-
Algunos escondites de San Josemaría en la guerra
Juan (Jiménez Vargas) nos alentó a ser muy fieles a nuestra vocación en medio de aquellas difíciles circunstancias y nos hizo ver lo importante que era nuestra perseverancia para la continuidad de la Obra; y nos fue contando, mientras anochecía, con su lenguaje casi telegráfico, lo que les había sucedido, durante aquellos quince meses, a los que habían permanecido en Madrid. Algo sabíamos, por las cartas que habíamos recibido. A grandes rasgos -completados por lo que he sabido después- nos dijo lo siguiente: el Padre había estado desde el 21 de julio de 1936 en casa de su madre, en la calle doctor Cárceles. Pero como aquel lugar no resultaba seguro -se temía un posible registro-, había tenido que buscar cobijo hacia el día 9 de agosto en domicilios particulares, como la casa de Manolo Sáinz de los Terreros, donde le dieron la noticia del asesinato del Fundador de la Institución Teresiana, don Pedro Poveda, un santo sacerdote muy amigo suyo al que quería mucho; y le contaron la detención -y posible asesinato- de don Lino Vea-Murguía en su casa, cuando decía Misa...
Nos contó también que semanas después, el 30 de agosto, cuando estaban el Padre y él refugiados en una casa de la calle Sagasta, se presentaron unos milicianos para hacer un registro. Lograron esconderse, el Padre, Juan y otro, en una buhardilla; pasaron un momento de gran peligro; pero, inexplicablemente, los milicianos, tras haber registrado la casa y el resto de las buhardillas, no entraron en la que estaban.
Fueron después de un sitio para otro: durante el mes de septiembre estuvieron en casa de los Herrero Fontana, en la de los padres de José́ María González Barredo, en un pequeño chalet de la calle Serrano, en una casa de Eugenio Sellés, con Álvaro del Portillo... En vista de esta situación, en octubre de 1936, el Padre no tuvo más remedio que refugiarse en la Clínica de un amigo de su familia, el doctor Suils, dedicada a enfermos mentales, situada en la calle Arturo Soria, no 492. Ahí estuvo desde octubre a marzo del 37. Pero tampoco estaba allí́ seguro el Padre, y tuvo que buscar asilo en la Legación de Honduras, donde permaneció varios meses, a partir del mes de abril.
Aquel fue un periodo de grandes sufrimientos y privaciones, que el Padre había llevado con un gran sentido sobrenatural. De algunos de estos sucesos habíamos tenido noticias los de Valencia, mediante algunas cartas del Padre. Paco había recibido una, fechada el 28 de marzo de 1937, duodécimo aniversario de su ordenación sacerdotal, en la que se denominaba a sí mismo como un borrico de Dios -su Amigo- "al que llevo siempre encima".
Aquí tienes a este pobre viejo -le escribía desde la Legación de Honduras- evacuado en casa de la Sra. Viuda de Honduras, y durmiendo en el suelo del comedor (divertidísimo) con los cuatro de mi familia (...). Ahora ya se me notan los años: he perdido cerca de treinta kilos, y realmente me encuentro mejor, aunque estuve enfermo en cama (¡vaya lujo!) más de un mes. Estoy esperando urgentísimamente a Ricardo (Fernández Vallespín), porque lo necesito. Cuando venga ya te lo escribiré.
En ascuas ando, por no saber noticias de mis hijos de fuera: pero siempre con la misma esperanza de abrazar a todos, cuando la guerra termine.
De Josemaría quiero contarte que asegura que, en estos tiempos de desconcierto, es cuando más concertado está con su amigo de quien es borrico, pues lo lleva mucho encima.
Por fin -nos siguió contando Juan, en líneas generales, que ahora completo con más datos precisos-, en el pasado mes de agosto del 37, el Padre había obtenido una documentación que le había permitido circular con cierta libertad por Madrid. Estaba alojado en una pensión de la calle Ayala, y a pesar de las duras circunstancias, proseguía con gran valentía la labor apostólica: confesaba por la calle, atendía a algunas religiosas que estaban refugiadas en domicilios particulares, predicaba retiros espirituales cambiándose constantemente de local para evitar ser descubierto... hasta que surgió la posibilidad de pasarse al otro lado a través de los Pirineos.
PEDRO CASCIARO