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Las primeras de Japón
El 27 de junio el barco entra en el gigantesco puerto de Colombo. Poco después, enfila su proa hacia el mar de la China. Unos días más tarde, Japón aparece a la vista. Cuatro muchachas de pelo muy negro, ojos oscuros y hablar suave las están esperando en el puerto: son las primeras amigas de Osaka. El coche las lleva ahora hacia un barrio residencial: Shukugawa. Y aquí, el primer Centro de la Sección de mujeres en Oriente. En el jardín hay pinos y cerezos. El sol, brillante, ilumina un rótulo que campea sobre la puerta: ShukugawaJuku. Es el 15 de julio de 1960. Al seguir la costumbre de cambiar los zapatos por sandalias para no dañar el suelo, frágil suelo de los pasos japoneses, parecen sonar las palabras de Monseñor Escrivá de Balaguer en la homilía de la Misa del domingo de Resurrección de 1960 en la Casa Central:
«Firmes, seguras, alegres, sinceras»...
Y las que les dirige unos días más tarde:
«Yo tengo la seguridad completa de vuestra victoria... daréis al Señor el consuelo de ver un fruto espléndido».
El Padre sigue afirmando que su fe, su trabajo, su apostolado personal, tendrán el respaldo del Cielo y la respuesta será un acercamiento de las almas a Jesucristo. Cuando este es el móvil exclusivo, que conduce todo esfuerzo, los resultados siempre son positivos.
El 2 de septiembre, la voz del Padre se dejará oír a través del teléfono: llama desde Londres. Quiere hablar unos segundos con cada una de sus hijas. Y enviarles, una vez más, su bendición para el comienzo de la tarea en Japón.
ANA SASTRE