tantas veces le había asegurado de su origen divino? Al llegar a Jenner, lo primero que hizo fue comprobar el canon citado por el P. Sánchez, según nota que había tomado Álvaro del Portillo. Se quedó tranquilo. Nada tenía que ver con la aprobación. Pero, al abrir el sobre de los papeles que había devuelto el confesor, apareció dentro una hoja con cinco o seis nombres. Era, precisamente, la lista de los chicos que estaban en relación con el P. Carrillo y frecuentaban la Residencia de Jenner para informar a éste secretamente. ¿Se le había traspapelado la lista al P. Sánchez; o era, por el contrario, un gesto amistoso de intencionada excusa?
Transcurrió, más o menos tranquilo, el mes de octubre. Se acordaba don Josemaría de la despedida de don Leopoldo el día que comieron juntos en Alhama de Aragón:
«Mire, José María: hasta ahora, el Señor quiso que V. tuviera de modelo al buen ladrón, para decir ¡justamente estoy en la cruz! Desde este momento, su único modelo es Jesús en la Cruz, y ¡vengan sufrimientos, sin que haya motivo!».
Ciertamente, el Señor le estaba preparando para las amarguras venideras con unas dedadas de miel, poniéndole anticipadamente en los labios una dulce locución divina:
En esta última temporada —se refiere al mes de octubre de 1940—, ha sido frecuente sorprenderme recitando: "aquae multae non potuerunt extinguere charitatem!" De dos maneras interpreto estas palabras: una, que la muchedumbre de mis pecados pasados no me apartan del Amor de mi Dios; y otra, que las aguas de la persecución que padecemos no interrumpirán la labor que la Obra desarrolla.
Sus sentimientos en la tribulación habían recorrido, durante ese año de 1940, una escala muy humana y sobrenatural. Primero, por su resistencia a creer en la maldad de los hombres. Luego, cuando tuvo que aceptar la realidad de los hechos, porque trató de salvar las intenciones. (Entiendo que no lleva mala intención, pero no coge ninguna cosa de nuestro espíritu y todo lo confunde y trabuca, dice excusando a uno de los murmuradores). Y, en último término, ante la evidencia irrefutable, no cabía otra cosa en el corazón del sacerdote que el perdón y el olvido:
Aunque no quiero tocar este punto —escribe sin dar explicación alguna del asunto de que se trata—, sólo decir que cuesta trabajo creer en la buena fe de quienes calumnian sistemáticamente. Les perdono de todo corazón.
VÁZQUEZ DE PRADA